En vista del callejón sin salida presupuestario entre Newt Gingrich, incitando a una revolución, y Bill Clinton, defendiendo acérrimamente el status quo, uno podría concluir que el estado de bienestar es una red enmarañada de la cual ninguna nación puede escaparse. Pero Chile y Nueva Zelanda han demostrado que el gobierno grande puede ser revertido. Reduciendo al gobierno, han disminuido su deuda pública, acelerado su crecimiento económico, y restaurado las esperanzas de sus ciudadanos en un futuro mejor.
Desde mediados de los años setenta los chilenos han transformado su atrasado estado de bienestar en una de las economías más progresistas del mundo. Redujeron el crecimiento monetario, abolieron las barreras comerciales, y privatizaron las empresas de propiedad del gobierno, podando a dos tercios del sector público. Recortando impuestos y gastos aún más, el gobierno ha eliminado su déficit, teniendo recientemente un superávit cercano al 2% del PBI.
La tasa interna de ahorro de Chile se ha incrementado a más del 25% del PBI (dos veces la tasa de los EE.UU.), permitiendo una correspondientemente alta tasa de inversión, acrecentada por la fuerte inversión extranjera. La economía ha crecido al 7% anual durante la década pasada (más de dos veces la tasa de los EE.UU..)
En 1981 los chilenos comenzaron a privatizar su sistema de Seguridad Social. Como nosotros, tenían un sistema gubernamental de reparto para las pensiones a la vejez, el que había sido desvergonzadamente desvirtuado y quebrado por los políticos. En su lugar, los reformadores instalaron un arreglo por el cual compañías privadas, conocidas como AFP (Administradoras de Fondos de Pensión), compiten por manejar los ahorros de retiro de los trabajadores, quienes tienen amplia latitud para decidir cuánto contribuir–del 10% al 20% de sus salarios. (los trabajadores estadounidenses pagan el 12,4%, computando la parte del empleado y la supuesta parte del empleador del impuesto OASDI, sigla en inglés para el Seguro a la Vejez y a la Discapacidad.)
Nueve de cada diez chilenos eligieron incorporarse al nuevo sistema. Ahora los trabajadores poseen sus propias cuentas de jubilación. Al momento de retirarse pueden recibir una pensión de su AFP o comprar una anualidad de por vida de parte de una compañía de seguros privada. Según José Piñera, el ministro que operó la privatización, los «trabajadores no han perdido ni diez centavos,» y las pensiones bajo el nuevo sistema son entre un 40 y un 50% más altas. Debido a que muchos trabajadores eligieron aportar más que el mínimo, el ahorro privado y la inversión de Chile se han elevado.
Nueva Zelanda es también instructiva. Después de la Segunda Guerra Mundial el crecimiento del gobierno estranguló constantemente su progreso. El proteccionismo extremo, los altos subsidios agrícolas, la enorme deuda nacional, las elevadas tasas tributarias, y el bienestar desenfrenado contribuyeron a ello. Dice John Wood, embajador de Nueva Zelanda en los Estados Unidos, antes de 1984 «nosotros nos encontrábamos regulados, protegidos, y centralizados tan firmemente como cualquier país de la Europa oriental, y desempañándonos de manera similar.”
Para revertir este curso desastroso, los neozelandeses eligieron en 1984 a un nuevo gobierno que comenzó con las amplias reformas. Abandonaron los controles de las divisas extranjeras, desreglamentaron el sector financiero, rebajaron drásticamente los aranceles en dos tercios y abrieron los mercados a la competencia internacional. Los subsidios agrícolas, que habían constituido el 30% de los ingresos de los granjeros, fueron virtualmente eliminados.
Mediante un proceso de dos etapas, Nueva Zelanda se desprendió de muchas de sus empresas estatales. Primero, se les exigió a las firmas operar sobre una base comercial y se les otorgó la flexibilidad para hacerlo. En segundo lugar, las firmas fueron vendidas a propietarios privados. Desde 1987 el gobierno ha vendido 21 empresas estatales por valor de NZ$12.8 mil millones (billones en inglés.) El empleo público ha sido reducido en un 59% desde 1984.
