El tema de la «desigualdad» se encuentra en la actualidad muy presente en las noticias. Para un gran número de profesores, investigadores, editorialistas y comentaristas de los medios de comunicación convencionales y en las redes sociales, es el tema del día. Por el contrario, prácticamente no le interesa a nadie más.
Para la clase parlanchina, un nuevo libro de Thomas Piketty es agua para su molino. Aunque no comprendan la complicada economía de Piketty, no les costará descubrir su conclusión: la desigualdad de ingresos y riqueza es incuestionablemente mala.
La gente común no piensa en la desigualdad. No habla de ella. Ciertamente no se obsesiona con ella. Pero si se detuvieran a pensar en ella, podrían concluir que la desigualdad no es necesariamente algo malo después de todo.
En su libro The Genetic Lottery, Katherine Page Harden sostiene que muchas diferencias entre las personas están presentes al nacer y nos las transmiten nuestros genes. En la mayoría de los casos, el gráfico de un rasgo (como la altura) se asemeja a una curva con forma de campana, con unas pocas personas muy altas en un extremo de la distribución, unas pocas personas bajas en el otro extremo y el resto de la población en algún punto intermedio.
Supongamos que pudieses jugar a ser Dios y cambiar todo eso. ¿Lo harías?
Tomemos el coeficiente intelectual (CI), un rasgo que se ha estudiado más que ningún otro y que está definitivamente relacionado con los ingresos personales. El consenso parece ser que el coeficiente intelectual se encuentra determinado entre los adultos en un 75% por los genes y el resto por el entorno, aunque este es un tema de continuo debate. Supongamos que pudiéramos agitar una varita mágica y eliminar los efectos de la naturaleza y la crianza, dejando a todos con un CI promedio de 100.
El resultado probable sería que no habría ningún Euclides, ni Gauss, ni Newton, ni Einstein. Podría decirse que los aspectos más importantes del mundo moderno fueron posibles (en parte) porque algunos coeficientes intelectuales estaban varias desviaciones estándar por encima de la media. Sin todos esos genios, a lo largo de la historia, la vida actual probablemente no sería mejor que hace 2.000 años.
En un sentido muy real, la desigualdad del CI es responsable de la creación del mundo moderno.
¿Qué pasaría si pudiéramos agitar una varita mágica y reducir a todo el mundo a la media en términos de capacidad atlética, canto o actuación? ¿Vería alguien alguna vez un partido de fútbol? ¿O asistiría a la ópera? ¿O iría al cine? Al igual que el coeficiente intelectual, muchos talentos también están correlacionados con los ingresos. Un mundo sin diferencias de talento sería realmente aburrido.
El sistema económico crea recompensas financieras para que las personas altamente inteligentes y creativas utilicen sus talentos y habilidades para mejorar la vida de todos los demás. Sin esas recompensas, Bill Gates, Steve Jobs, Elon Musk y otros podrían haber dedicado toda su atención a la teoría de los números imaginarios en lugar de satisfacer nuestras necesidades.
¿Pero es justo el sistema? Preguntémosle a la gente común.
Fui a la escuela secundaria con más de 400 compañeros, todos de clase media. Después de asistir a varias reuniones a lo largo de los años, hice un cálculo a ojo de buen cubero: Aproximadamente entre el 5 y el 10 por ciento de mis compañeros parecían ganar la mitad de los ingresos de la clase. Sin embargo, nunca escuché a algún compañero decir que esto era injusto. En todo caso, mis compañeros parecían estar orgullosos de los logros de los demás.
En la universidad, estuve en una fraternidad con otros de orígenes socioeconómicos similares. Más tarde, realicé otro cálculo improvisado: Aproximadamente entre el 5 y el 10 por ciento de mis hermanos de la fraternidad parecían estar ganando la mitad de los ingresos del grupo. Sin embargo, nunca oí a un solo hermano de la fraternidad quejarse de que este resultado fuese injusto.
