Proteccionismo: Tiranía al consumidor
Por Jorge Valín
ILE Perú
Las políticas proteccionistas son aquellas que gravan la entrada de productos extranjeros en un país. Tales políticas proteccionistas son mantenidas y defendidas por el estado con la falsa excusa de ayudar a la economía nacional y hacer que nuestro país no pierda competitividad ante el resto defendiendo, a la vez, a los comerciantes ante un invasor económico injustamente superior. La realidad es que interviniendo en la política de precios sólo se asegura un estatismo económico, falta de innovación empresarial, protección de ciertos grupos de presión y el aumento en la recaudación del mayor sector improductivo que jamás ha existido nunca, el estado.
Aumentar el precio de los productos extranjeros es una práctica que en ningún momento beneficia a nadie, ni a las empresas foráneas ni a los consumidores locales, de lo contrario ni las empresas exportarían a nuestro país, ni los consumidores adquirirían tales productos importados. El comercio es un intercambio de mutuo acuerdo, voluntario y pacífico[1] donde tanto las empresas como el consumidor salen ganando.
El proteccionismo impuesto por nuestros países sólo va en detrimento del consumidor restringiendo la libertad de elección del mismo. Las prácticas intervensionistas sobre los precios de los productos son totalmente indefendibles, beneficiando únicamente a agrupaciones cerradas en si mismas como gremios, agrupaciones sectoriales… En este sentido Adam Smith en su gran tratado “La Riqueza de las Naciones” apuntó:
Lo que en el gobierno de toda familia particular constituye prudencia, difícilmente puede ser insensatez en el gobierno de un gran reino. Si un país extranjero puede suministrarnos un artículo más barato de lo que nosotros mismos lo podemos fabricar, nos conviene más comprarlo con una parte del producto de nuestra propia actividad empleada de la manera en que llevamos alguna ventaja […]. En cualquier país, el interés del gran conjunto de la población estriba siempre en comprar cuanto necesita a quienes más baratos se lo venden. Esta afirmación es tan patente que parece ridículo tomarse el trabajo de demostrarla; y tampoco habría sido puesta jamás en tela de juicio si la retórica interesada de comerciantes y de industriales no hubiese enturbiado el buen sentido de la humanidad. En este punto, el interés de esos comerciantes e industriales se halla en oposición directa con el del gran cuerpo social.
Patriotismo comercial
Una de las herramientas para justificar las medidas proteccionistas es el uso de un falso patriotismo encubierto. Se penaliza a la empresa extranjera arguyendo que la entrada de sus productos reduce el nivel de riqueza del país destruyendo la industria local. Este argumento es una excusa ideal para defender el proteccionismo desde un punto de vista sentimental, por medio del patriotismo, ya que si grabamos los productos extrajeros y no los nacionales el consumidor se verá obligado a comprar los productos creados por empresas locales dejando el dinero siempre en casa, y por lo tanto, contribuyendo a un aumento de la riqueza y bienestar nacional. Esta visión estatista y hostil no sólo desfavorecerá la elección y presupuesto del consumidor, que ha de pagar los productos que consume más caros -ya que siempre comprará, en mayor o menos medida, productos extrajeros- sino que además perjudica seriamente a la economía, manteniendo y subvencionando, sectores estériles e improductivos que todos paguemos aunque no usemos.
Partiendo desde el punto de vista de la libre elección, el proteccionismo es una herramienta profundamente anti-moral. Ningún economista, tecnócrata o burócrata ha de imponer sus valoraciones sobre los productos y servicios de una nación. Sólo el mercado y el conjunto de miles o millones de personas interactuando entre si son capaces de decidir cuales son los buenos o malos productos con el simple acto, emanados de su propia libertad, de comprarlos o no. Por lo tanto, sólo el consumidor puede -y debe- dictar cuales son las directrices de la moda, precio o calidad de los productos y servicios que quiere, y jamás han de ser impuestos, siendo mucho más repudiable tener que recurrir a un patriotismo encubierto que no tiene más fin que la recaudación de fondos para el estado o para el mantenimiento y existencia de ciertos grupos de presión.
Competencia “deshonesta”
Una de las excusas usadas para poner barreras al comercio extranjero parte de la idea que muchas empresas extranjeras compiten de “forma deshonesta”. Éste es un término político que significa todo lo contrario a la realidad. Que una empresa produzca en un país cuya mano de obra es “barata” no significa ser deshonesto, sino más bien saber aprovechar las ventajas competitivas de ese país. Un país que sabe que las protecciones laborales, o intervención estatal en la política de sueldos perjudica a la economía, y por lo tanto no pone barreras a los contratos laborales, es un país con un fuerte potencial de crecimiento económico, y esa es una ventaja de la cual no sólo se ha de beneficiar el país productor, sino el resto del mundo pudiendo adquirir productos menos costosos. Ningún país consumidor tiene la culpa que otro país use su fuerza laboral como una ventaja competitiva produciendo más y mejor.
