Lo que puede hacer Alan García II
Por Carlos Alberto Montaner
Firmas Press
Dice Jaime Bayly que el panorama político peruano empeora y el país se va convirtiendo en una especie de gigantesco reality show secretamente dirigido por Laura Bozzo. En 2001 hubo que votar por Alejandro Toledo para no votar por Alan García. En el 2006 hubo que votar por García para no votar por Ollanta Humala. Teme que en el 2011 haya que votar por Ollanta para impedir que su hermano Antauro, un psicópata preso por matar policías, alcance la presidencia, o que coronen directamente a Laura I como reina de los peruanos en medio de una bronca monumental, como las que aparecen en su programa.
Tal vez no suceda nada de eso. Alan García tiene cinco años para devolverle la cordura al país y la confianza a las instituciones de la República. Todos los peruanos, comenzando por él mismo, que ha dado unas admirables lecciones de humildad, saben que su primer periodo presidencial (1985-1990) fue un empobrecedor disparate, pero García asegura haber aprendido la lección. Ojalá que así sea. La hiperinflación entonces desatada llegó al 7,000 por ciento y evaporó entre cinco y diez mil millones de dólares. García tomó el curso de gobierno más caro de la historia. Sería un alivio comprobar que, al menos, lo aprovechó convenientemente.
¿Qué puede hacer García en los próximos cinco años? Si escucha el clamor de los peruanos, la consigna universal es trabajo. Los peruanos, que son laboriosos, quieren oportunidades de empleo. Jobs, jobs, jobs, dicen los gringos. Pero sólo se conocen dos maneras de generar empleos, y una de ellas, el empleo público, casi siempre es suicida. La otra es la única realmente válida: el puesto de trabajo creado por una empresa privada, o el autoempleo, que es la expresión personal del mismo modelo.
Si García quiere que sus compatriotas trabajen, y desea que los salarios suban paulatinamente, todo lo que tiene que hacer es propiciar furiosamente la creación de empresas. Debe simplificar los trámites, reducir y eliminar impuestos, proteger a los empresarios de las mordidas, establecer sistemas de arbitrajes para resolver conflictos mercantiles, construir la infraestructura necesaria y proteger celosamente los derechos de propiedad. Además, debe gastar poco y equilibrar el presupuesto para que no aumenten las tasas de interés y la moneda conserve su valor.
Supongo que a estas alturas de su vida García ha descubierto que casi todos los estados prósperos del planeta han alcanzado ese envidiable nivel de riqueza como consecuencia de que poseen un tejido empresarial fuerte, diversificado y muy extendido. No tienen muchas empresas porque son ricos. Es al revés: son ricos porque tienen muchas empresas. Ya García sabe que no hay »milagro japonés» o »alemán». Los adultos no creen en los milagros. El milagro es de Toyota y Sony, de Volkswagen y de Bayer. Y, seguramente, en sus prolongados exilios García aprendió que las empresas pueden traer bajo el brazo una gran inversión y un sesudo estudio de factibilidad, pero casi siempre comienzan con tres tipos tercos y laboriosos encerrados en un garaje, hasta que, poco a poco, van creciendo y evolucionando en la medida en que acumulan experiencia y capital. Unos fracasan y otros triunfan, pero es así como se expande la prosperidad.
El argentino Juan Bautista Alberdi dijo que gobernar era poblar. En su época, la primera mitad del siglo XIX, la inmensa Argentina estaba prácticamente vacía. Su compatriota Domingo Faustino Sarmiento opinó que era educar. Veía con horror la multitud de gauchos analfabetos y semisalvajes con los que era muy difícil construir un país moderno. Hay quienes afirman que gobernar es impartir justicia, o mantener la paz, o distribuir equitativamente. Gobernar, sin duda, es muchas cosas, pero si de lo que se trata es de combatir la pobreza y contribuir al desarrollo y la prosperidad, gobernar es, en esencia, fomentar la creación de empresas.
Los peruanos, claro, también quieren agua corriente, alimentos, electricidad, teléfonos, seguridad, buenas escuelas, hospitales eficientes, viviendas aceptables y calles asfaltadas. Y esas aspiraciones, que son legítimas, pueden ser satisfechas. Pero todas dependen de lo mismo: la previa existencia de empresas que generen beneficios, crezcan y paguen impuestos. Sin cumplir con ese requisito gobernar no es difícil: es inútil.
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