Los que pierden en España
Por Jesús Ruiz Nestosa
ABC Digital
SALAMANCA. Aunque muy breve, el tiempo que estuvo nuestro canciller Rubén Ramírez Lezcano en España, fue suficiente para que dijera durante una visita al Centro Hispano Paraguayo de Madrid, que “Los inmigrantes no quieren volver a Paraguay para no mostrar que han fracasado”. Luego dijo que este año se crearán en Paraguay quince mil puestos de trabajo. De ser cierta tal afirmación, pues apenas daría abasto para una sexta parte de los inmigrantes ya que se calcula que en este momento hay unos cien mil paraguayos viviendo en España.
Sería interesante que el canciller se pusiera frente a un espejo y no es necesario que sea el espejito mágico en que se miraba la reina madrastra de Blancanieves. Y en lugar de preguntarle quién es la más hermosa del reino, se preguntara a sí mismo quiénes son en realidad los grandes perdedores en el tema de España. O en el de la inmigración, que no hay que olvidar Buenos Aires y Estados Unidos de Norteamérica donde hay, con toda seguridad, un número mayor de inmigrantes paraguayos.
Para no jugar al inventor de historias de suspenso y porque la respuesta es obvia, el gran perdedor en el tema de la emigración paraguaya no es la que ha venido a España, sino es, lisa y llanamente, la política (o falta de política) que ha venido aplicando el actual gobierno. O para ser más justos, los gobiernos que se sucedieron desde Wasmosy hasta Duarte Frutos. Solo excluiría a Andrés Rodríguez, quien por el solo hecho de haber derrocado a Stroessner está fuera de todo posible juicio de valoración.
Si la gente emigra es por una serie de situaciones como la falta de trabajo, los sueldos de hambre que se pagan, la inseguridad ciudadana, el nivel de violencia que se vive cotidianamente en la calle, los atropellos que se sufren por parte de cualquiera que se cree cerca de los círculos de poder, la impunidad y la imposibilidad de recurrir absolutamente a nadie, mucho menos a la Justicia porque ella ha hecho realidad aquellas primeras páginas de “El Proceso” de Franz Kafka. También los bajísimos niveles del sistema educativo, la pobreza de la enseñanza universitaria y la imposibilidad de tener acceso al sistema de la salud pública a pesar de los descuentos compulsivos que el trabajador sufre por parte de IPS.
¿Quién es el gran perdedor en los movimientos de emigración que registra nuestro país en cifras que no tienen parangón a lo largo de su historia, ni siquiera después de la revolución del 47? ¿Serán estos ciudadanos que se vieron obligados a abandonar el país, muchas veces parte de sus familias, de sus hijos y que, gracias a su trabajo aportan al país setecientos millones de euros anuales? Que conste que esta suma es más del doble de lo que aporta Itaipú, que en su momento nos aseguraron que nos haría ricos a todos y que solo hizo ricos a los allegados del gobierno y a los políticos que era necesario tener contentos. ¿Estos nuevos quince mil puestos de trabajo que prometió el canciller Rubén Ramírez Lezcano podrán generar al país esos setecientos millones de euros que aportan quienes “fracasaron” en España?
Algunos comentarios periodísticos calificaron las palabras del canciller como “muy poco diplomáticas”. Pienso que no tienen nada que ver con la diplomacia. Pienso sí que es inmoral que para justificar el fracaso de una política económica, el fracaso de un sistema político, el triunfo de una trama infernal de corrupción generalizada, se recurra a humillar a ciudadanos que deberían ser puestos como ejemplares ya que decidieron salir a un mundo desconocido para lograr aunque sea una mínima parte de aquello que su propio país (que el gobierno de su propio país, para ser más preciso) se lo está negando.
El canciller y sus correligionarios tendrían que estar cruzando los dedos para que a estos emigrantes que “fracasaron”, no se les ocurra tomar en serio la promesa de los quince mil puestos y regresen en masa al país. Son cien mil votos que de seguro no irán a parar a las urnas de su partido, ni serán cien mil personas que acudirán a sus mítines a vitorear a los políticos por ellos digitados y por ellos impuestos. Si nos engañan con sus discursos y nos mienten con sus promesas, por lo menos deberían respetar a quienes están tratando de vivir honestamente, con un trabajo honrado, rechazando la manzana con la que todos los días les tientan los que ejercen el poder.
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