El Mundial y la estupidez nacionalista

Por Gabriel Gasave
Comenzó una nueva edición de la Copa del Mundo de fútbol, la número 18, acontecimiento que cada cuatro años inexorablemente atrapa la atención de cientos de millones de almas alrededor del planeta y mueve miles de millones de dólares. Una vez más, cuan modernos flautistas de Hamelin, las banderas y los himnos nacionales-inventos gubernamentales que junto a muchas causas religiosas han provocado más muertes que todas las catástrofes naturales juntas-aglutinarán detrás suyo a enfervorizados simpatizantes.
Nuevamente, como acontece también durante los juegos olímpicos y otros certámenes, los nombres propios cederán en relevancia ante la nacionalidad. Ya no es fulano o mengano quien obtuvo tal medalla o realizó tal magnifica gambeta, sino el país “A” quien supera en el medallero a “B” o el país “J” quien encabeza el Grupo “X”. Al igual que en los sistemas colectivistas que cuando ponen en acción su ingeniería social indefectiblemente el “nosotros” viene a sustituir al vilipendiado “yo” ante cada proyecto público que se pretende implementar, durante estas gestas deportivas vemos también como la primera persona del plural lo avasalla todo. “Ganamos”, “perdimos”, “vamos bien”, “goleamos”, etc. son algunas expresiones mediante las cuales muchos individuos suelen actuar sin moverse de la sala de estar de sus casas.
No es la intención criticar aquí a la saludable y recomendable práctica de un deporte como el fútbol, sino a lo peor de ese primitivo sentimiento nacionalista y tribal que, siempre latente, suele aflorar ante conflictos bélicos o eventos como el de marras. Parecería que estamos ante una guerra a ser librada por 32 naciones, de las cuales solamente una de ellas saldrá airosa. Los disparos de mortero o los misiles son reemplazados por tiros de emboquillada, penales y goles “olímpicos” y las trincheras por barreras humanas, pero la noción subyacente es siempre la misma: Se trata de otro país, de gente distinta, con otro aspecto, idioma y costumbres, en definitiva de un enemigo. Es exactamente el mismo principio por el cual, en otros planos, se alzan muros fronterizos y se exigen pasaportes, se establecen barreras comerciales y aranceles, y por el cual se habla de balanza comercial solamente cuando los bienes pasan a través de una aduana y no cuando cruzan de vereda en un mismo barrio.
Ni siquiera resulta válido el argumento de que al tener cada región sus estilos y características propias de juego, cabe entonces emplear la metáfora del país como jugador. ¿A qué estilo nacional se refieren?. De los 32 países participantes en el certamen, 15 equipos (el 47%) están dirigidos por entrenadores de otro origen. Arabia Saudita, Japón y Portugal cuentan con técnicos brasileños; los equipos de Australia, Trinidad y Tobago y República de Corea son dirigidos por holandeses; Costa de Marfil y Túnez por franceses; Inglaterra-la cuna de ese deporte-está a cargo de un sueco; México de un argentino; Togo de un alemán, Irán de un croata; el conjunto ecuatoriano es dirigido por un oriundo de Colombia; el de Paraguay por un uruguayo y el de Ghana por un serbio. ¿Qué será más relevante al momento en que cada uno de ellos imparta sus directivas, el lugar de residencia actual o el que consta en su certificado de nacimiento? Ello para no mencionar la circunstancia de que el grueso de los jugadores oriundos de las regiones en desarrollo están dispersos en su gran mayoría por equipos europeos.
Tampoco la intersección de específicos paralelos y meridianos en el lugar de nacimiento de los propios jugadores implica una estrecha relación con el terruño al que representan. Apellidos como Bocanegra, Ching, Mastroeni o Onyewu no parecerían haber sido compartidos por alguien en la lista de los pasajeros que arribaron al Cabo Cod en Massachusetts abordo del Mayflower en 1620, y no obstante los mismos corresponden a integrantes del plantel estadounidense. Tampoco Alessandro Santos suena como un descendiente de la dinastía Meiji en el Imperio del Sol Naciente y, sin embargo, jugará en la defensa del equipo japonés. No son poco frecuentes las nacionalizaciones apresuradas antes de algún torneo de esta envergadura para lograr así que determinado jugador represente a un país en particular. Por caso, hasta hace poco un jugador argentino con pasaporte comunitario gracias a su bisabuela nacida en Croacia, se debatía entre representar durante el Mundial al país que lo vio nacer o a la tierra de sus ancestros. Finalmente, no integrará ninguno de los dos seleccionados y se conformará con seguir transpirando la camiseta para Boca Juniors en Buenos Aires.
He atestiguado personalmente la angustia de aquel inmigrante que frente al televisor, en ocasión de enfrentarse el conjunto de su país de origen con el de su tierra adoptiva, sentía que la circunstancia de alentar a viva voz frente a familiares, amigos y vecinos a uno u otro equipo se asemejaba a tomar las armas a favor de uno de ellos durante una conflagración y a una acto equivalente a la más abierta traición. Tampoco han sido ajenos a este fervor patriotero los gobiernos que, cuan si se tratasen de brigadas de mercenarios, en ocasiones ofrecen suculentos premios y prebendas a los integrantes de su conjunto nacional para motivarlos a lograr algún progreso deportivo.
Así como un mundo libre de trabas al comercio y de distorsiones cambiarias artificiales, tendería a tener un solo precio para un mismo producto, con el paso del tiempo el mercado del fútbol se ha ido nivelando espontánea y libremente y las diferencias en la manera de entrenarse y jugar se han ido desdibujando hasta volverse casi imperceptibles. Hoy día, desmenuzar la conformación de cualquier cuadro al azar se asemeja a la apertura de una computadora para analizar sus partes. Veremos que hay decenas de componentes con orígenes diversos y que el acto de estipular un “hecho en…” constituye toda una arbitrariedad.
Es de esperar que algún día este magnífico deporte, deje de tener otras connotaciones que van más allá de un espectáculo en el que 11 profesionales excelentemente remunerados se enfrentan contra otros tantos durante noventa minutos sobre una verdosa superficie. Que los mismos no sean escogidos por compartir ese mero accidente que implica la nacionalidad, sino en función de otros parámetros y que las parcialidades comprendan que nada demasiado relevante está en juego. Entonces, la racionalidad habrá dejado de perder por goleada.
Por ahora, simplemente, іque gane el mejor!
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