Franklin Delano Roosevelt, un héroe tanto del Presidente Clinton como de Newt Gingrich, hizo su campaña para la presidencia en 1932 sobre la base de una plataforma que prometía derogar la Prohibición.*
Los ingresos en concepto del impuesto a las ganancias se habían contraído dramáticamente durante la Gran Depresión y el gobierno federal se encontraba desesperado por los recursos que generaría un impuesto sobre las ventas legales de licor. Un novato de la política de ese entonces, era instado a observar que el plan de recuperación económica del Partido Demócrata parecía estar basado en la esperanza de que si tan solo se les diese una oportunidad, los estadounidenses se beberían a sí mismos en un presupuesto equilibrado.
Avanzando rápidamente llegamos hasta el testimonio de Hillary Clinton ante la Cámara de Representantes en septiembre de 1993, cuando la primera dama debatió la propuesta de la administración de ayudar a financiar la reforma del sistema de cuidado de la salud imponiéndole a los cigarrillos un impuesto de $105 mil millones (billones en inglés) durante cinco años.
Al ser interrogada sobre qué sucedería si los ingresos provenientes de los impuestos sobre los cigarrillos declinasen, Clinton respondió: «Si existe una forma en la que usted pueda siempre idear gravar a sustancias como (la cafeína, el colesterol, la sal, el azúcar y el alcohol), estaremos felices de considerarla.»
Como FDR antes que ella, Clinton se encontraba interesada principalmente en la recaudación potencial de los ingresos provenientes de impuestos federales al consumo substancialmente más altos. Pero su propuesta, era la característica de un número creciente de ingenieros sociales quienes abogan por manipular a la política tributaria a efectos de desalentar las formas de vida políticamente incorrectas.
Para justificar sus preferencias coercitivas, estos neo-puritanos alegan que los consumidores no asumen la totalidad de los costos de sus malsanas elecciones, sino que por el contrario, le imponen tales costos al resto de la sociedad.
La mezcla de la economía del costo social y de la corrección política neo-puritana es un potente brebaje, tanto debilitante como adictivo. Sin ruborizarse, los neo-puritanos actúan como si los recursos del consumidor le pertenecieran al gobierno, como si el mismo trampease al recaudador de impuestos yéndose a la tumba más tempranamente.
Para ayudar a alinear los costos privados de los consumidores más cercanamente con los costos sociales, los neo-puritanos reclaman la intervención gubernamental a través de impuestos selectivos. Los individuos incorregibles, que continúan comprando a precios más elevados por la aplicación de los impuestos, están de esta manera forzados a ayudar a pagar por los costos que supuestamente imponen sobre sociedad.
Pero los impuestos al consumo selectivos son selectivos solamente en cuanto a gravar los productos–son indiscriminados en gravar a los consumidores. Los individuos que utilizan los productos políticamente incorrectos con moderación, enfrentan la misma alícuota tributaria marginal que aquellos que abusan de ellos. Pese a que a menudo están políticamente aliadas, las metas de los neo-puritanos y de los que desean aumentar los impuestos se encuentran en conflicto. Aquella alícuota tributaria que es lo suficientemente elevada como para reducir el consumo, genera al mismo tiempo pocos ingresos fiscales.
En consecuencia, la política gubernamental hacia las drogas ilícitas y el alcohol se ha encontrado trabada en un ciclo reglamentario del impuesto y del tabú: La indignación moral conduce a la prohibición, la cual proporciona beneficios psíquicos a las almas arrepentidas el domingo por la mañana y beneficios monetarios a los contrabandistas que proveen el licor a su carne más débil el sábado a la noche.
El pandillaje y la amplia desobediencia de la ley–para no mencionar al estrechamiento de la base tributaria–que de manera predecible sobreviene, exige una derogación y el ciclo vuelve a comenzar.
Como los ejemplos de FDR y de Clinton lo indican, la tensión entre la prohibición y la maximización tributaria es una tema perdurable en la política estadounidense.
¿Es de alguna manera mejor prohibir directamente la posesión y la venta de ciertas substancias, y de esa forma trasladar las transacciones a la economía subterránea? ¿O deberían las transacciones que involucran a estas substancias ser legalizadas y gravadas? La popularidad de las apuestas del casino y de la lotería sugiere que el gobierno no se inhibe de promover el vicio cuando los ingresos fiscales disminuyen.
Veinte años atrás, la Comisión Federal del Comercio (FTC es su sigla en inglés) fue etiquetada como la niñera nacional por intentar reglamentar la publicidad de los cereales para niños.
Los comentaristas de los medios eran acertadamente displicentes con la idea de que una agencia gubernamental fuese competente para sermonear a los padres sobre qué deberían permitir que sus hijos comiesen a la hora del desayuno.
Pero la arrogancia de la FTC de Jimmy Carter palidece en comparación con la propaganda casi histérica de la actual policía de la forma de vida, que exige que el gobierno legisle un sociedad libre de humo, sin grasa, descafeinada, libre de armas y políticamente correcta, sin importarle las libertades individuales que deben ser sacrificadas en el proceso.
