A nosotros, la libertad
El País, Montevideo
Ser hombre es reducir al máximo la parte de comedia de uno mismo". Esta frase impresionante de André Malraux, sobre la impostura que se oculta tras la mentira, ayuda a definir a Mario Vargas Llosa, para quien, la verdad es la esencia en su defensa de la libertad.
Ser amigo de Mario Vargas Llosa tiene el inconveniente de que siempre nos resulta grato escribir sobre él. Los encuentros con él (este año en mayo, en Caracas, junto a "Cedice", acosados por el chavismo por ser liberales) enriquecen. La admiración por la inteligencia no es hoy un sentimiento de moda; se prefiere la mediocridad. Por eso escribo sobre el tema, en estos días tan especiales en nuestro país.
Así define el liberalismo Vargas Llosa: "es un espectro amplísimo, y no hay dogmática. La libertad debe ser defendida y, debe procurarse que la realidad de cabida a lo pensado". Sobre la libertad y "el bárbaro moderno", como llamaba Octavio Paz a quien la desconoce, comenta: "Hay que definir en un sentido amplio lo que es la cultura democrática, sin sus enemigos tradicionales, es decir, con la desaparición de los fascismos y del comunismo. Y al mismo tiempo, presa de una incertidumbre, porque lo que parecía la creación de un nuevo orden internacional basado en la legalidad, en la libertad y en la apertura de los mercados, no corresponde exactamente a lo que ha sucedido".
Sobre la "aldea global", paso más hacia la modernización económica, sostiene que nos hace copartícipes de la actualidad con un acervo cultural informativo al alcance de todos. Ello ha uniformizado mucho la vida, y piensa: "Mientras se mantengan las sociedades abiertas, que permitan el desarrollo del individuo, no hay peligro de que la sociedad se robotice".
¿Cómo se puede robotizar una sociedad? Responde: "Lo que robotiza a una humanidad es una sociedad cerrada, manipulada por una doctrina y por un poder centralizador. En las sociedades abiertas esto no ocurre, aunque haya un denominador común muy grande de conocimiento, actitudes y gustos".
Y hablando de las utopías, sostiene: "En la edad moderna, la utopía se encarna sobre todo a través del comunismo, esa visión de la sociedad perfecta en la que cada uno recibiría en función de sus necesidades y aptitudes, y donde la sociedad desaparecería y la solidaridad sería el actor determinante de las relaciones humanas. La idea de la sociedad perfecta se resiste, porque tiene la fuerza de atracción a través de utopías de tipo social y político, como ocurrió con el comunismo, y, de manera más limitada con el anarquismo". Tras una pausa, aclara: "La fuerza de atracción de la utopía obnubila la experiencia histórica. Los que se embarcan en la construcción de las sociedades perfectas, construyen infiernos. El resultado de ese empeño son siempre sociedades invivibles, donde se ejercita la violencia a extremos indecibles. En lugar de felicidad, la supuesta sociedad perfecta produce infelicidad".
Vargas Llosa define el colectivismo como forma primaria, semejante al comunismo y al socialismo: "Buscan disolver al individualismo dentro de una entidad gregaria que es la que da sentido y justificación a la vida del individuo. Es una forma de esclavitud, de la cual la democracia y la civilización nos han ido liberando".
Por eso, sus batallas son por la libertad.
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