En Telecom New Zealand, comercializada en 1987 y privatizada en 1990, el empleo cayó de 26.500 a 9.300. Telecom substituyó su tecnología anticuada por un sistema digital moderno y ahora compite con MCI en larga distancia y Bell South en el servicio celular. Previamente la misma recibía subsidios; ahora tiene ingresos netos positivos y paga impuestos.
Los neozelandeses derogaron las leyes laborales restrictivas y desreglamentaron los mercados de trabajo. Reformaron el bienestar, reduciendo los beneficios y dirigiéndolos con más precisión hacia aquellos en situación de genuina necesidad. Una ley sancionada en 1989 hace al titular del banco central personalmente responsable de mantener a la tasa de inflación por debajo del 2%.
La tasa de crecimiento económico de Nueva Zelanda ha sido recientemente cercana al 5% y su tasa de inflación por debajo del 2%. Se ha eliminado el déficit gubernamental, que era del 9% del PBI en 1984, y un superávit es ahora anticipado. El gasto público ha caído del 41% al 34% del PBI y continúa bajando. El desempleo ha caído de un pico de 10,9% a 6,6%.
El atolladero de Gingrich–Clinton sugiere que los estadounidenses se encuentran estancados con nuestro actual tamaño y alcance del gobierno–y la mediocre economía que las restricciones gubernamentales provocan. Pero los milagros económicos de Chile y de Nueva Zelanda demuestran que, aún para las naciones enredadas en el estado de bienestar, la revitalización económica es posible. Todo lo que se precisa es la voluntad política de reducir radicalmente al gobierno y de liberar las energías creativas de los individuos, dejando a los ciudadanos libres para cooperar y competir en mercados abiertos.
Traducido por Gabriel Gasave
Chile y Nueva Zelanda: Modelos para la reforma de los EE.UU.
En vista del callejón sin salida presupuestario entre Newt Gingrich, incitando a una revolución, y Bill Clinton, defendiendo acérrimamente el status quo, uno podría concluir que el estado de bienestar es una red enmarañada de la cual ninguna nación puede escaparse. Pero Chile y Nueva Zelanda han demostrado que el gobierno grande puede ser revertido. Reduciendo al gobierno, han disminuido su deuda pública, acelerado su crecimiento económico, y restaurado las esperanzas de sus ciudadanos en un futuro mejor.
Desde mediados de los años setenta los chilenos han transformado su atrasado estado de bienestar en una de las economías más progresistas del mundo. Redujeron el crecimiento monetario, abolieron las barreras comerciales, y privatizaron las empresas de propiedad del gobierno, podando a dos tercios del sector público. Recortando impuestos y gastos aún más, el gobierno ha eliminado su déficit, teniendo recientemente un superávit cercano al 2% del PBI.
La tasa interna de ahorro de Chile se ha incrementado a más del 25% del PBI (dos veces la tasa de los EE.UU.), permitiendo una correspondientemente alta tasa de inversión, acrecentada por la fuerte inversión extranjera. La economía ha crecido al 7% anual durante la década pasada (más de dos veces la tasa de los EE.UU..)
En 1981 los chilenos comenzaron a privatizar su sistema de Seguridad Social. Como nosotros, tenían un sistema gubernamental de reparto para las pensiones a la vejez, el que había sido desvergonzadamente desvirtuado y quebrado por los políticos. En su lugar, los reformadores instalaron un arreglo por el cual compañías privadas, conocidas como AFP (Administradoras de Fondos de Pensión), compiten por manejar los ahorros de retiro de los trabajadores, quienes tienen amplia latitud para decidir cuánto contribuir–del 10% al 20% de sus salarios. (los trabajadores estadounidenses pagan el 12,4%, computando la parte del empleado y la supuesta parte del empleador del impuesto OASDI, sigla en inglés para el Seguro a la Vejez y a la Discapacidad.)
