El peculiar caso de Kant

Sin duda que los humanos nos equivocamos porque
somos limitados e imperfectos. No escapamos a las contradicciones por
más que no las detectemos en nosotros mismos (de lo contrario es de
creer que las rectificaríamos). Nuestras corroboraciones son siempre
provisorias sujetas a refutaciones. Estamos inmersos en un proceso
evolutivo, estamos en ebullición sin posibilidad de llegar a una
instancia definitiva. Nos encaminamos por un azaroso sendero de prueba y
error. Cuando revisamos lo que hemos escrito nos percatamos que
podríamos haber mejorado la marca.
Todo esto es cierto, pero el
caso de Emanuel Kant es más bien asombroso. En Crítica a la razón pura
apunta a las tres preguntas filosóficas de mayor calado: “la libertad de
la voluntad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios”, su
“imperativo categórico” consiste en actuar “como si tu máxima se
convierta en la ley universal” y ha contribuido a clarificar algunos
entuertos en torno a los juicios analíticos y sintéticos, complicar
otros planos como el idealismo y la percepción de las cosas y su curioso
paradigma moral vinculado al “deber”.
En materia de los derechos
individuales, sostiene que nadie debe ser tratado como medio para los
fines de otros puesto que cada uno es un fin en si mismo y, en la misma
línea argumental, como cita Bertrand Russell en su History of Western
Civilization, Kant afirma su conocida sentencia en el sentido de que “no
puede haber nada más horrendo que la acción de un hombre esté sujeta al
deseo de otro”.
Pero aquí viene la sorpresa mayúscula: cual
hobbesiano radical, escribe Kant en sus trabajos compilados bajo el
título de Teoría y praxis que “toda oposición al poder legislativo
supremo, toda sublevación que permita traducir en actos de descontento
de los súbditos, todo levantamiento que estalle en rebelión es, en una
comunidad, el crimen más grave y condenable, pues arruina el fundamente
mismo de la comunidad. Y esta prohibición es incondicionada, hasta tal
punto que cuando incluso ese poder o su agente, el jefe de Estado, han
violado hasta el contrato originario y de ese modo se ha desposeído, a
los ojos de los súbditos, del derecho a ser legisladores, puesto que
autorizan al gobierno a proceder de manera absolutamente violenta
(tiránica), sin embargo, al súbdito no le está permitida resistencia
alguna en tanto contraviolencia”.
Y en lo que se ha publicado de
Kant como Principios metafísicos de la doctrina del derecho, en un
sentido contrario a lo que venía sosteniendo en largas y sesudas
disquisiciones sobre la importancia de respetar el derecho de cada cual,
hasta que en la Sección Primera de la Segunda Parte de la obra,
súbitamente la emprende con conceptos a contramano de lo que venía
diciendo -en una demostración de positivismo superlativo- al mantener
que “el soberano no tiene hacia el súbdito más que derechos no deberes;
por lo demás si el órgano del soberano, el gobernante, obrase contra las
leyes, por ejemplo, en materia de impuestos […] No hay pues contra el
poder legislativo, soberano de la cuidad ninguna resistencia legítima de
parte del pueblo; porque un estado jurídico no es posible más que por
la sumisión a la voluntad universal legislativa, ningún derecho de
sedición (seditio), menos todavía de rebelión (rebellio) pertenece a
todos contra él como persona singular o individual (el monarca), bajo
pretexto de que abusa de su poder ( tyrannus)”.
No nos explicamos
una contradicción más flagrante. En La paz perpetua Kant, dice que
entiende “la política como aplicación del derecho y la moral” y critica
la “constitución no republicana” en la que “el jefe del Estado no es un
conciudadano sino un amo y la guerra no perturba en lo más mínimo su
vida regalada que transcurre en banquetes, cazas y castillos
placenteros. La guerra para él es una especie de diversión”. Y en este
libro de 1795, hasta en concordancia con lo consignado por los Padres
Fundadores de Estados Unidos en Los Papeles Federalistas de 1787/88 (por
ejemplo, en el No. XXV), propugna que “los ejércitos permanentes -miles
perpetuus- deben desaparecer por completo” y “liberar al país de la
pesadumbre de los gastos militares”, al tiempo que aconseja que “no
debe el Estado contraer deudas que tengan por objeto sostener su
política exterior”.
¿Como compatibilizar semejante incoherencia?
El esfuerzo humano en su pensamiento consiste en lograr archivos
ordenados en su subconsciente al efecto de contar con la mayor
consistencia posible, pero estos brincos no parece que provengan de un
filósofo de fuste. Según algunos kantianos sus párrafos sobre filosofía
política se deben a la censura cosa que es muy discutible por cierto (y,
por otra parte, la eventual excusa no quita lo dicho).
Sabemos
que Ludwig von Mises era partidario del servicio militar obligatorio,
que Santo Tomás de Aquino patrocinaba la muerte para los herejes, que
Murray Rothbard aprobaba el aborto voluntario, que Karl Popper suscribió
la censura de la televisión, que John Stuart Mill dio pie para el
redistribucionismo y tantos otros casos, pero el de Kant es distinto en
el sentido que, dejando de lado sus elucubraciones sobre la metafísica
(que finalmente también niega), sus aportes metodológicos en cuanto a
los a priori y su especie de subjetivismo epistemológico contrario al
realismo, sus reflexiones sobre la libertad pueden partirse en dos con
largas disquisiciones en dos sentidos opuestos.
Como hemos
subrayado al abrir esta nota, todos tenemos contradicciones debido a
nuestra condición humana. Cuando expongo esto frente a mis alumnos
invariablemente me preguntan cuales son las mías, a lo que respondo que
si las pudiera identificar las corregiría como, por ejemplo, cuando
gracias precisamente a varios de mis alumnos, he modificado mi posición
frente a las drogas alucinógenas para usos no medicinales: con
anterioridad era partidario de la prohibición.
En el caso de Kant
resulta difícil hacer un balance para sacar una conclusión sobre el neto
de sus contribuciones en la materia aludida. En otros casos como los
autores citados, uno puede concluir sobre el mérito de sus trabajos
dejando de lado ciertas incoherencias pero en los aportes kantianos no
resulta fácil arribar a un balance que haga justicia, especialmente en
lo referente a la libertad de las personas, como decimos, con tan
enfáticas declaraciones en direcciones contrarias.
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