Mario Vargas Llosa: “Tumbar estatuas de Colón no ayudará a la lucha racial en Estados Unidos”

ABC.es, Madrid
Entrevista de Jesús García Calero
La expresión “Tiempos recios” que da título a la última novela del premio Nobel Mario Vargas Llosa –sobre el golpe de Guatemala de 1954– la acuñó Santa Teresa de Jesús, que calificaba con ella su época de libros prohibidos, autos de fe y ejecuciones sumarias. Cuando el escritor responde al teléfono con un cosmopolita “Aló” y hablamos de un mundo donde derriban estatuas y censuran películas exclama: “Tiempos recios, ¿eh?” y ríe cortésmente para espantar el fantasma de tanta barbarie. En medio de la pandemia publica “Medio siglo con Borges” (Alfaguara), un compendio de los textos, entrevistas y reflexiones sobre el gran autor argentino. “Borges es un escritor muy distinto de lo que yo trato de ser –afirma–, pero la admiración está allí. Nunca me he sentido decepcionado por un texto de Borges. Ni los poemas, ni los ensayos ni los cuentos, salvo los de juventud…”
—Les separaba desde el principio la idea sartriana del compromiso.
—Yo era sartriano cuando le conocí, y Sartre era la negación de Borges. Cultivaba el compromiso con la realidad porque la literatura cambiaba la historia. Todo lo contrario que Borges y su gran desprecio por la política, le interesaba la metafísica, la teología, convertía todo en literatura, su mundo es la negación del mundo de Sartre. Pero al leerle, en lugar de sentir rechazo sentí una enorme curiosidad y atracción.
—Desdeñaba la política pero no toda.
—Tenía desprecio por la política menuda, pero de los grandes temas se preocupaba y tenía una posición muy firme. El gobierno de Perón tuvo mucha simpatía por el nazismo y Borges fue clarísimo a favor de los aliados siempre. Pero otras de sus actitudes son difíciles de comprender. La vinculación con los regímenes militares, la defensa que hizo de ellos, la visita a Pinochet. Creo que no se daba cuenta del escándalo que significaba. Eso le costó el Nobel.
—¿Es una complejidad de Borges que debemos aceptar?
—Sin el contexto argentino Borges sería inexplicable. Es el único país con una clase alta culta y dispuesta a gastar dinero. Virginia Ocampo se gasta su fortuna en revistas y editoriales. Borges sin ese contexto hubiera sido muy difícil. Su familia era modesta, pero en ese ambiente desarrolló esas curiosidades tan excepcionales. Él fue el gurú.
—En “Sur” publicó textos políticos.
—Él se pronunció siempre muy categóricamente contra el peronismo, que había metido presa a su madre, y lo sacó de bibliotecario de barrio y lo hizo ¡inspector de gallineros! (risas). Era la máxima humillación.
—Y es contrario al nacionalismo
—Estaba convencido de que era anacrónico y fanatizaba a los pueblos. En eso yo estoy muy de acuerdo con él. El nacionalismo ha sido uno de los grandes estragos en la historia de América Latina y en la historia del mundo.
—Ahora vuelve, en plena globalización.
—Que haya ese rebrote de la pandemia nacionalista es sorprendente.
—Para Borges la cultura occidental y europea lo era casi todo. Y en una parte importante es cultura en español.
—Sin ninguna duda. La lengua unificó América. Antes de llegar Colón se hablaban 1.500 lenguas y dialectos y nos entrematábamos, desde tribus a imperios. Todo eso desaparece cuando se unifica lingüísticamente el continente.
—¿Y cómo entiende usted la rabia contra las estatuas de Colón, Oñate…?
—Es una cosa grotesca. Colón es el que incorpora América a la gran tradición occidental que es la de la cultura y de la libertad. Borges era perfectamente consciente de eso. Si hay algo que podemos criticarle es el absoluto desdén con el que veía las pequeñas culturas prehispánicas.
—¿Cómo interpreta lo que ocurre?
—Es un disparate que no tiene ni pies ni cabeza. Como prohibir “Lo que el viento se llevó”. Qué absurdo. Es resucitar la censura. Nos habíamos liberado de la censura y la resucitamos ahora por las buenas razones. Hay que criticar y condenar toda forma de censura porque es lamentable, hay que decirlo.
—Vemos a demócratas que lo justifican, ceden al discurso “progre”.
—A ver, díme tú, demócratas, liberales, están apoyando una barbaridad de ese tipo, que se decapiten estatuas a héroes del pasado, como si tumbar estatuas de Colón fuera ayudar a la lucha racial en Estados Unidos, pero ¿cómo puede haber aberraciones de ese tipo?
