A pesar de la extraordinaria investigación realizada por Marvin Olasky, Carolyn Weaver, y otros académicos sobre el papel jugado por las instituciones voluntarias en la historia del bienestar social estadounidense, las viejas actitudes aún conservan una poderosa influencia. Un caso para analizar es el de un artículo aparecido en la revista U.S. News & World Report intitulado «Myths of Charity» (“Los Mitos de la Caridad”.) Los autores concluyen que «es altamente improbable que las caridades pudiesen asumir toda o tan siquiera la mayoría del agujero de entre $76 mil millones (billones en inglés) y $450 mil millones (billones en inglés) en recortes del gasto que en la actualidad están siendo propuestos por los demócratas y los republicanos en Washington». Citando ejemplos históricos, dan a entender que los estadounidenses nunca han dependido (y de ese modo, que nunca pueden depender) de las caridades del sector privado para que realicen la tarea del Estado Benefactor.
En efecto, es cierto que cuando se los mide en términos de importes en dólares, los esfuerzos combinados de las tradicionales organizaciones de caridad a fines del siglo 19, tales como el Ejército de Salvación, eran pequeños si se los compara con aquellos del moderno Estado de Bienestar. El principal problema con tal opinión es que la misma pierde por completo el punto. Falla en contemplar, por ejemplo, la circunstancia de que antes de la aparición del Estado de Bienestar, los estadounidenses de todas las clases compartían una profunda aversión por la dependencia ya sea de la caridad organizada de manera privada como de la ayuda gubernamental. En verdad, existía un gran estigma en la cultura popular en lo atinente a cualquier forma de lo que podría denominarse ayuda jerárquica (ayuda en la cual aquellos que tienen las riendas de la billetera se encuentran más arriba en la escala socio-económica que los beneficiarios).
Mientras la mayoría de los estadounidenses en esa época admitían que dichas agencias desempeñaban funciones necesarias y positivas, aún los más pobres entre los pobres las consideraban un último recurso y solamente uno temporal. Como resultado de ello, el tamaño de la población dependiente era infinitesimal para los parámetros actuales. Según un estudio de la Oficina Estadounidense del Censo, en el año 1905 solamente 1 de cada 150 estadounidenses (excluidos los prisioneros) residían en alguna clase de institución pública o privada, incluidos los hospicios, los asilos, los orfanatos y los hospitales.
El número de estadounidenses dependientes de la asistencia era también pequeño. Hacia fines de 1931, cerca de 93.000 familias recibían pensiones a las madres, antecedentes financiados por el Estado del programa actual de Ayuda a las Familias con Hijos Dependientes (AFDC es su sigla en inglés.) En comparación, la carga de la AFDC incluye a 4,6 millones de progenitores.
Paradójicamente, este auge en las nóminas de pago del Bienestar ha tenido lugar a pesar de una masiva declinación de los índices de pobreza desde el siglo veinte. Esto plantea un obvio interrogante: ¿Cómo los estadounidenses fueron alguna vez capaces de evitar tal dependencia? Parte de la respuesta es que ellos podían respaldarse en una amplia diversidad de acuerdos de auto-ayuda y de asistencia mutua, la mayoría de los cuales ya no existen.
Estos arreglos podrían denominarse de asistencia reciproca, en la cual los donantes y los beneficiarios tendían a provenir de los mismos, o de casi los mismos, caminos de la vida; los beneficiarios de hoy podían ser los donantes de mañana, y viceversa.
Aparte del desembolso informal por parte de vecinos y amigos, y de la asistencia proporcionada a través de las congregaciones religiosas, las principales fuentes de asistencia reciproca eran las sociedades fraternales tales como los Knights of Pythias, los Sons of Italy, la Polish National Alliance, y la Independent Order of Odd Fellows. Las actividades de estas sociedades empequeñecían a aquellas de la caridad organizada y de las burocracias gubernamentales de ayuda a los pobres. En 1920, Por ejemplo, existían más de 10.000 ordenes fraternales en los Estados Unidos con aproximadamente 100.000 logias distintas. Ese año, cerca de 18 millones de estadounidenses (la mayoría de ellos asalariados) eran miembros—casi el 30 por ciento de todos los adultos de más de 20 años de edad. En contraste, cerca del 10 por ciento de los trabajadores de aquella época pertenecían a sindicatos de trabajadores.
