Argentina: Y ahora, ¿quién podrá defendernos?
Entre las numerosas contribuciones que los argentinos le hemos dado a la “teoría económica”, una importante ha sido el “descubrimiento” de las crisis económicas de raíz política. En efecto, como nuestro país se ha caracterizado, desde hace décadas, por carecer de arreglos institucionales estables y contenedores, cualquier problema económico importante, que requería de un entorno político sólido, desembocaba en una crisis económica incontenible que se retroalimentaba en una más grave crisis política.
Quizá un par de ejemplos ayuden a entender lo que trato de explicar.
El primero, es el recambio presidencial del ’89. La situación económica era grave, pero las expectativas fuertemente negativas que había generado el triunfo de Menem en las elecciones de mayo, y las declaraciones de sus principales espadas económicas respecto de las políticas a instrumentar, agravaron aún más el escenario, llevando al país al primer episodio contemporáneo de hiperinflación y a la salida anticipada de Alfonsín.
Algo similar sucedió en 2001. El escenario económico también era grave, y más aun por la rigidez de la convertibilidad, pero la derrota electoral en las legislativas de octubre de 2001, y la soledad política en que su propio partido dejó al presidente De la Rúa, agravaron aún más la situación y desencadenaron la crisis.
En otras palabras, el ciclo era más o menos así: cambios adversos en la situación económica, en un marco de debilidad política e institucional, llevaban a una crisis económica aún peor, y de allí a una crisis política, hasta que se restablecía cierta autoridad política, que permitía recomponer la situación económica.
Lamentablemente, la Argentina, a pesar de las experiencias traumáticas vividas, no ha sido capaz, hasta ahora, de reconstruir esos ámbitos institucionales, que le permiten a la política enfrentar situaciones económicas adversas, evitando transformar un problema en una catástrofe. Sin esos acuerdos institucionales, los liderazgos personalistas adquieren mayor dimensión, y los populismos predominan. De allí surge, casi naturalmente, un concepto “extravagante”, el de la “gobernabilidad”. Digo extravagante porque en un país con sus instituciones funcionando, todo gobierno elegido democráticamente tiene la capacidad de gobernar. En un país como el nuestro, la capacidad de gobernar, es decir de instrumentar eficazmente las políticas que se proponen, no deriva de la autoridad que dan las instituciones, sino de las condiciones particulares de cada momento y del control que se pueda tener de las corporaciones, en especial la sindical.
¿A qué viene todo esto, se preguntará el gentil lector o la amable lectora? Viene porque la economía global no sólo se contagió, durante los primeros años de este siglo, de nuestro “virus populista”, sino que ahora, como consecuencia, parece estar sufriendo una típica crisis económica de raíz política.
La economía norteamericana es una economía de gran flexibilidad y adaptabilidad a los cambios en el entorno. Venía saliendo razonablemente de su recesión de 2008, aunque, como toda crisis de sobreendeudamiento, lentamente, y siempre con riesgos de recaída. Pero, de pronto, la discusión sobre el techo de la deuda pública y las posturas de sus principales espadas políticas, pusieron de manifiesto un trasfondo de falta de liderazgo político y un clima de dificultad para acordar e instrumentar medidas efectivas. De allí que, ante cualquier indicador relativamente adverso, la expectativa de una nueva y fuerte recesión reaparece inmediatamente, más que por cuestiones puramente económicas, por la percepción de que, ante un nuevo problema, la política no sabrá cómo resolverlo razonablemente. Es decir, el peligro, todavía, sólo latente, de una típica crisis económica de raíz política.
El caso europeo es aun más evidente, porque, allí sí, la crisis de la deuda periférica ha puesto de manifiesto no sólo la ausencia de liderazgos sólidos, sino la falta de instituciones adaptadas a los nuevos desafíos que enfrenta la unidad europea.
En síntesis, aunque todavía puede evitarse, si no se reacciona a tiempo, el mundo desarrollado se encamina hacia una típica crisis económica de raíz política, con efectos importantes sobre el resto del planeta, incluidos nosotros.
Por lo tanto, la pregunta del título surge automáticamente. Y la respuesta no es clara: ¿Dónde está el Chapulín Colorado?
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