La historia del peronismo: de Perón a Kirchner
Por Manuel Mora y Araujo
Infolatam
Buenos Aires – A mediados de la década de los año 40 del siglo pasado el entonces coronel Juan Perón inventó entre gallos y medianoche una fuerza política. Sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto interno política y socialmente inestable, desconcertada por la situación internacional, la Argentina se encontraba en un gran desorden político. Los militares habían instaurado un régimen militar, el cual rigió los destinos del país -con intermitencias de gobiernos electos, tolerados o depuestos por los militares- hasta 1983.
Políticamente, la Argentina se encontraba tensionada por dos grandes corrientes de ideas: una más liberal, favorable a los Aliados en la guerra, otra más nacionalista, simpatizante del Eje y del fascismo; hasta las Fuerzas Armadas sufrían esa tensión en sus propias filas. Socialmente, vastos contingentes de población, que venían migrando del campo a las ciudades desde quince años antes, carecían de representación política (en sus provincias de origen normalmente votaban a los conservadores, pero estos no tenían estructuras armadas en las grandes ciudades; y los socialistas, que sí las tenían, cultivaban una cultura política ajena a ellos).
Si algo caracterizó al gobierno de Perón y a su trayectoria política posterior, es el pragmatismo. A un conjunto de principios doctrinarios relativamente simples y bastante consensuales -tercera posición internacional, justicia social, soberanía nacional- revestidos de múltiples argumentaciones en gran medida contradictorias entre sí, se le dio el nombre de ‘doctrina peronista’; ésta fue por años una inagotable fuente de frases y eslóganes, pero nunca una guía para gobernar. En los hechos, Perón gobernó con un espíritu altamente pragmático y cobijó siempre dos corrientes en el seno de su partido: una más nacionalista/de izquierda, otra más pro capitalista/filo conservadora. Esas corrientes nunca dejaron de coexistir dentro del llamado movimiento peronista’.
Inicialmente ese movimiento se orientó en dos direcciones principales: por un lado, una visión estatista de la economía y de la sociedad; por otro lado, una visión populista de la política. Sólo cuando la construcción política del movimiento hizo patente la necesidad de reforzar el voto obrero, Perón agregó la tercera dimensión: sindicalismo o más bien corporativismo. Esos tres ingredientes constituyeron el trípode del discurso peronista y de su propuesta política a la sociedad. Con ellos ganó los votos nacionalistas y estatistas, los votos de las clases bajas rurales y del interior del país y los votos obreros.
Su gobierno dejó diversos legados, muchos de ellos -para bien o para mal- perdurables. Uno de los más notables fue que reforzó los procesos de movilidad ascendente que fueron propios de la sociedad argentina desde fines del siglo XIX. Bajo el gobierno de Perón la matrícula en la educación secundaria se expandió fuertemente (en las décadas siguientes se extendió a la matrícula universitaria). De tal manera, los hijos de los obreros que en el famoso 17 de octubre de 1945 consagraron a Perón su líder y candidato en gran medida siguieron siendo peronistas, pero ya no eran obreros; eran, en gran proporción, personas de clase media. Las filas obreros siguieron alimentándose de migrantes rurales -a veces también de migrantes de países limítrofes-, los cuales normalmente también se hacían peronistas si es que ya no lo eran antes de migrar. El partido, con su peculiar morfología adaptativa, proponía una oferta política apta para unos y para otros. Y cuando el número de personas de las clases más bajas que no califican para ocupaciones fabriles comenzó a aumentar exponencialmente, también el peronismo generó una oferta política adecuada para ellos.
La cúpula política peronista en las décadas del 60 y del 70 incluyó en altas dosis a dirigentes sindicales y a caudillos políticos de las provincias cuyos genes y cuyo estilo eran más bien conservadores populistas. Los votos siempre estuvieron en esos dos grupos. Las circunstancias políticas obligaron a esa fuerza a desarrollar múltiples mecanismos adaptativos. Pero la lección de Perón nunca fue del todo olvidada: adaptarse a las circunstancias, ser doctrinarios sin olvidar que el primero de todos los principios doctrinarios es el pragmatismo.
Cuando las circunstancias lo exigieron, durante los años de gobierno del presidente Alfonsín, el peronismo castigó a muchos de sus dirigentes sindicales que lo llevaban a perder votos (de hecho, Alfonsín derrotó al peronismo en la elección de 1983 proponiendo terminar con el “pacto corporativo sindical-militar”). Cuando la hiperinflación devoraba a la Argentina, Carlos Menem asumió la presidencia ofreciendo una política “neo liberal”, antiinflacionaria, favorable a la inversión privada y a la apertura de la economía; en el manual doctrinario abundaban las justificaciones doctrinarias de esos enfoques, y de hecho con esa oferta Menem no perdió ni un solo voto peronista y ganó otros. Cuando ese modelo comenzó a producir resultados negativos -principalmente desempleo- Eduardo Duhalde buscó en el mismo manual la justificación para proponer lo contrario. Aunque electoralmente le fue mal -tal era el apego de la sociedad argentina a los principios “neo liberales”- poco tiempo después la crisis lo devoró todo y Duhalde terminó en la presidencia sin haber sido votado.
Ahí surgió, bastante inesperadamente, la candidatura de Néstor Kirchner y su llegada al gobierno. Kirchner profundizó el “anti neo liberalismo” de Duhalde, pero esta vez con resultados exitosos en la opinión pública; la crisis había borrado todo vestigio de las preferencias de los años 90. Kirchner retomó la tradición estatista y moderadamente nacionalista del peronismo, y se orientó a una suerte de ‘tercera posición’ internacional. Su populismo tuvo más contenidos simbólicos que efectivos -porque la economía en crecimiento ayudaba por sí sola a resolver los problemas de los sectores más carenciados-. Y exacerbó el poder de los sindicalistas.
Con ese legado Cristina Fernández Kirchner asumió la presidencia hace pocos meses. El país que ella gobierna es más mucho más próspero que el de hace cuatro años y los problemas que enfrenta no son los mismos. Nada le impedirá revisar -si lo considerase oportuno- las políticas intervencionistas, poner en orden las política distributivas de tipo populista, eventualmente limitar los márgenes de acción de los sindicatos, y por cierto rectificar la política internacional, y todo eso, si ocurriese, podrá ser hecho bajo el mismo paraguas peronista que amparará por igual a todos los estatistas, populistas, sindicalistas y nacionalistas que coexisten dentro de ese espacio político. A veces pelearán entre ellos, ocasionalmente llegarán a la violencia para dirimir sus diferencias, pero a la hora de la verdad el principio rector bajo el cual nació su identidad política, el pragmatismo, prevalecerá.
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