Mientras que las sociedades fraternales diferían ampliamente en sus métodos y objetivos, en general tenían como característica común un sistema descentralizado de logias, algún tipo de ritual, y el pago de los beneficios en épocas de enfermedad y de fallecimiento. Esencialmente, las ordenes fraternales pueden ser definidas como agencias de seguros mutuos para el suministro de bienestar social a los miembros y a sus familias.
Para 1910, de manera creciente las mismas incluían el tratamiento de un médico en su menú de servicios. El método preferido era el de que una logia contratase con un facultativo a fin de que atendiera a sus miembros sobre la base de un cargo fijo por persona. Dos de las más prominentes organizaciones que adoptaron este sistema, conocido en ese entonces como el «consultorio de la logia», eran los Foresters y la Fraternal Order of Eagles. El costo de este servicio era muy bajo. Los Foresters cobraban dos dólares al año por la atención de un médico; las Eagles cobraban un dólar. En el caso de las Eagles, la cobertura se extendía a la familia inmediata del miembro e incluida a las visitas a domicilio.
El consultorio de la logia estableció una posición particularmente fuerte en las áreas urbanas. Por ejemplo, solamente en el bajo este de Manhattan, 500 médicos tenían contratos con logias judías. Durante la década de 1920, existía un número estimado de 600 sociedades fraternales entre los negros de Nueva Orleans que ofrecían los servicios de un médico.
Entre los ejemplos menos conocidos pero más fascinantes estaban los hospitales fraternales entre los negros. Apartándose del patrón general de declinación de las sociedades fraternales a medida que el siglo avanzaba, muchos de estos hospitales se originaron en los años 30 y 40. Un ejemplo era el hospital de los Knights and Daughters of Tabor en Mississippi, el cual entre 1942 y 1964 atendió a más de 135.000 pacientes, muchos de ellos aparceros. En 1964, un arancel total de $30 al año le permitía a los miembros acceder a la cirugía mayor y menor. Como la mayor parte de los hospitales para negros, era una empresa de baja tecnología la cual probablemente funcionaría quebrantando los estándares de certificación actuales. No obstante, dada la gran pobreza de sus miembros, representaba un logro importante. Los recuerdos de los pacientes indican que el personal a menudo evidenciaba un ahínco misionero que suplía muchos faltantes técnicos.
La mayoría de los líderes de las sociedades fraternales rechazaban el punto de vista de que sus beneficios eran en algún sentido una caridad. Una típica expresión de esta actitud puede ser hallada en un artículo escrito en 1905 por una oficial de las Ladies of the Maccabees. Esta sociedad era la mayor sociedad fraternal controlada exclusivamente por mujeres y en su cúspide tenía más de 200.000 miembros. La autora afirmaba que «en la fraternidad, no hay caridad alguna, ninguna humillación al aceptar ayuda, dado que es el derecho del miembro en pena recibir aquello para lo que él o ella han contribuido y un deber reconocido de los otros miembros a darlo». Al mismo tiempo, rechazaba la idea de que los beneficios fraternales eran en algún sentido derechos con un final abierto. Por el contrario, especificó que los miembros perdían su derecho a recibir ayuda si fallaban en obedecer las reglas de la organización.
En la década de 1930, las sociedades fraternales ingresaron en un periodo de declinación del cual nunca se recuperaron. Mientras el número de miembros de las logias se recuperó de alguna manera en los años 40, el mismo no retornó a sus picos previos a la Gran Depresión. (Han habido notables excepciones. Moose International tiene actualmente un número récord de un millón miembros y opera un orfanato y una escuela florecientes). Los historiadores han planteado varias explicaciones posibles, incluido el auge del seguro comercial entre la clase trabajadora y la competencia del atractivo de formas de entretenimiento tales como la radio y las películas.
