Perdió el Perú
Ganó. Tal como vaticinaron las encuestas. Ahora, de repetir el plato en mayo, Humala pondrá por encima de la legitimidad democrática imperfecta que tenemos, una legitimidad inefable.
Porque eso es lo que va a hacer este aventurero con la democracia: Cargársela. Liquidarla. Fusilarla. Mismo verdugo coranizado, al grito de “Isaac es grande” va a dictar su fatwa contra el estado de derecho. Si vuelve a ganar, repito.
Y a nosotros, los peruanos, nos va a dejar como modelos de Spencer Tunick, ese fotógrafo neoyorquino que reinventó el cuento del traje nuevo del emperador: Calatos. Como trasfondo pornográfico. Color carne.
En medio de un aire negro como piel de foca. Caminando en fila, todos, hacia el paredón. “Igual que un chancho viejo camino al matadero”, diría el poeta Antonio Cisneros. Así vamos a terminar.
Ganó el heraldo de la desgracia, el arúspice del desastre. Que eso y más es Ollanta Humala: El agorero del caos y el jeremías de lo inevitable. El trompetero del Apocalipsis. El sacristán de Hugo Chávez, que quiere, iluminado por una idea de foquito de historieta, hacer del Perú una película de buenos y malos.
Que en nuestro país ocurran cosas estúpidas, es algo normal, vamos. Le distraen incluso a uno de la rutina. Pero que el Perú haga gala de un borreguismo intrínseco, como el manifestado ayer, nos lleva a pensar que si nuestro voto vale tan poco, no sé para qué rayos hemos de pagar impuestos. Porque ahora, además, hay que ahorrar para la que se nos viene encima. Si vuelve a ganar Humala, insisto.
En fin. Tenemos un mes largo por delante. Para pensar y discernir que todavía estamos a tiempo de librarnos del estigma del malditismo, que es ese sello que caracteriza al Perú, cuna de todos los milagros y todos los disparates, país tan dado en derrochar lo que no tiene, donde en todas las elecciones perdemos siempre los peruanos.
En el que algunos nos sentimos Chesterton diciendo: “Voy a envejecer para todo, para el amor, para la mentira, pero nunca envejeceré para el asombro”.
Recapacitemos. Hay tiempo, todavía. Sé que Camus decía que “la estupidez insiste siempre”, pero ése no debe ser necesariamente nuestro sino. No se puede ser neutral con el autoritarismo.
Ni se puede ser benévolo con el notario de la insensatez. Alan, si los números de ayer a las cuatro de la tarde dicen la verdad, desde ya cuentas con mi voto
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