*Nota del Traductor:
Se refiere a la prohibición nacional del alcohol (1920-33)–el «experimento noble»-establecida con la idea de reducir el crimen y la corrupción, resolver los problemas sociales, reducir la carga tributaria creada por las prisiones y los asilos, y mejorar la salud y la higiene en los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
El recaudador de impuestos para un Estado niñera
Franklin Delano Roosevelt, un héroe tanto del Presidente Clinton como de Newt Gingrich, hizo su campaña para la presidencia en 1932 sobre la base de una plataforma que prometía derogar la Prohibición.*
Los ingresos en concepto del impuesto a las ganancias se habían contraído dramáticamente durante la Gran Depresión y el gobierno federal se encontraba desesperado por los recursos que generaría un impuesto sobre las ventas legales de licor. Un novato de la política de ese entonces, era instado a observar que el plan de recuperación económica del Partido Demócrata parecía estar basado en la esperanza de que si tan solo se les diese una oportunidad, los estadounidenses se beberían a sí mismos en un presupuesto equilibrado.
Avanzando rápidamente llegamos hasta el testimonio de Hillary Clinton ante la Cámara de Representantes en septiembre de 1993, cuando la primera dama debatió la propuesta de la administración de ayudar a financiar la reforma del sistema de cuidado de la salud imponiéndole a los cigarrillos un impuesto de $105 mil millones (billones en inglés) durante cinco años.
Al ser interrogada sobre qué sucedería si los ingresos provenientes de los impuestos sobre los cigarrillos declinasen, Clinton respondió: «Si existe una forma en la que usted pueda siempre idear gravar a sustancias como (la cafeína, el colesterol, la sal, el azúcar y el alcohol), estaremos felices de considerarla.»
Como FDR antes que ella, Clinton se encontraba interesada principalmente en la recaudación potencial de los ingresos provenientes de impuestos federales al consumo substancialmente más altos. Pero su propuesta, era la característica de un número creciente de ingenieros sociales quienes abogan por manipular a la política tributaria a efectos de desalentar las formas de vida políticamente incorrectas.
Para justificar sus preferencias coercitivas, estos neo-puritanos alegan que los consumidores no asumen la totalidad de los costos de sus malsanas elecciones, sino que por el contrario, le imponen tales costos al resto de la sociedad.
La mezcla de la economía del costo social y de la corrección política neo-puritana es un potente brebaje, tanto debilitante como adictivo. Sin ruborizarse, los neo-puritanos actúan como si los recursos del consumidor le pertenecieran al gobierno, como si el mismo trampease al recaudador de impuestos yéndose a la tumba más tempranamente.
Para ayudar a alinear los costos privados de los consumidores más cercanamente con los costos sociales, los neo-puritanos reclaman la intervención gubernamental a través de impuestos selectivos. Los individuos incorregibles, que continúan comprando a precios más elevados por la aplicación de los impuestos, están de esta manera forzados a ayudar a pagar por los costos que supuestamente imponen sobre sociedad.
Pero los impuestos al consumo selectivos son selectivos solamente en cuanto a gravar los productos–son indiscriminados en gravar a los consumidores. Los individuos que utilizan los productos políticamente incorrectos con moderación, enfrentan la misma alícuota tributaria marginal que aquellos que abusan de ellos. Pese a que a menudo están políticamente aliadas, las metas de los neo-puritanos y de los que desean aumentar los impuestos se encuentran en conflicto. Aquella alícuota tributaria que es lo suficientemente elevada como para reducir el consumo, genera al mismo tiempo pocos ingresos fiscales.
En consecuencia, la política gubernamental hacia las drogas ilícitas y el alcohol se ha encontrado trabada en un ciclo reglamentario del impuesto y del tabú: La indignación moral conduce a la prohibición, la cual proporciona beneficios psíquicos a las almas arrepentidas el domingo por la mañana y beneficios monetarios a los contrabandistas que proveen el licor a su carne más débil el sábado a la noche.
El pandillaje y la amplia desobediencia de la ley–para no mencionar al estrechamiento de la base tributaria–que de manera predecible sobreviene, exige una derogación y el ciclo vuelve a comenzar.
Como los ejemplos de FDR y de Clinton lo indican, la tensión entre la prohibición y la maximización tributaria es una tema perdurable en la política estadounidense.
¿Es de alguna manera mejor prohibir directamente la posesión y la venta de ciertas substancias, y de esa forma trasladar las transacciones a la economía subterránea? ¿O deberían las transacciones que involucran a estas substancias ser legalizadas y gravadas? La popularidad de las apuestas del casino y de la lotería sugiere que el gobierno no se inhibe de promover el vicio cuando los ingresos fiscales disminuyen.
Veinte años atrás, la Comisión Federal del Comercio (FTC es su sigla en inglés) fue etiquetada como la niñera nacional por intentar reglamentar la publicidad de los cereales para niños.
Los comentaristas de los medios eran acertadamente displicentes con la idea de que una agencia gubernamental fuese competente para sermonear a los padres sobre qué deberían permitir que sus hijos comiesen a la hora del desayuno.
Pero la arrogancia de la FTC de Jimmy Carter palidece en comparación con la propaganda casi histérica de la actual policía de la forma de vida, que exige que el gobierno legisle un sociedad libre de humo, sin grasa, descafeinada, libre de armas y políticamente correcta, sin importarle las libertades individuales que deben ser sacrificadas en el proceso.
*Nota del Traductor:
Se refiere a la prohibición nacional del alcohol (1920-33)–el «experimento noble»-establecida con la idea de reducir el crimen y la corrupción, resolver los problemas sociales, reducir la carga tributaria creada por las prisiones y los asilos, y mejorar la salud y la higiene en los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
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