Otro factor que contribuyó a la declinación de las ordenes fraternales fue el rol de las asociaciones médicas. Para 1910, la profesión había lanzado una guerra total contra los servicios médicos fraternales, y las sociedades médicas locales imponían múltiples sanciones contra los médicos que aceptasen estos contratos. Un método de cumplimiento altamente eficaz era el de presionar a los hospitales para que les cerraran sus puertas a los miembros de las logias agraviantes. En 1914, el Dr. Robert Allen en el Journal of the American Medical Association pudo escribir, pero con exigua exageración, que «escasamente exista una ciudad en el país en la cual las sociedades médicas no hayan emitido edictos contra los miembros que aceptan contratos para los consultorios de las logias». Otra causa probable, a pesar de que existe una falta de evidencia fuerte sobre la causa y el efecto, es el auge del Estado de Bienestar regulador.
Un hecho está claro. Las primeras tres décadas del siglo veinte trajeron una expansión rápida y sin precedentes del rol del bienestar gubernamental. Las dos principales fuentes de ese crecimiento fueron las pensiones a la viudez y las indemnizaciones laborales. En 1910, ningún estado tenía alguno de esos programas; para 1931, ambos eran casi universales. Tan solo durante los años 20, el número de individuos en las nóminas de pago de las pensiones por viudez más que se duplicó. Y esta expansión de los servicios gubernamentales coincidió con la declinación de la membresía fraternal.
Por si sirve de algo, varios líderes de las sociedades fraternales plantearon una relación entre estas dos tendencias. Tal como una revista de la Fraternal Order of Eagles lo expresara en 1915, «el Estado está haciendo o está planeando hacer por los asalariados aquello que nuestra Orden fue pionera en hacer 18 años atrás. Todo esto está disminuyendo el atractivo popular de nuestras prestaciones benéficas. Con ese atractivo debilitado o desaparecido, habremos perdido un fuerte argumento a favor de unirse a la Orden; dado que ninguna fraternidad puede depender enteramente de sus prestaciones recreativas para atraer miembros».
En contraste con sus contrapartes modernas, los líderes de opinión en el área del bienestar social a fines del siglo 19 a menudo exhibían una apreciación aguda por el impacto de la asistencia mutua y de la auto-ayuda. En 1913, por ejemplo, Edward T. Devine, un prominente trabajador social, le recordaba a sus colegas que millones de personas pobres fueron capaces no solamente de sobrevivir, sino incluso de progresar, sin recurrir a las caridades organizadas ni a la asistencia gubernamental:
Aquellos que estamos involucrados en tareas de asistencia nos encontramos aptos para obtener impresiones muy distorsionadas acerca de la importancia, en la economía social, de los fondos que estamos distribuyendo o de los esquemas sociales que estamos promoviendo . . . Si no existiesen recursos en épocas de aflicción excepcional a excepción del suministro que los individuos voluntariamente harían por su propia cuenta y de la ayuda vecinal informal que la gente se daría los unos a los otros . . . la mayoría de los infortunios aún serían atendidos, y muy probablemente, la tasa de mortalidad, la tasa de enfermedades, la tasa de orfandad, y la tasa de agotamiento físico y nervioso serían muy pequeñas, si no algo más altas, que en la actualidad.
Pero una vez que las sociedades fraternales fueron empujadas hacia los márgenes del bienestar social, los estadounidenses comenzaron a depender de los caprichos de las organizaciones jerárquicas controladas por el gobierno.
Yo sería el primero en argumentar en contra del hecho de confiar en demasía en las denominadas lecciones de la historia. Al mismo tiempo, la experiencia del pasado ofrece un amplio motivo para ser escéptico de las recientes propuestas de una reforma del bienestar tal como la impulsada ya sea por el Presidente Clinton como por el Congreso. Estas propuestas están destinadas a ser insuficientes, a menos que las mismas creen un medioambiente en el cual los estadounidenses se encuentre nuevamente motivados a involucrarse en la asistencia mutua y en la auto-ayuda. Si el antecedente histórico nos dice algo, es que tales arreglos no pueden ser creados mediante una decisión política.
