Lo individual y lo colectivo

Como ha puntualizado Robert Nozick, no hay tal
cosa como “el bien social”, no cabe el antropomorfismo de lo social, no
es una entidad con vida propia. Es la persona, el individuo, que piensa,
siente y actúa. En el extremo, resulta tragicómico cuando se afirma que
Inglaterra propuso tal o cual cosa a lo que le contestó África de esta o
aquella manera, en lugar de precisar que fue fulano o mengano el que se
expresó en un sentido o en otro.
La Escuela Escocesa,
especialmente Adam Smith y Adam Ferguson, señalaron que en una sociedad
abierta cada persona siguiendo su interés personal satisface los
intereses de los demás con lo que crean un sistema de coordinación más
complejo de lo que cualquier mente individual puede concebir. En
libertad, las relaciones sociales se basan en la necesidad de satisfacer
al prójimo como condición para mejorar la propia situación. Esto va
desde las relaciones amorosas y la simple conversación a los negocios
cotidianos de toda índole y especie.
El interés personal es la
característica central de la condición humana, en verdad resulta en una
tautología puesto que si no está en interés del sujeto actuante no
habría acción posible. Todos las acciones -sean éstas sublimes o ruines-
se basan en el interés personal. Está en interés de la madre el cuidado
de su prole y está en interés del asaltante que le salga bien el
asalto. Está en interés personal (está en sus valores y preferencias) la
donación de quien realiza una obra de caridad, y está en interés
personal del canalla llevar a cabo la canallada. Los marcos
institucionales de una sociedad libre apuntan a minimizar los actos que
lesionan derechos, es decir, el fraude y la violencia.
El
individualismo suscribe la prelación de las autonomías individuales de
las personas, lo cual para nada se traduce en la autarquía sino, muy por
el contrario, en la apertura más completa a la cooperación social en el
contexto de la división del trabajo. Es el colectivismo el que bloquea y
restringe los arreglos contractuales libres y voluntarios entre las
partes que deja de lado el hecho que el conocimiento está fraccionado y
está disperso entre millones de personas, para en cambio concentrar
ignorancia al pretender la regimentación de la vida social.
En los
procesos de mercado, es decir, en los procesos en los que la gente
contrata sin restricciones (siempre que no se lesionen derechos de
terceros), los precios constituyen las señales e indicadores para poder
operar. Cuando los aparatos estatales se inmiscuyen en estos delicados
mecanismos, inevitablemente se producen desajustes y desórdenes de
magnitud diversa. Como se la destacado reiteradamente, en la medida en
que los precios no reflejan en libertad las recíprocas estructuras
valorativas, se obstaculiza la evaluación de proyectos y la contabilidad
y se oscurece la posibilidad de conocer el aprovechamiento o
desaprovechamiento del siempre escaso capital. Esa es la razón técnica
del derrumbe del Muro de la Vergüenza en Berlín: la pretensión de
eliminar la propiedad privada barre con los precios y, por ende, por
ejemplo, no se sabe si es más económico fabricar caminos con oro o con
asfalto.
El colectivismo -el ataque a la propiedad privada-
conduce a lo que Garret Hardin bautizó ajustadamente como “la tragedia
de los comunes”, a saber, lo que es de todos no es de nadie y se termina
por destrozar el bien en cuestión. El colectivismo funde a las personas
como si se trataran de una producción en serie de piezas amorfas que
pueden manipularse como muñecos de plastilina, en cuyo contexto
naturalmente el respeto desaparece.
Como queda expresado, el
individualismo abre las puertas de par en par para que se lleven a cabo
obras en colaboración, ese es el sentido por el que el hombre se inserta
en sociedad (la autarquía empobrece y embrutece). No es entonces para
que lo dominen sino para cooperar con otros produciendo ventajas
recíprocas. El mismo mercado es una obra en colaboración así como lo es
el lenguaje y tantas otras manifestaciones de la vida social. En un
sentido más directo, George Steiner escribe en Gramáticas de la creación
que “La historia del arte nos enseña que en muchas pinturas han
trabajado varias manos. Algunas de las piezas consideradas las más
características de tal o cual maestro son, en realidad, compartidas.
Ayudantes, discípulos, cofrades artesanos del taller o de la comisión
ciudadana han proporcionado el contexto, han pintado los personajes o
los motivos secundarios y puede que hayan completado totalmente el
lienzo […] En música […] conocemos partituras híbridas reunidas por más
de un compositor”.
No debe perderse de vista que los múltiples
trabajos en colaboración remiten a la consideración y satisfacción del
individuo. Por eso, cuando se dice que debe contemplarse el bien común y
no la satisfacción individual se está incurriendo en un error
conceptual. Como han explicado Michael Novak y Jorge García Venturini,
el bien común es el bien que le es común a cada uno, es decir, el bien
del conjunto es precisamente la satisfacción legítima de cada cual.
Prácticamente
todo es el resultado de obras en colaboración: nuestras ideas son fruto
de innumerables influencias de otros pensadores, no hay más que mirar
una máquina de afeitar para imaginar los cientos de miles de personas
que colaboraron, desde la fabricación del plástico, la combinación del
metal, las cartas de crédito, los bancos, los transportes, los
departamentos de marketing etc. Solo los megalómanos estiman que sus
arrogantes decisiones son consecuencia de su sola voluntad y
participación.
El individualismo abre paso a notables prodigios en
un clima donde se desarrolla al máximo la energía creadora en libertad.
En cambio, el colectivismo es la aniquilación del individuo y la
glorificación de la masa sin rostro ni personalidad.
Ya ha
reiterado el antes mencionado Nozick en Anarchy, State and Utopia que el
hombre es un fin en si mismo y nunca debería utilizárselo como un medio
para los fines de otros. Por su parte, Arnold Toynbee en su crítica al
colectivismo en Civilization on Trial escribe que “La proposición de que
el individuo es una mera parte de un conjunto social puede ser cierta
para los insectos, abejas, hormigas y termitas, pero no es verdad en el
caso de seres humanos”.
En resumen, individualismo y colectivismo
son términos mutuamente excluyentes. Esta última visión está escindida y
amputada del prójimo, mientras que la primera, tal como se ha
consignado, se traduce en el valor supremo de la dignidad de la persona y
abre paso a la estrecha vinculación entre individuos, lo cual resulta
en un camino inexorable para la propia prosperidad. Se pretende hacer
aparecer como que el colectivismo se basa en la cooperación recíproca
pero, como también se ha visto, es su antítesis y significa la
aniquilación de la noción de persona y el consiguiente respeto
recíproco.
- 10 de junio, 2015
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