Actualidad argentina: de cáncer y sinceramientos
El Imparcial, Madrid
Las noticias parecen sacadas de una novela. Para sorpresa de todos, se conoció finalmente que la presidenta Cristina Kirchner no padece de cáncer. En consecuencia, especulaciones de toda índole proliferaron en las últimas horas. Que el diagnóstico fue apresurado, que no debió extirpársele la glándula tiroides, que la prudencia de alguno de los médicos pudo menos que la ansiedad por consolidar todavía más la empatía de la población con la titular del Ejecutivo, etc. Lo bueno, en todo caso, es que el diagnóstico inicial no se confirmó. Lo malo, la sensación de que aun en un tema tan delicado, que hace al corazón mismo de un régimen de gobierno, como es la salud presidencial, las cosas se hayan manejado de manera, por decir lo menos, desprolija.
En otro orden, también cabe hacer lugar en esta nota a unas recientes declaraciones del filósofo argentino José Pablo Feinmann, de inocultables simpatías oficialistas, quien en una entrevista imperdible al diario La Nación hizo gala de un descarnado sinceramiento al afirmar, en alusión al matrimonio Kirchner, lo siguiente: “Es muy incómodo adherir a dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno nacional, popular y democrático, y que te hablen de hambre”.
Al parecer, Feinmann se arrepintió poco después, sin llegar a desdecirse, de tan rotunda confesión, aunque ello no alcanzó para evitar el disgusto de otros intelectuales kirchneristas que consideran que el discurso obsesivo por el patrimonio de los gobernantes contribuye sin mása la causa golpista o “destituyente” de la derecha (de una derecha trasnochada, cabría agregar, porque no sé quién a esta altura podría anhelar en la Argentina un golpe de Estado).
En mi opinión se trata de una obsesión saludable, como lo es también que se insista en la corrupción, tema que no es de izquierdas ni de derechas sino básicamente moral y que encuentra a nuestra sociedad resignada (como si tratara de un hecho inevitable y casi connatural a nuestro modo de entender y gestionar la política) sin ser parte de las prioridades electorales mayoritarias.
Así estamos. Al cabo uno se pregunta si cuestiones tales como el manejo de la información pública, el enriquecimiento meteórico de algunos funcionarios o el avance de la corrupción tendrían la misma repercusión si los números de nuestra economía o nuestros valores prevalecientes fueran otros.
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