Traducido por Gabriel Gasave
Los pobres antes del Estado de Bienestar
A pesar de la extraordinaria investigación realizada por Marvin Olasky, Carolyn Weaver, y otros académicos sobre el papel jugado por las instituciones voluntarias en la historia del bienestar social estadounidense, las viejas actitudes aún conservan una poderosa influencia. Un caso para analizar es el de un artículo aparecido en la revista U.S. News & World Report intitulado «Myths of Charity» (“Los Mitos de la Caridad”.) Los autores concluyen que «es altamente improbable que las caridades pudiesen asumir toda o tan siquiera la mayoría del agujero de entre $76 mil millones (billones en inglés) y $450 mil millones (billones en inglés) en recortes del gasto que en la actualidad están siendo propuestos por los demócratas y los republicanos en Washington». Citando ejemplos históricos, dan a entender que los estadounidenses nunca han dependido (y de ese modo, que nunca pueden depender) de las caridades del sector privado para que realicen la tarea del Estado Benefactor.
En efecto, es cierto que cuando se los mide en términos de importes en dólares, los esfuerzos combinados de las tradicionales organizaciones de caridad a fines del siglo 19, tales como el Ejército de Salvación, eran pequeños si se los compara con aquellos del moderno Estado de Bienestar. El principal problema con tal opinión es que la misma pierde por completo el punto. Falla en contemplar, por ejemplo, la circunstancia de que antes de la aparición del Estado de Bienestar, los estadounidenses de todas las clases compartían una profunda aversión por la dependencia ya sea de la caridad organizada de manera privada como de la ayuda gubernamental. En verdad, existía un gran estigma en la cultura popular en lo atinente a cualquier forma de lo que podría denominarse ayuda jerárquica (ayuda en la cual aquellos que tienen las riendas de la billetera se encuentran más arriba en la escala socio-económica que los beneficiarios).
Mientras la mayoría de los estadounidenses en esa época admitían que dichas agencias desempeñaban funciones necesarias y positivas, aún los más pobres entre los pobres las consideraban un último recurso y solamente uno temporal. Como resultado de ello, el tamaño de la población dependiente era infinitesimal para los parámetros actuales. Según un estudio de la Oficina Estadounidense del Censo, en el año 1905 solamente 1 de cada 150 estadounidenses (excluidos los prisioneros) residían en alguna clase de institución pública o privada, incluidos los hospicios, los asilos, los orfanatos y los hospitales.
El número de estadounidenses dependientes de la asistencia era también pequeño. Hacia fines de 1931, cerca de 93.000 familias recibían pensiones a las madres, antecedentes financiados por el Estado del programa actual de Ayuda a las Familias con Hijos Dependientes (AFDC es su sigla en inglés.) En comparación, la carga de la AFDC incluye a 4,6 millones de progenitores.
Paradójicamente, este auge en las nóminas de pago del Bienestar ha tenido lugar a pesar de una masiva declinación de los índices de pobreza desde el siglo veinte. Esto plantea un obvio interrogante: ¿Cómo los estadounidenses fueron alguna vez capaces de evitar tal dependencia? Parte de la respuesta es que ellos podían respaldarse en una amplia diversidad de acuerdos de auto-ayuda y de asistencia mutua, la mayoría de los cuales ya no existen.
Estos arreglos podrían denominarse de asistencia reciproca, en la cual los donantes y los beneficiarios tendían a provenir de los mismos, o de casi los mismos, caminos de la vida; los beneficiarios de hoy podían ser los donantes de mañana, y viceversa.
Aparte del desembolso informal por parte de vecinos y amigos, y de la asistencia proporcionada a través de las congregaciones religiosas, las principales fuentes de asistencia reciproca eran las sociedades fraternales tales como los Knights of Pythias, los Sons of Italy, la Polish National Alliance, y la Independent Order of Odd Fellows. Las actividades de estas sociedades empequeñecían a aquellas de la caridad organizada y de las burocracias gubernamentales de ayuda a los pobres. En 1920, Por ejemplo, existían más de 10.000 ordenes fraternales en los Estados Unidos con aproximadamente 100.000 logias distintas. Ese año, cerca de 18 millones de estadounidenses (la mayoría de ellos asalariados) eran miembros—casi el 30 por ciento de todos los adultos de más de 20 años de edad. En contraste, cerca del 10 por ciento de los trabajadores de aquella época pertenecían a sindicatos de trabajadores.