Nueve de cada diez chilenos eligieron incorporarse al nuevo sistema. Ahora los trabajadores poseen sus propias cuentas de jubilación. Al momento de retirarse pueden recibir una pensión de su AFP o comprar una anualidad de por vida de parte de una compañía de seguros privada. Según José Piñera, el ministro que operó la privatización, los «trabajadores no han perdido ni diez centavos,» y las pensiones bajo el nuevo sistema son entre un 40 y un 50% más altas. Debido a que muchos trabajadores eligieron aportar más que el mínimo, el ahorro privado y la inversión de Chile se han elevado.
Nueva Zelanda es también instructiva. Después de la Segunda Guerra Mundial el crecimiento del gobierno estranguló constantemente su progreso. El proteccionismo extremo, los altos subsidios agrícolas, la enorme deuda nacional, las elevadas tasas tributarias, y el bienestar desenfrenado contribuyeron a ello. Dice John Wood, embajador de Nueva Zelanda en los Estados Unidos, antes de 1984 «nosotros nos encontrábamos regulados, protegidos, y centralizados tan firmemente como cualquier país de la Europa oriental, y desempañándonos de manera similar.”
Para revertir este curso desastroso, los neozelandeses eligieron en 1984 a un nuevo gobierno que comenzó con las amplias reformas. Abandonaron los controles de las divisas extranjeras, desreglamentaron el sector financiero, rebajaron drásticamente los aranceles en dos tercios y abrieron los mercados a la competencia internacional. Los subsidios agrícolas, que habían constituido el 30% de los ingresos de los granjeros, fueron virtualmente eliminados.
Mediante un proceso de dos etapas, Nueva Zelanda se desprendió de muchas de sus empresas estatales. Primero, se les exigió a las firmas operar sobre una base comercial y se les otorgó la flexibilidad para hacerlo. En segundo lugar, las firmas fueron vendidas a propietarios privados. Desde 1987 el gobierno ha vendido 21 empresas estatales por valor de NZ$12.8 mil millones (billones en inglés.) El empleo público ha sido reducido en un 59% desde 1984.
En Telecom New Zealand, comercializada en 1987 y privatizada en 1990, el empleo cayó de 26.500 a 9.300. Telecom substituyó su tecnología anticuada por un sistema digital moderno y ahora compite con MCI en larga distancia y Bell South en el servicio celular. Previamente la misma recibía subsidios; ahora tiene ingresos netos positivos y paga impuestos.
Los neozelandeses derogaron las leyes laborales restrictivas y desreglamentaron los mercados de trabajo. Reformaron el bienestar, reduciendo los beneficios y dirigiéndolos con más precisión hacia aquellos en situación de genuina necesidad. Una ley sancionada en 1989 hace al titular del banco central personalmente responsable de mantener a la tasa de inflación por debajo del 2%.
La tasa de crecimiento económico de Nueva Zelanda ha sido recientemente cercana al 5% y su tasa de inflación por debajo del 2%. Se ha eliminado el déficit gubernamental, que era del 9% del PBI en 1984, y un superávit es ahora anticipado. El gasto público ha caído del 41% al 34% del PBI y continúa bajando. El desempleo ha caído de un pico de 10,9% a 6,6%.
El atolladero de Gingrich–Clinton sugiere que los estadounidenses se encuentran estancados con nuestro actual tamaño y alcance del gobierno–y la mediocre economía que las restricciones gubernamentales provocan. Pero los milagros económicos de Chile y de Nueva Zelanda demuestran que, aún para las naciones enredadas en el estado de bienestar, la revitalización económica es posible. Todo lo que se precisa es la voluntad política de reducir radicalmente al gobierno y de liberar las energías creativas de los individuos, dejando a los ciudadanos libres para cooperar y competir en mercados abiertos.
Traducido por Gabriel Gasave
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