Educación: la hora de atreverse al cambio
Por Joaquín Lavín Infante
El Mercurio
Siempre me llamó la atención que, en mis recorridos de campaña, casi nadie mencionaba la educación como un problema. Si preguntaba de la salud y de la educación, tenía claro lo que me iban a decir: la salud, muy mal, ¿y la educación? No, la educación, ningún problema. Es obvio que se estaban refiriendo al acceso. El problema de la salud se “nota” mucho más, porque a la gente no la atienden, porque tienen que hacer cola, porque si hay que operarlos tendrán que esperar meses. En cambio, en la educación, el acceso está, incluso en los lugares más remotos de Chile. El problema sólo queda reflejado al salir de cuarto medio. Ahí la familia se da cuenta, en especial por el resultado de la PSU, que lo que su hijo aprendió fue casi un fraude. Por eso, que las manifestaciones estudiantiles hayan puesto en primer plano la “calidad” de la educación básica y media representa, como se dice hoy, una “oportunidad país”. Es ahora o nunca.
Partamos por señalar que el problema de la calidad de la educación es en realidad el problema de la calidad de la educación pública. Los colegios particulares tendrán sus problemas, y los subvencionados también, pero lo hacen, dentro de todo, bastante mejor. Nuestro problema es que justamente la educación que debería ser clave para garantizar la igualdad de oportunidades, lo hace muy mal. De hecho, lentamente los colegios particulares subvencionados han aumentado su participación de mercado, y si no hacemos algo, a la larga la educación pública se va a quedar sin alumnos. Obviamente, ése no es el camino.
Se han dicho muchas cosas en estos días. Que se modificará la ley para que el Estado garantice la calidad de la educación y la gente pueda exigir a través de los Tribunales. Por favor, ¿qué significa eso? Es casi ridículo. Que se modificará la LOCE. Muchos creen, equivocadamente, que los problemas de Chile se resuelven siempre con una ley. Que los colegios fiscales no pueden discriminar entre los alumnos y tienen que aceptarlos a todos. ¿Y qué hace el Instituto Nacional cuando postulan cuatro mil alumnos al año y acepta sólo a ochocientos? Personalmente, no creo que el problema vaya por ninguno de estos lados. Otros han dicho que el problema está en la formación de los profesores. Tampoco creo en eso. He visto cómo “malos profesores” se transforman en “buenos profesores” si tienen los incentivos correctos.
Todos lo sabemos. No nos saquemos la suerte entre gitanos. El problema de la educación pública reside en una mezcla de falta de recursos con mala gestión. Con una gestión rígida e inflexible. Y ¡ojo!, que si inyectamos recursos sin cambiar la gestión, es lo mismo que botar la plata. Eso es lo que ha pasado en todos estos años.
Fui alcalde mucho tiempo. La educación “municipal” es un nombre, pero de “municipal” no tiene nada. Más aún, en estos años lo que ha habido es una creciente desmunicipalización o centralización. Estoy seguro de que si se hiciera una encuesta seria y anónima, la gran mayoría de mis ex colegas querría devolverle la educación al Estado. Porque las municipalidades están en el peor de los mundos: aparecen como las responsables. Tienen que poner recursos propios porque los del Ministerio no alcanzan. Y, lo que es frustrante, en la práctica no pueden hacer casi nada. Si se trata de pagar el vidrio que se rompió en la sala, ahí está la municipalidad para reponerlo. Pero, ¿y los planes de estudio? ¿Y la posibilidad de cambiar un profesor malo por uno bueno? ¿O de negociar los sueldos? ¿O de buscar con pinzas al mejor director posible para que venga a levantar una escuela o un liceo? Es decir, en lo que respecta a la gestión de los colegios, donde reside la esencia del problema: profesores motivados, directores líderes con capacidad de decisión, ahí la municipalidad no puede hacer nada.
Lo que se necesita es mucho más libertad. Libertad para que los papás puedan elegir, libertad para que instituciones del más diverso tipo (empresas, instituciones religiosas, grupos de padres, sociedades de profesores) puedan crear nuevas escuelas. El problema no es restringir y controlar la libertad de enseñanza. Es ampliarla mucho más. Libertad para que los municipios puedan establecer una jornada escolar completa que no sea más de lo mismo. Libertad para que puedan contratar y despedir profesores y negociar sus sueldos. Libertad para elegir a los mejores directores. Y hay que terminar de una vez por todas con el Estatuto Docente. En el mundo de hoy es absurdo e impresentable que alguien tenga inamovilidad y asegurado su trabajo de por vida. Cuando eso ocurre, los incentivos para “ganarse” el trabajo todos los días comienzan a achatarse. Por eso digo que no es problema de los profesores. Es problema de incentivos correctos. Conozco de cerca la experiencia de los colegios entregados en concesión a los mismos profesores, pero en un esquema en que manejan el colegio “como si fuera de ellos”. Todo cambia.
Llegó el momento de atreverse. Hagamos una revolución educacional, pero en serio.
Centro de Políticas Públicas, Universidad del Desarrollo
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