Abrir brecha
A mediados del siglo pasado, científicos sociales europeos y estadounidenses notaron que el respeto a los principios constitucionales en sus países se erosionaba. Las intenciones de los padres fundadores, en el caso de Estados Unidos, o de la tradición recogida por la vivencia del derecho consuetudinario en Gran Bretaña, daban paso a un aparato público cada vez más grande e intrusivo. El asedio a la esfera privada de la persona no era culpa de voraces dictadores fascistas, sino de procesos democráticos y del activismo judicial. Los sucesos daban vida a la advertencia de Ortega y Gasset sobre la dictadura de las mayorías (o minorías).
Estos autores se plantean la necesidad de una reforma para contener al leviatán, para rescatar la democracia, sin prescindir de ella. Autores como Friedrich Hayek, James Buchanan, Gordon Tullock, Anthony Downs, entre otros, dedicaron cientos de páginas a esta reflexión. Las diferencias en su línea argumentativa no obstante, se dirigen todos hacia el camino que lleva a la Constitución. Nuestra única protección contra el poder arbitrario es ese documento base que está por encima del vaivén político, que encarna principios abstractos y generales y que es legítimo y consensuado.
Estos autores saben que no es un remedio infalible. Las constituciones pueden ser olvidadas, violadas o asesinadas. En regímenes totalitarios se convierten en una herramienta de opresión, y en otros sitios, textos extensos, contradictorios y desarrollados alimentan el poder arbitrario en vez de restringirlo. Al plantear la reforma constitucional pacífica en sus respectivos países, los autores dan a entender que los documentos no están escritos en piedra. Sólo cuando los ciudadanos tienen la prerrogativa de ajustar las normas máximas, éstas se encuentran al servicio de la persona. En ningún momento anticipan un escenario de inestabilidad política por continuos cambios, ni llegan al extremo de Thomas Jefferson de proponer una revisión generacional. Confían en que los principios generales y abstractos serán válidos para sucesivas generaciones.
Tampoco eran unos quijotes con expectativas fantasiosas—sabían lo complejo que resultaría una reforma constitucional en Estados Unidos, por ejemplo. Me impactó la respuesta que Hayek le dio a Thomas Hazlett en una entrevista de 1977. Hazlett le preguntó: “¿Será el horror de financiar una colosal burocracia de bienestar el “shock” que nos motive a buscar un marco gubernamental más racional?” Y Hayek respondió: “No. Mi única esperanza real es que algún país o algunos países pequeños que, por diferentes razones tuvieran que construir una nueva constitución, lo haga siguiendo una línea sensata y que sean tan exitosos que otros comprendan que es de su interés imitarlo…Y pueden ser tan exitosos que después de todo demuestren que existen mejores formas de organizar al gobierno del que nosotros tenemos.”
Guatemala podría ser ese país, y ProReforma el vehículo. Señores diputados: convoquen la consulta popular y abramos brecha.
- 15 de agosto, 2022
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