Mientras que las sociedades fraternales diferían ampliamente en sus métodos y objetivos, en general tenían como característica común un sistema descentralizado de logias, algún tipo de ritual, y el pago de los beneficios en épocas de enfermedad y de fallecimiento. Esencialmente, las ordenes fraternales pueden ser definidas como agencias de seguros mutuos para el suministro de bienestar social a los miembros y a sus familias.
Para 1910, de manera creciente las mismas incluían el tratamiento de un médico en su menú de servicios. El método preferido era el de que una logia contratase con un facultativo a fin de que atendiera a sus miembros sobre la base de un cargo fijo por persona. Dos de las más prominentes organizaciones que adoptaron este sistema, conocido en ese entonces como el «consultorio de la logia», eran los Foresters y la Fraternal Order of Eagles. El costo de este servicio era muy bajo. Los Foresters cobraban dos dólares al año por la atención de un médico; las Eagles cobraban un dólar. En el caso de las Eagles, la cobertura se extendía a la familia inmediata del miembro e incluida a las visitas a domicilio.
El consultorio de la logia estableció una posición particularmente fuerte en las áreas urbanas. Por ejemplo, solamente en el bajo este de Manhattan, 500 médicos tenían contratos con logias judías. Durante la década de 1920, existía un número estimado de 600 sociedades fraternales entre los negros de Nueva Orleans que ofrecían los servicios de un médico.
Entre los ejemplos menos conocidos pero más fascinantes estaban los hospitales fraternales entre los negros. Apartándose del patrón general de declinación de las sociedades fraternales a medida que el siglo avanzaba, muchos de estos hospitales se originaron en los años 30 y 40. Un ejemplo era el hospital de los Knights and Daughters of Tabor en Mississippi, el cual entre 1942 y 1964 atendió a más de 135.000 pacientes, muchos de ellos aparceros. En 1964, un arancel total de $30 al año le permitía a los miembros acceder a la cirugía mayor y menor. Como la mayor parte de los hospitales para negros, era una empresa de baja tecnología la cual probablemente funcionaría quebrantando los estándares de certificación actuales. No obstante, dada la gran pobreza de sus miembros, representaba un logro importante. Los recuerdos de los pacientes indican que el personal a menudo evidenciaba un ahínco misionero que suplía muchos faltantes técnicos.
La mayoría de los líderes de las sociedades fraternales rechazaban el punto de vista de que sus beneficios eran en algún sentido una caridad. Una típica expresión de esta actitud puede ser hallada en un artículo escrito en 1905 por una oficial de las Ladies of the Maccabees. Esta sociedad era la mayor sociedad fraternal controlada exclusivamente por mujeres y en su cúspide tenía más de 200.000 miembros. La autora afirmaba que «en la fraternidad, no hay caridad alguna, ninguna humillación al aceptar ayuda, dado que es el derecho del miembro en pena recibir aquello para lo que él o ella han contribuido y un deber reconocido de los otros miembros a darlo». Al mismo tiempo, rechazaba la idea de que los beneficios fraternales eran en algún sentido derechos con un final abierto. Por el contrario, especificó que los miembros perdían su derecho a recibir ayuda si fallaban en obedecer las reglas de la organización.
En la década de 1930, las sociedades fraternales ingresaron en un periodo de declinación del cual nunca se recuperaron. Mientras el número de miembros de las logias se recuperó de alguna manera en los años 40, el mismo no retornó a sus picos previos a la Gran Depresión. (Han habido notables excepciones. Moose International tiene actualmente un número récord de un millón miembros y opera un orfanato y una escuela florecientes). Los historiadores han planteado varias explicaciones posibles, incluido el auge del seguro comercial entre la clase trabajadora y la competencia del atractivo de formas de entretenimiento tales como la radio y las películas.