También suele ser recurrente hacer uso del llamado “dumping” para poder encarecer los productos de fuera. Este término se usa para designar la venta de productos por debajo del precio de coste. Esta política es considerada deshonesta. Una empresa ha de tener el derecho de vender sus productos al precio que quiera, de hecho los fabrica ella misma, y hasta su venta son de su propiedad. El dumping está penalizado internacionalmente porque se considera una práctica que mata la competencia y potencia el monopolio. La realidad es que jamás ninguna empresa se ha establecido como monopolio a través del dumping, más bien los monopolios se crean a partir de las leyes del gobierno. Es ingenuo pensar que una empresa puede, de por vida, mantener un nivel de precios por debajo de los costes unitarios sin no quebrar antes que su competencia. El dumping beneficia al consumidor con precios más bajos y a la empresa pudiéndose abrir paso en un mercado atomizado por la competencia. Vender por debajo del precio de coste ha de incentivar a la competencia ofreciendo al consumidor una mayor calidad, mejores prestaciones o cualquier otro recurso que seguro que el mercado es capaz de ingeniar. Por otra parte, en ninguna de las circunstancias un mercado libre puede convertirse en dos días en un enorme monopolio.
La principal característica las políticas proteccionistas son la imposición de cuotas, aranceles y demás a las empresas extranjeras. Tal diferencia impositiva siempre la acaba pagando el consumidor, de hecho tales políticas no graban a la empresa foránea en si, sino al consumidor, por tanto es un impuesto que recae directamente sobre el consumidor nacional, y en consecuencia, como cualquier otro impuesto, transfiere la riqueza del individuo al estado. La determinación del precio de los aranceles es una decisión tomada por cada estado de forma arbitraria. Ningún gobierno sabe realmente cual es “precio justo de mercado” de un producto. Los costes, a igual que el valor, son subjetivos y contingentes. Cualquier gravamen que el estado imponga a un producto extranjero es arbitrario y partidista y sólo tiene como finalidad aumentar las arcas del estado usando el beneficio obtenido en interés propio o en favor de los grupos de presión que subvenciona a costa del consumidor.
Importaciones y exportaciones.
Siempre se nos ha hecho ver que las importaciones son malas para la economía que las exportaciones son buenas. El argumento carece de valor alguno realmente.
Lo realmente importante no es la cantidad de dinero que se va fuera del país, sino la utilidad que el producto tiene en si. Cuando se compra un producto importado éste puede multiplicar su valor dentro del país creando con él otro producto. Éste es el caso de adquirir una materia prima o un bien de capital. El bien de capital en si, por ejemplo, puede valer X unidades monetarias, pero al elaborarlo, o manufacturarlo, se “revenderá” por X más un 10% tal vez. ¿A sido mal negocio esta importación pues? Para poder consumir o crear siempre son necesarios más productos. Lo realmente importante no es la cantidad de dinero que salga o entre del país, de hecho éste siempre es el mismo, el comercio no multiplica el dinero, sólo los bancos centrales pueden hacerlo alterando, negativamente, el valor de la moneda.
El déficit en la balanza de comercio (exportaciones menos importaciones), tomada como un ratio agregado en frió, no es síntoma de que la economía de un país vaya mal. Hay factores en la balanza comercial que son ignorados, como por ejemplo la economía sumergida, la evasión/entrada de capitales de forma fraudulenta… que no computan en tal agregado siendo, así pues, el resultado un número carente de información completa. Por otra parte, la representación monetaria en si no nos informa del todo de la salud de la nación. De hecho cualquier producto no se intercambia por moneda sino por otro producto en última instancia. De esta forma la oferta agregada genera a la vez una demanda agregada adicional aumentando el número de productos y, por lo tanto, el valor real de un país. Son interesantes los comentarios de Milton Friedman sobre la balanza comercial, donde en su obra la “Libertad de elegir” dice:
Otra falacia rara vez puesta en tela de juicio es que las exportaciones son buenas y que las importaciones son malas. Sin embargo, la verdad se revela muy diferente. No podemos comer, vestir o gozar de los bienes que enviamos al extranjero. Comemos plátanos procedentes de América Central, calzamos zapatos italianos, conducimos automóviles alemanes, y disfrutamos de programas a través de televisores japoneses. Nuestra ganancia a causa del comercio exterior estriba en lo que importamos. Las exportaciones constituyen el precio que pagamos para obtener las importaciones. […] los ciudadanos de un país se benefician de la obtención de un volumen de importaciones lo mayor posible a cambio de sus exportaciones o, lo que viene a ser lo mismo, de exportar lo menos posible para pagar sus importaciones.
En definitiva, el proteccionismo lejos de mejorar la situación nacional sólo la estanca creando una economía planificada y anquilosada incapaz de dejarla evolucionar e innovar. El dinero que el consumidor paga de más por estos productos gravados son transmitidos al estado, que usa, para mantener grandes sectores improductivos y de inertes convirtiendo, a la nación, en un estado cada vez menos competitivo y pobre.
[1] Pacifico significa que el acto en si de compra no es coercitivo, sino que depende la acción del propio individuo. Un acto de consumo no pacifico es entendido como aquel que se impone al consumidor por medio de la ley o poder del estado como podría ser la forzosa contratación de un seguro obligatorio para la conducción de un vehículo por ejemplo.
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