Lecciones históricas para el debate de inmigración y comercio en EE.UU.
The Wall Street Journal Americas
El auge de la inmigración inquieta a los trabajadores de Estados Unidos, y genera llamados para que las autoridades detengan el flujo. El Congreso, por su parte, evalúa imponer aranceles más altos para proteger a las industrias locales que están en aprietos. Los temores acerca de la seguridad del país intensifican la ansiedad respecto de los extranjeros. La creciente brecha entre los ricos y la clase media desata angustias sobre la globalización.
Todo esto suena muy actual en Estados Unidos, pero podría perfectamente describir la situación imperante en la década de los 20, cuando el país cerró sus puertas a la inmigración europea durante años. También podría ilustrar la década de los 80, cuando los despidos en las fábricas suscitaron llamados para restringir la inmigración ilegal.
En esa ocasión, el presidente Ronald Reagan buscó que las partes cedieran un poco. Su gobierno persuadió a Japón a establecer restricciones “voluntarias” a sus exportaciones, coordinó un descenso en el valor del dólar y otorgó una amnistía a algunos inmigrantes.
EE.UU. mantuvo sus puertas abiertas a los bienes, el capital y las personas, y su economía prosperó. Ahora que EE.UU. enfrenta presiones similares, ¿cuáles son las lecciones de esa época?
Frente a tensiones políticas y económicas parecidas, estos dos períodos tuvieron desenlaces muy diferentes, en buena parte debido a las distintas respuestas de los líderes políticos.
Los líderes de hoy están más al tanto de los riesgos de cerrar las fronteras que los de los años 20, y es improbable que EE.UU. retome un curso tan proteccionista. Pero la dirigencia actual carece de los activos políticos de sus contrapartes de los años 80, y los llamados a reducir o revertir la tradicional apertura estadounidense a los bienes, servicios y personas de otros países podrían ser difíciles de resistir. “El potencial para una explosión del sentimiento proteccionista es más grande ahora” que en los 80, dice William Brock, quien fue el representante comercial de Reagan tras desempeñarse durante 13 años como congresista por el estado de Tennessee. “Este es el ambiente menos constructivo que he visto en mis 40 o 50 años entrando y saliendo del gobierno. La gente quiere hallar un chivo expiatorio para casi todo”, dice.
La ambivalencia estadounidense hacia el comercio y la inmigración no es ninguna novedad. A menudo, cuando la economía marcha bien pero ciertos sectores de la sociedad se sienten vulnerables, se intensifica la presión para que el país cierre sus puertas.
El fenónemo también ocurre con la globalización, el libre movimiento de bienes, capital y personas a través de las fronteras, que tiende a perjudicar a algunos grupos y ofrecer grandes beneficios para el resto.
Las importaciones baratas, por ejemplo, son positivas para los consumidores, pero amenazan a las empresas estadounidenses que fabrican productos rivales.
El cierre de las fronteras de los años 20 se produjo después de décadas de mucha inmigración desde Europa del Este y del Sur. La reacción de la década de los 80 tuvo lugar después del surgimiento de grandes déficit comerciales, en particular con Japón. Hoy, las tasas de inmigración a EE.UU. han llegado a niveles que no se habían visto desde los años 20, lo que quedó en evidencia con las gigantescas manifestaciones del lunes.
Al mismo tiempo, las importaciones ahora representan el mayor porcentaje del PIB de EE.UU. de los últimos dos siglos, según Douglas Irwin, historiador especializado en comercio de Dartmouth College. Las fusiones transfronterizas están desatando temores de que empresas de otros países, algunas de ellas estatales, controlen activos estadounidenses considerados vitales.
En sus primeros cuatro años de gestión, el presidente George W. Bush mostró ciertas tendencias proteccionistas, en particular cuando elevó los aranceles sobre las importaciones de acero. En su segundo período, no obstante, se ha mostrado más proclive a la globalización, oponiéndose a la imposición de aranceles a China, defendiendo en forma infructuosa la adquisición de puertos estadounidenses por parte de una empresa de Dubai y proponiendo un programa de trabajadores invitados, sobre el cual ha ofrecido pocos detalles.
Pero el mandatario carece de la popularidad, el capital político y del apoyo de los demócratas y republicanos para prevalecer en el Congreso. Bush ha resaltado los peligros de darle la espalda al mundo.
Pero bajo su gestión se ha avanzado poco en la apertura de las fronteras estadounidenses. Washington ha firmado algunos acuerdos de libre comercio, pero es improbable que se alcance un gran acuerdo multilateral antes de que expire, a mediados de 2007, la autonomía de Bush para negociar sin la aprobación del Congreso.
Aunque algunos de estos reveses no son responsabilidad de Bush, su falta de popularidad y de apoyo bipartidista ha perjudicado su capacidad para promover una agenda pro globalización.
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