Otro factor que contribuyó a la declinación de las ordenes fraternales fue el rol de las asociaciones médicas. Para 1910, la profesión había lanzado una guerra total contra los servicios médicos fraternales, y las sociedades médicas locales imponían múltiples sanciones contra los médicos que aceptasen estos contratos. Un método de cumplimiento altamente eficaz era el de presionar a los hospitales para que les cerraran sus puertas a los miembros de las logias agraviantes. En 1914, el Dr. Robert Allen en el Journal of the American Medical Association pudo escribir, pero con exigua exageración, que «escasamente exista una ciudad en el país en la cual las sociedades médicas no hayan emitido edictos contra los miembros que aceptan contratos para los consultorios de las logias». Otra causa probable, a pesar de que existe una falta de evidencia fuerte sobre la causa y el efecto, es el auge del Estado de Bienestar regulador.
Un hecho está claro. Las primeras tres décadas del siglo veinte trajeron una expansión rápida y sin precedentes del rol del bienestar gubernamental. Las dos principales fuentes de ese crecimiento fueron las pensiones a la viudez y las indemnizaciones laborales. En 1910, ningún estado tenía alguno de esos programas; para 1931, ambos eran casi universales. Tan solo durante los años 20, el número de individuos en las nóminas de pago de las pensiones por viudez más que se duplicó. Y esta expansión de los servicios gubernamentales coincidió con la declinación de la membresía fraternal.
Por si sirve de algo, varios líderes de las sociedades fraternales plantearon una relación entre estas dos tendencias. Tal como una revista de la Fraternal Order of Eagles lo expresara en 1915, «el Estado está haciendo o está planeando hacer por los asalariados aquello que nuestra Orden fue pionera en hacer 18 años atrás. Todo esto está disminuyendo el atractivo popular de nuestras prestaciones benéficas. Con ese atractivo debilitado o desaparecido, habremos perdido un fuerte argumento a favor de unirse a la Orden; dado que ninguna fraternidad puede depender enteramente de sus prestaciones recreativas para atraer miembros».
En contraste con sus contrapartes modernas, los líderes de opinión en el área del bienestar social a fines del siglo 19 a menudo exhibían una apreciación aguda por el impacto de la asistencia mutua y de la auto-ayuda. En 1913, por ejemplo, Edward T. Devine, un prominente trabajador social, le recordaba a sus colegas que millones de personas pobres fueron capaces no solamente de sobrevivir, sino incluso de progresar, sin recurrir a las caridades organizadas ni a la asistencia gubernamental:
Aquellos que estamos involucrados en tareas de asistencia nos encontramos aptos para obtener impresiones muy distorsionadas acerca de la importancia, en la economía social, de los fondos que estamos distribuyendo o de los esquemas sociales que estamos promoviendo . . . Si no existiesen recursos en épocas de aflicción excepcional a excepción del suministro que los individuos voluntariamente harían por su propia cuenta y de la ayuda vecinal informal que la gente se daría los unos a los otros . . . la mayoría de los infortunios aún serían atendidos, y muy probablemente, la tasa de mortalidad, la tasa de enfermedades, la tasa de orfandad, y la tasa de agotamiento físico y nervioso serían muy pequeñas, si no algo más altas, que en la actualidad.
Pero una vez que las sociedades fraternales fueron empujadas hacia los márgenes del bienestar social, los estadounidenses comenzaron a depender de los caprichos de las organizaciones jerárquicas controladas por el gobierno.
Yo sería el primero en argumentar en contra del hecho de confiar en demasía en las denominadas lecciones de la historia. Al mismo tiempo, la experiencia del pasado ofrece un amplio motivo para ser escéptico de las recientes propuestas de una reforma del bienestar tal como la impulsada ya sea por el Presidente Clinton como por el Congreso. Estas propuestas están destinadas a ser insuficientes, a menos que las mismas creen un medioambiente en el cual los estadounidenses se encuentre nuevamente motivados a involucrarse en la asistencia mutua y en la auto-ayuda. Si el antecedente histórico nos dice algo, es que tales arreglos no pueden ser creados mediante una decisión política.
Traducido por Gabriel Gasave
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