Guatemala: La gran reconstrucción
Parece que las lluvias, finalmente, terminaron, y ahora toca reconstruir. La comunidad internacional y sus bancos están prestos a mostrar su solidaridad. “Nada más hace falta que los guatemaltecos aporten lo que les corresponde, para lo cual será necesario aumentar los impuestos” —aducen embajadores y economistas invitados.
Música para los oídos del gobierno, que aprovecha para anunciar otra “reforma tributaria integral”.
El reto más grande para la reconstrucción de Guatemala no es la existencia o inexistencia de fondos para llevarla a cabo, sino la capacidad o incapacidad de gestión para realizar los trabajos que se necesitan. Y, de preferencia, que los mismos sean de calidad razonable. Desde tiempos del Mitch, Stan y ahora Ágatha, junto con otras depresiones tropicales, los diferentes gobiernos han utilizado donaciones y fondos del presupuesto nacional para reconstruir lo dañado. En algunos casos, obras recién inauguradas son nuevamente destruidas por el siguiente fenómeno meteorológico. Tal fue el caso de varios puentes y carreteras perdidas en este año. La calidad del trabajo y diseño es importante, si no queremos caer en tener infraestructura “desechable” con cinco años de vida a precio de cien años.
Lamentablemente, el énfasis de las declaraciones en torno a la conferencia de reconstrucción que el Gobierno organizó fue únicamente del lado de la escasez de fondos. En particular, las representaciones de España y del Banco Mundial pusieron todo el énfasis en la carga tributaria de Guatemala y que lo importante, para ellos, es que se aumenten los impuestos. Es una pena, para ciudadanos españoles y guatemaltecos, que la diplomacia deje de lado aspectos crónicos en nuestra administración pública. La corrupción en esta y las anteriores administraciones no solo han provocado la pérdida de valiosos y escasos fondos públicos, sino que ha facilitado que algunas de las obras entregadas sean de tan mala calidad que es mejor demolerlas e iniciar el trabajo de nuevo.
Así que, como dice el refrán, “a Dios rogando y con el mazo dando”. Lo menos que deberían exigir los representantes de gobiernos extranjeros, de cara a sus propios tributarios, es que el dinero que ellos nos regalen sea usado de forma eficiente. Claro, sería poco diplomático señalar públicamente este secreto a voces. Pero sería más honesto, y los ciudadanos guatemaltecos veríamos con menor escepticismo su “solidaridad” que, por el momento, viene amarrada de un aumento de impuestos.
No es lo mismo que un país rico done a un país pobre y los fondos sean malgastados a que la poca riqueza que se produce en un país sea confiscada con impuestos y sea malgastada. Los países ricos se pueden dar el lujo de desperdiciar sus recursos. Los países pobres no.
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