No tengo una explicación para estos resultados distributivos. Si retrocediera en el tiempo, no habría podido ser capaz de predecir de antemano cuáles de mis compañeros tendrían más éxito y cuáles obtendrían ingresos ordinarios. En la nación como un todo, el 20% de la población más rica gana el 50% de los ingresos personales. Nadie tiene tampoco una explicación para ese resultado. Es posible que haya mucha aleatoriedad en los azares del destino de la gente.
¿Es mi experiencia inusual? Invito a los lectores a realizar su propia encuesta entre sus amigos y allegados de la infancia.
¿Qué hay de la idea de que el gobierno le quite a los ricos y redistribuya al resto? El economista Arthur Okun propuso la teoría del «balde agujereado», según la cual quitarle a Pedro y darle a Pablo genera efectos de incentivo negativos tanto para Pedro como para Pablo. Como resultado, las transferencias de ingresos reducen la renta nacional total.
La metáfora de Okun nos lleva a considerar esta cuestión: Si más igualdad es algo bueno y si tiene un precio, ¿cuánto estamos dispuestos a pagar para conseguirla?
Aquí nuevamente, ¿por qué no preguntarle a la gente común?
Según Gallup, hay 42 millones de personas en el mundo que desearían emigrar de manera permanente a los Estados Unidos. Muchas de ellas viven en países en los que (dejando de lado a unas pocas élites ricas) todo el mundo es igual de pobre. Si estas personas vinieran a los Estados Unidos, comenzarían en la parte más baja de la escala de ingresos.
Otros millones de personas están revelando con sus acciones su preferencia por la oportunidad frente a la igualdad, al cruzar nuestra frontera sur de forma ilegal. Si la gente se ve obligada a elegir entre la oportunidad y la igualdad, para un gran número de personas la oportunidad gana en un abrir y cerrar de ojos.
Finalmente, hay pruebas desde la introspección.
Si tuvieras que elegir un compañero para jugar al tenis o un miembro de un equipo de baloncesto callejero, ¿seleccionarías a alguien con las mismas habilidades que tú? ¿O elegirías a alguien mejor? Si tuvieras que elegir un compañero de cena, ¿elegirías a alguien con los mismos ingresos que los tuyos o a alguien que gane mucho más? Cuanto más rico sea el compañero de cena, mayor será la probabilidad de un nuevo trabajo, o una inversión en tu empresa, o una donación a tu organización benéfica.
El deseo de igualdad no está reflejado en las elecciones que la mayoría de la gente hace la mayor parte del tiempo.
Traducido por Gabriel Gasave
En defensa de la desigualdad
El tema de la «desigualdad» se encuentra en la actualidad muy presente en las noticias. Para un gran número de profesores, investigadores, editorialistas y comentaristas de los medios de comunicación convencionales y en las redes sociales, es el tema del día. Por el contrario, prácticamente no le interesa a nadie más.
Para la clase parlanchina, un nuevo libro de Thomas Piketty es agua para su molino. Aunque no comprendan la complicada economía de Piketty, no les costará descubrir su conclusión: la desigualdad de ingresos y riqueza es incuestionablemente mala.
La gente común no piensa en la desigualdad. No habla de ella. Ciertamente no se obsesiona con ella. Pero si se detuvieran a pensar en ella, podrían concluir que la desigualdad no es necesariamente algo malo después de todo.
En su libro The Genetic Lottery, Katherine Page Harden sostiene que muchas diferencias entre las personas están presentes al nacer y nos las transmiten nuestros genes. En la mayoría de los casos, el gráfico de un rasgo (como la altura) se asemeja a una curva con forma de campana, con unas pocas personas muy altas en un extremo de la distribución, unas pocas personas bajas en el otro extremo y el resto de la población en algún punto intermedio.
Supongamos que pudieses jugar a ser Dios y cambiar todo eso. ¿Lo harías?
Tomemos el coeficiente intelectual (CI), un rasgo que se ha estudiado más que ningún otro y que está definitivamente relacionado con los ingresos personales. El consenso parece ser que el coeficiente intelectual se encuentra determinado entre los adultos en un 75% por los genes y el resto por el entorno, aunque este es un tema de continuo debate. Supongamos que pudiéramos agitar una varita mágica y eliminar los efectos de la naturaleza y la crianza, dejando a todos con un CI promedio de 100.
