Poder, democracia, mesianismo
Por Diego Márquez Castro
Correo del Caroní
“Yo amo al pueblo, lo amo a mi manera. El mío es el amor armado… “.
Benito Mussolini
Es una realidad corroborada por los investigadores de las ciencias políticas que los totalitarismos renacen en épocas de traumatismos nacionales y en tiempos de incertidumbres sociales.
Ocurrió, por ejemplo, en la Alemania de los años veinte y treinta, cuando, luego de una derrota militar y en medio de una crisis económica de apreciables proporciones, la república democrática y liberal de Weimar sucumbió ante los asaltos de los comunistas y los nacionalsocialistas; asimismo, factores igualmente económicos y una campaña de desprestigio en contra de los partidos políticos y las instituciones abrió el camino en Italia al fascismo de Mussolini; en la Cuba de 1959 que emergió de una dictadura corrupta como la de Batista, nuevas fuerzas y liderazgos cuasi míticos prometían una vuelta a la democracia pero desembocaron en un régimen negador de la misma. Son ejemplos, repetimos, que la historia reciente pone a consideración.
Ahora bien, a pesar de tales lecciones, la sociedad contemporánea no está exenta de volver a tropezar con la misma piedra, de hecho las evidencias las tenemos más que a la vista en Venezuela y otros países de nuestra América, por ello el autor Temprano plantea: “Si volvieran a producirse estas situaciones, ¿cómo reaccionarían los ciudadanos ante el gran mago hipnotizador del día? No es grato que la tarea del ensayista consista en escribir las miserias de los gigantes de la demagogia totalitaria; sin embargo, es imprescindible recordar algunos de sus métodos despóticos y sus nefandos resultados con el propósito de que, al ser conocidos, no vuelvan a repetirse”. Eso es lo que se aspira, es lo que se desea, pero a nuestras sociedades les ha sucedido algo análogo como a los incautos marinos de las antiguas naves que surcaban el milenario mar Mediterráneo, al convertirse en víctimas de la seducción de los cantos de las sirenas, que los embelesaban al punto de caer en las manos de estos crueles seres mitológicos, los cuales los atormentaban, torturaban y asesinaban.
En 1998 visitó nuestro país el académico y filósofo español Fernando Savater, era un tiempo en el cual un alto porcentaje de los venezolanos expresaba un abierto rechazo por los partidos políticos y por las instituciones públicas, situación que se conjugó en el planteamiento y la promesa de un liderazgo que para aquel momento fue vendido como fresco y renovador. La oferta-discurso consistía en refundar la república y profundizar la democracia. Savater, conocedor de tales propuestas respondió a la pregunta ¿a qué atribuye usted ese resurgimiento de las figuras mesiánicas, salvadoras, del fin del milenio?: “En general, a la decadencia de la filosofía política, de la razón política. Hay poco razonamiento político, hay poca educación política de los ciudadanos. Entonces, siempre hay una infantilización, es decir, en cuanto las personas no estén educadas se infantilizan, y la figura infantil por excelencia es el papá que llega a resolver las cosas, y nos salva y mata al dragón y nos entrega a la princesa. Entonces, cuanto más ineducadas estén las personas, más tienden a creer en soluciones infantiles, y el mesianismo es un infantilismo”. Basta volver la vista atrás, ubicarnos hace ocho años y recordar los argumentos de muchas personas: “aquí se necesita un militar para que ponga orden y acabe con el bochinche de esta democracia”. Hoy… la verdad es amarga y es mucho el arrepentimiento.
Y como en ese tiempo se relacionaba a la democracia con la corrupción, que sí la había, por supuesto, pero nunca como ahora, a Savater se le inquirió si se podía legitimar un autoritarismo para combatir esa situación, a lo cual señaló: “Los que hace falta es cumplir la democracia. El autoritarismo no tiene nada que ver con la democracia. En la democracia, los ciudadanos son los que fundan las leyes, los que eligen. No hay más autoridad en la democracia que la que los ciudadanos eligen. Entonces, todo autoritarismo, si es una autoridad por encima de la voluntad de los ciudadanos, ésa es la peor corrupción que existe. La peor corrupción que hay es la que secuestra el poder que tienen los ciudadanos, y se la guarda un señor porque dice que va a hacer un mejor uso con él que el que van a hacer los ciudadanos. La persona más corrupta del mundo es siempre un Franco, un Pinochet, etc. porque es mucho más grave robar el poder que robarle la cartera a un vecino. La primera corrupción que combate la democracia es la corrupción de los que quieren robar el poder y hacer con él lo que les parezca adecuado”.
Temprano, en su ensayo sobre la demagogia manifiesta que “los demagogos políticos, buenos conocedores de las carencias cotidianas del pueblo, inflaman sus discursos de ilusiones, fantasías o promesas, que las masas desean oír. Pero, en tales soflamas, el demagogo no pone ni un átomo de pensamiento sino propaganda y adulación. Las personas que los escuchan con precaución, indiferencias o que se oponen a sus diatribas, se convierten, con el tiempo, en los enemigos del pueblo, y uno de sus primeros objetivos a eliminar. Así, cuando tengan el poder será el momento idóneo para el exterminio de cualquier disidente”. Obviamente, cuando el líder mesiánico se convierte en gobierno, no desea, ni siquiera dentro de su propio entorno, que ningún otro le haga sombra, ni que le contradiga el discurso, ni mucho menos que… piense. Pensar y expresar el pensamiento, si éste disiente del pensamiento oficial, o peor aún, del pensamiento único, automáticamente se convierte en delito o, mejor, en predelito, al mejor estilo fidelista.
Finalmente, caben unas reflexiones de Savater, ante las situaciones cuando el poder se hace opresivo. A la interrogante ¿hasta qué punto es éticamente válido rebelarse contra un sistema político cuya legitimidad está severamente cuestionada? el filósofo opinó: “En las cuestiones de la democracia, allí no prefiero hablar de ética sino de política. La democracia es un sistema que no solamente es un sistema para establecer, sino para superar cosas que se han establecido. Es decir, sí hay métodos democráticos para regenerar la propia democracia. La democracia no se corrompe, se corromperán unos políticos determinados, se corromperán unas situaciones determinadas y por medio de la propia democracia es que hay que llevar a cabo la purificación o el control o el castigo de las personas que se han corrompido. La democracia no es solamente lo vigente, sino la posibilidad de cambiar lo vigente y transformarlo en otra cosa. La democracia existe”. ¿Para qué, entonces, buscar un mesías? ¿Por qué alienar la libertad, el pensamiento y la vida misma a un pseudosalvador?
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