Nixon antes, China hoy
CLAREMONT, CALIFORNIA – Cuando el presidente estadounidense Richard Nixon emprendió su histórico viaje a China hace 40 años, no podía haber imaginado lo que desa-taría su apuesta. Por supuesto, el impacto diplomático inmediato fue dar nueva forma al equilibrio geopolítico de Eurasia y poner a la Unión Soviética a la defensiva. Sin embargo, el resultado a largo plazo del acercamiento de Estados Unidos a China se ha hecho visible sólo hace poco, con la integración económica de la República Popular a la economía mundial.
Si Nixon no hubiera actuado en 1972, habría continuado el aislamiento autoimpuesto de China. La reforma de Deng Xiaoping y la apertura de China al mundo hubieran sido mucho más difíciles.
Cuatro décadas después del “shock Nixon”, nadie discute que China se ha beneficiado enormemente. En la actualidad, el país empobrecido y autárquico que Nixon visitó es parte del pasado. La reintegración global ha convertido a China en una potencia económica. Es el mayor exportador del mundo en términos de volumen y es la segunda mayor economía. La presencia de China se hace sentir en todo el mundo, desde las minas de África a las tiendas de Apple en Estados Unidos.
Al reflexionar sobre los notables avances de China desde 1972, también debemos considerar que le sigue costando superar obstáculos sistémicos para el éxito de largo plazo. Debido al amplio consenso de que el país es un gran ganador de la globalización, es natural suponer que ha desarrollado los medios para hacer frente a sus retos. Pero, si bien ha implementado políticas para maximizar los beneficios del libre comercio (subvaluación de su moneda, inversión en infraestructura y atracción de manufactura extranjera para aumentar la competitividad), sigue estando mal preparado para una integración más profunda con el mundo.
Una señal de esto es la carencia de las instituciones y reglas necesarias. Por ejemplo, China se ha convertido en un actor importante en la prestación de asistencia económica para el desarrollo (a menudo ligada a su estrategia para adquirir recursos naturales). Sus préstamos y donaciones en África ya superan los realizados por el Banco Mundial. Sin embargo, no cuenta con ningún organismo especializado a cargo de la asistencia internacional para el desarrollo. Como resultado de ello, sus programas de ayuda extranjera están mal coordinados y a menudo parecen contraproducentes. En lugar de generar buena voluntad, son vistos como parte de un siniestro complot neocolonial para apropiarse de los recursos naturales de naciones asoladas por la pobreza.
Otro ejemplo es que China carece de una política de inmigración. A pesar de que está empezando a atraer mano de obra de todo el mundo, todavía tiene que promulgar un marco jurídico integral que permita al país competir por las personas más talentosas o lidiar con las complejidades de la migración internacional.
Un tercer ejemplo es la ausencia de organizaciones independientes de investigación de políticas. Debido al control político y el desarrollo profesional inadecuado, las instituciones de investigación manejadas por el gobierno rara vez pueden proporcionar el análisis imparcial y de calidad de los problemas globales del que depende la formulación de políticas sólidas.
Quizás lo más importante, dos décadas de rápido crecimiento del PIB han ocultado serias debilidades en el frente económico. Debido a que China continúa favoreciendo el capitalismo de estado y discrimina contra el sector privado, carece de empresas privadas fuertes que puedan hacer frente a los gigantes multinacionales occidentales. A excepción de Huawei, Lenovo y tal vez Haier (que nominalmente es de propiedad colectiva), no hay empresas privadas chinas con una presencia global.
Hasta ahora, China no ha pagado un alto precio por ello. Su papel en la economía mundial se limita a funciones de procesamiento y montaje de gama media a baja. Las partes más fundamentales, sofisticadas y rentables de la cadena de valor (investigación y desarrollo, diseño de productos, branding, mercadeo, servicio y distribución) siguen estando en manos de empresas estadounidenses, europeas, japonesas, surcoreanas y taiwanesas. China simplemente “externaliza” estas funciones de alto valor añadido a empresas como Apple y Wal-Mart.
Por supuesto, China tiene grandes empresas, pero son gigantes estatales ineficientes que deben su tamaño y rentabilidad a sus monopolios legales y los subsidios del gobierno. Pueden tener el peso necesario para las operaciones globales, pero carecen de la motivación para competir con firmas occidentales de clase mundial y son recibidas con recelo y temor en todo el mundo.
Para que China arraigue profundamente en la globalización es necesario que cuente con un gran grupo de gente con talento, comparable a lo mejor que Occidente puede producir. La China de hoy carece de ello. Si bien decenas de millones de jóvenes chinos muestran impresionantes habilidades innatas, el sistema nacional de educación superior cultiva muy mal sus talentos. Para la mayoría, el plan de estudios está en gran medida obsoleto y tiende al aprendizaje de memoria de teorías a expensas de las habilidades básicas de análisis y pensamiento crítico.
La educación en ciencias sociales y humanidades es particularmente deficiente, debido a la falta de inversión en estas disciplinas y el exceso de control político de los planes de estudio. Como resultado, los chinos egresan de la universidad habiendo aprendido muy poco sobre el mundo exterior en campos como la antropología, la sociología, las relaciones internacionales, la literatura comparada y la historia. A menos que se reforme este sistema anquilosado, el país no será capaz de producir suficiente talento altamente capacitado para competir con los mejores y más brillantes del mundo.
Ninguna de estas deficiencias -la falta de instituciones, reglas, corporaciones y talento que promuevan la globalización- es un obstáculo insalvable. La verdadera pregunta es si China puede eliminarlas en el marco de un régimen de partido único que es hostil a los valores liberales que inspiran y sustentan la globalización.
Es probable que a Nixon mismo no le resultara molesta la naturaleza del régimen chino hace cuatro décadas. El hecho de que el problema se deba tratar ahora da fe de los increíbles avances de China desde entonces, pero también muestra que la larga marcha de China hacia la integración global aún no ha llegado a su fin.
Minxin Pei es profesor de Administración Pública en la Universidad de Claremont McKenna.
Copyright: Project Syndicate, 2012.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
- 23 de enero, 2009
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