Análisis de la elección presidencial de México
Por Jorge G. Castañeda
Diario Las Americas
Calderón ganó; López Obrador perdió; y el PRI se desplomó. Quizás pasen más de mil años, muchos más, como dice la canción, pero al final Calderón se instalará en los Pinos (y afortunadamente no en Palacio Nacional, como quería Obrador).
Tendremos que escrudiñar las encuestas de salida para determinar por qué exactamente la gente votó como votó, pero algunos datos preliminares de la encuesta de salida del diario mexicano Reforma y de reflexiones propias permiten aventurar algunas hipótesis.
En primer lugar, aunque López Obrador sí se llevó el mayor número de votantes independientes y un número nada despreciable de votantes de Fox en el 2000, su ardid conceptual no caminó. Al final de cuentas AMLO le dijo a México: el país es un desastre, para arreglarlo echemos a los que están, y pongamos a unos nuevos que lo arreglen, esto es, los que produjeron el desastre. Nunca antes un candidato puntero del PRI (restaurado) había aglutinado a personalidades de tanto sexenio priista anterior. De Luis Echeverría (1970-1976); de José López Portillo (1976-1982); de Miguel De la Madrid (1982-1988); de Salinas de Gortari (1988-1994). Aparentemente la gente no se tragó el anzuelo: ¿cómo se compone el desastre con los que lo crearon?
En segundo termino, la gente votó por la continuidad. Sesenta por ciento de los que consideran que les va mejor hoy que hace un año votaron por Calderón; más de 60 por ciento de los que aprueban a Fox votaron por Calderón; y más de 60 por ciento aprueba a Fox. Al final, la gente le tuvo miedo a la aventura y prefirió la continuidad, la estabilidad, la tranquilidad, todos estos siendo términos y realidades imperfectas y relativas. Los votantes, quizás sin gran entusiasmo, pero con mucha firmeza, prefirieron la grisura a los sombrerazos, la mediana permanencia a la ruptura estridente.
Tercera reflexión: Calderón ganó solo. Muchos le reprochamos/sugerimos que le convenía “desempanisarse” y buscar alianzas con otros sectores. No lo hizo. Tuvo razón. No le debe nada a nadie, salvo a su pequeño grupo de colaboradores y a su partido. Si así lo desea, puede gobernar solo. No es poca cosa en un país donde el presidente siempre llega a la silla inmerso en una maraña de compromisos, de promesas, y de amigos.
Pero la reflexión más importante seguramente consiste en la configuración del futuro. La nueva Cámara y el nuevo Senado evocan pesadillas: más atomizadas, inexpertas, enconadas, y desprovistas de sustancia entre sus miembros que las tres lamentables legislaturas de 1997 al 2006. Gobierno de coalición o no, de unidad nacional o no, monocolor del PAN o no, de aliados con votos bajo el brazo o no, se antoja enormemente difícil lograr cualquier tipo de mayoría estable o incluso de mayorías funcionales tema por tema más allá del presupuesto y algunos asuntos corrientes. Calderón puede usar su mandato y su destreza política para armar mayorías reforma por reforma, hasta que le pase lo que a Fox: el desgaste. O puede empezar y priorizar a ultranza la reforma de las reformas.
En otras palabras, puede, incluso durante el período de transición, y en particular con la legislatura saliente proponerse lograr cuatro reformas que abrirían la puerta a las otras. Hemos tenido oportunidad en estas y otras páginas de repetirlas hasta el cansancio, pero va una vez más:
Uno – la madre de todas las reformas: el referéndum para modificar la constitución. Salvo Estados Unidos no hay país con régimen presidencial que no cuente con este instrumento.
Dos – la reelección de Diputados y Senadores, sin la cual no hay rendición de cuentas posible para los legisladores.
Tres – establecer un régimen híbrido semi-presidencial/semi-parlamentario, para lograr mayorías y gobernabilidad.
Cuatro – ya aprobar la segunda vuelta en la elección presidencial y en su caso en las legislativas para que no nos vuelva a suceder lo del domingo. México necesita presidentes con más del 36 por ciento del voto.
Si Calderón define claramente una prioridad como esta y si logra sacar adelante estos cambios, empezará su sexenio con el pie derecho. Si enseguida utiliza las reformas para profundizar, mejorar y ampliar los programas de combate a la pobreza, creando las redes de protección social para los sectores no organizados de la sociedad, podrá trastocar a fondo la tendencia actual en América Latina.
En lugar de gobiernos de centro-izquierda como Chile, Uruguay y Brasil, que con dificultades le imprimen un sello social y humano al Consenso de Washington, sin poder ir mucho mas lejos; en lugar de gobiernos de izquierdas ideologizados, como en Venezuela, Bolivia y Argentina, que a la larga le harán más daño que bien a los pobres a quienes pretenden representar; en lugar de gobiernos de centro-derecha (Colombia) que hacen caso omiso de la pobreza y de la desigualdad; México podrá tener un gobierno que busque y encuentre soluciones duraderas, prioritarias, fondeadas y modernas a estos retos, decisivos para toda América Latina.
(Jorge G. Castañeda fue secretario de Relaciones Exteriores de México durante los años 2000 al 2003. Actualmente es profesor de estudios latinoamericanos en la Universidad de New York. Ha sido también profesor en el Instituto Carnegie de la Paz Internacional en Washington, y en las universidades Princeton y de California, en Berkeley. Es autor o coautor de ocho libros. Su biografía del líder guerrillero Ernesto Che Guevara fue publicada en 1997 en Estados Unidos por la editorial Alfred Knopf. Su libro más reciente es “Perpetuando el Poder” (2000. Sus ensayos y comentarios han sido publicado en Foreign Affairs, The New York Times, The Atlantic Monthly e Inter-American Dialogue.)
c.2006 Jorge G. Castañeda Distribuido por The New York Times Syndicate
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