Dilma, Lula, el Gobierno y la corrupción
Sao Paulo. – Con índices de aprobación pública que superan hasta los de su mítico antecesor a los ocho meses de gobierno en ambos mandatos, la presidente Dilma Rousseff enfrenta, sin embargo, la perspectiva de grandes problemas políticos.
El problema radica en la manera en la que ella ha enfrentado las revelaciones de corrupción en su Gobierno. Diferente de Luiz Inacio Lula da Silva, ella a hecho poco o nada para preservar a los acusados a medida que los hechos van volviendo insostenible su posición.
Así, cinco de sus ministros dimitieron, número que constituye un récord absoluto en la historia del país para tan corto tiempo de gobierno. Por coincidencia, todos eran del grupo más próximo a Lula, que persuadió a su sucesora de nominarlos.
Sólo uno de ellos, Antonio Palocci, era del Partido de los Trabajores (PT), al que pertenecen tanto Lula como Dilma. Pero una gran parte de los petistas parece incómodo con la manera en que la presidente ha tratado el tema de la corrupción y demuestran temer que la “limpieza” (como se ha llamado en la opinión pública la salida de los sospechosos de corrupción) se aproxime más a ellos.
Por lo tanto, aunque sólo uno de los once partidos (el pequeño PR, del primer ministro de la caída) de la coalición que apoya al Gobierno en el Congreso ha abandonado la base aliada, el clima de recelo e insatisfacción se convuierte en previsibles inestabilidades, en especial si la economía -cómo se sospecha- va a presentar más problemas debido a la crisis global.
Curiosamente, la presidente ha ido encontrando más simpatía por su voluntad de dejar fuera a los corruptos entre los partidos de oposición. La semana pasada, fue tratada con enorme deferencia por el gobernador del mayor estado (Sao Paulo) bajo control del PSDB, el excandidato a la presidencia Geraldo Alckmin, que convocó hasta al expresidente Fernando Henrique Cardoso para la solemnidad en que Dilma fue elogiadísima.
Hay señales de que muchas denuncias de corrupción pueden haber sido el resultado de desavenencias internas en el enorme y muy heterogéneo aglomerado político que da sustento al Gobierno. La actual presidente, al contrario que su antecesor, no demuestra deseo o talento para controlar las microdisputas que ocurren diariamente por espacio, poder, ventajas, cargos, preferencias…
Cuando las acusaciones llegan al público, también al contrario de Lula, Dilma ha preferido en general distanciarse de la discusión que sigue en lugar de defender a sus subordinados.
Esa manera de actuar puede estar rindiéndole buenos frutos entre la opinión pública, el empresariado y la oposición, pero puede costarle mucho entre los aliados, indispensables para la mantención del poder en el Congreso.
La historia política brasileña esta llena de ejemplos de presidentes populares que lo hicieron muy mal por no haber prestado una atención suficiente a los congresistas y que acabaron perdiendo el apoyo del Legislativo y hasta el propio cargo (Jânio Quadros y Fernando Collor, por ejemplo).
Ya comienzan a articularse en la sociedad movimientos para dar soporte a la presidente, en caso de que sus bases políticas la abandonen y pongan en riesgo la gobernabilidad.
No hay ningún indicio fuerte de que se pueda estar cerca de una situación de ese tipo. El principal partido aliado al PT, el PMDB, al que pertencían dos de los cuatro ministros que cayeron, todo indica que continua al lado de Dilma, así como el PT y los otros partidos de la base.
Pero aumentan los rumores de que Dilma tal vez no dispute la reelección por deseo propio o decisión del PT. Muchos militantes del PT no esconden su nostalgia por el expresidente Lula, quiene cuenta con las condiciones legales para volver a presentarse a la presidencia en 2014 y que no ha dejado en estos ocho meses de aparecer con frecuencia en las noticias políticas, con declaraciones sobre varios asuntos.
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