—¿La rabia desatada no pone en peligro los derechos que nos igualan?
—Algo tiene que ver con la absoluta equivocación que fue llevar a Trump a la presidencia. Si no sale la reelección de Trump por esto, sería una gran noticia. No solo ha enemistado a su país con los aliados tradicionales y admira a Putin y otros personajes absurdos. Está deteriorando la democracia.
—¿Debe decir algo o responder el mundo hispánico?
—El mundo hispánico está fuera de esos traumas, en proceso de integración. La lengua española prospera y se expande, hay 50 millones de hispanohablantes en EE.UU. Es extraordinario. Soy optimista en ese campo, ojalá el resto del mundo estuviera como la cultura de lengua española a pesar del poco apoyo de los gobiernos.
—Volviendo a la memoria histórica y las estatuas, dice en el libro que la izquierda usa la historia, una de tres: “como hacha de verdugo, carta marcada de tahúr, o pase mágico del ilusionista”…
—Pero yo creo que eso es la pura verdad, ¿no es cierto? Hay una izquierda democatizada, como el caso de Uruguay, o en los gobiernos que hubo en Chile, que ha respetado la democracia, así como muchos de derechas lo hacen. Pero hay una izquierda fanática, intolerante, muy sectaria que no acepta el principio básico de la democracia, que es convivir en la diferencia, que se consideran dueños de verdades absolutas y eso puede llevar a justificar la eliminación de sus adversarios. Está viva y operante…
—Y con la pandemia ¿no cejarán, no buscarán consensos, sumar…?
—No juega con cartas limpias, esa izquierda es muy peligrosa y hay que cuidarse mucho. En estos tiempos utilizan la pandemia para justificar la eliminación de las libertades públicas.
—Pero la polarización está en ambos lados del tablero político.
—Claro, por supuesto. Tradicionalmente era la derecha la que era intolerante, pero hoy lo es mucho más la izquierda, este tipo de izquierda. Ha convertido el marxismo en una religión a pesar de que en todos los países en los que se ha instalado ha sido catastróficos. Empobrece e instaura las dictaduras más sanguinarias de la historia.
—¿Borges dijo que la democracia no es para los hispanoamericanos…?
—Él decía que no merecemos la democracia, pero es que Borges era un gran fraseólogo. Le había quedado la irreverencia y la insolencia de la juventud ultraísta. Decía de García Lorca que era “un andaluz profesional”, de Sábato que podías dejar sus obras en manos de cualquiera “sin ningún peligro”. Deberían hacer un libro sobre eso mientras estén vivos sus interlocutores.
—Habla de una última etapa feliz…
—Borges tuvo el amor de vejez, que yo creo que le prolongó la vida, lo hizo gozar en sus últimos años. Lo comento porque es otro Borges, ya muy mayor pero está enamorado y hace las cosas locas que hacen los enamorados como treparse a un globo… ya sin ver nada. Pero gozó mucho en esos años, encontró a una mujer que le interesaba las mismas cosas que le interesaban a él. Lo llevó muy bien. Lo que no había sido en su vida -sí había sido un extraordinario lector y escritor pero no un hombre feliz. Lo fue en los últimos años gracias a María Kodama.
—¿Gravitó su obra en el Boom?
—Lo que no tuvo Borges es discípulos porque su estilo es tan personal que mataba a sus imitadores, eran pequeños borgecitos porque tenía tal estilo que no permitía descubrir sus propias voces a sus seguidores.
—Tampoco tuvo Nobel.
—No, por una gran equivocación de la Academia Sueca, uno de los académicos me dijo que el años que iban a darle el premio aceptó una condecoración de Pinochet. yo les dije que tanto Neruda como Asturias tenían el Premio Stalin, que mató a mucha más gente que Pinochet.
—Borges, según usted, surge de la nostalgia de Europa que hay en aquella Argentina. ¿No la sentimos todos, ahora que Europa está en fuga?
—Absolutamente, no se reconoce a sí misma, quiere escapar de ser Europa, mire los ingleses con el Brexit. Qué disparate. Pero en América la tradición europea está viva. El representante eximio de eso es Borges.
—Impugnan ahora la historia Europa, cuando Europa fue una respuesta correcta a los peores baches historia del siglo XX, ¿no cree?
—Es muy exacto. Estoy totalmente de acuerdo. Pero es que soy optimista en el campo cultural con el español. En la política no tanto.
—Ese desdén sí que le acerca a Borges.
—Sí, fue la actitud de él.
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