El resultado probable sería que no habría ningún Euclides, ni Gauss, ni Newton, ni Einstein. Podría decirse que los aspectos más importantes del mundo moderno fueron posibles (en parte) porque algunos coeficientes intelectuales estaban varias desviaciones estándar por encima de la media. Sin todos esos genios, a lo largo de la historia, la vida actual probablemente no sería mejor que hace 2.000 años.
En un sentido muy real, la desigualdad del CI es responsable de la creación del mundo moderno.
¿Qué pasaría si pudiéramos agitar una varita mágica y reducir a todo el mundo a la media en términos de capacidad atlética, canto o actuación? ¿Vería alguien alguna vez un partido de fútbol? ¿O asistiría a la ópera? ¿O iría al cine? Al igual que el coeficiente intelectual, muchos talentos también están correlacionados con los ingresos. Un mundo sin diferencias de talento sería realmente aburrido.
El sistema económico crea recompensas financieras para que las personas altamente inteligentes y creativas utilicen sus talentos y habilidades para mejorar la vida de todos los demás. Sin esas recompensas, Bill Gates, Steve Jobs, Elon Musk y otros podrían haber dedicado toda su atención a la teoría de los números imaginarios en lugar de satisfacer nuestras necesidades.
¿Pero es justo el sistema? Preguntémosle a la gente común.
Fui a la escuela secundaria con más de 400 compañeros, todos de clase media. Después de asistir a varias reuniones a lo largo de los años, hice un cálculo a ojo de buen cubero: Aproximadamente entre el 5 y el 10 por ciento de mis compañeros parecían ganar la mitad de los ingresos de la clase. Sin embargo, nunca escuché a algún compañero decir que esto era injusto. En todo caso, mis compañeros parecían estar orgullosos de los logros de los demás.
En la universidad, estuve en una fraternidad con otros de orígenes socioeconómicos similares. Más tarde, realicé otro cálculo improvisado: Aproximadamente entre el 5 y el 10 por ciento de mis hermanos de la fraternidad parecían estar ganando la mitad de los ingresos del grupo. Sin embargo, nunca oí a un solo hermano de la fraternidad quejarse de que este resultado fuese injusto.
No tengo una explicación para estos resultados distributivos. Si retrocediera en el tiempo, no habría podido ser capaz de predecir de antemano cuáles de mis compañeros tendrían más éxito y cuáles obtendrían ingresos ordinarios. En la nación como un todo, el 20% de la población más rica gana el 50% de los ingresos personales. Nadie tiene tampoco una explicación para ese resultado. Es posible que haya mucha aleatoriedad en los azares del destino de la gente.
¿Es mi experiencia inusual? Invito a los lectores a realizar su propia encuesta entre sus amigos y allegados de la infancia.
¿Qué hay de la idea de que el gobierno le quite a los ricos y redistribuya al resto? El economista Arthur Okun propuso la teoría del «balde agujereado», según la cual quitarle a Pedro y darle a Pablo genera efectos de incentivo negativos tanto para Pedro como para Pablo. Como resultado, las transferencias de ingresos reducen la renta nacional total.
La metáfora de Okun nos lleva a considerar esta cuestión: Si más igualdad es algo bueno y si tiene un precio, ¿cuánto estamos dispuestos a pagar para conseguirla?
Aquí nuevamente, ¿por qué no preguntarle a la gente común?
Según Gallup, hay 42 millones de personas en el mundo que desearían emigrar de manera permanente a los Estados Unidos. Muchas de ellas viven en países en los que (dejando de lado a unas pocas élites ricas) todo el mundo es igual de pobre. Si estas personas vinieran a los Estados Unidos, comenzarían en la parte más baja de la escala de ingresos.
Otros millones de personas están revelando con sus acciones su preferencia por la oportunidad frente a la igualdad, al cruzar nuestra frontera sur de forma ilegal. Si la gente se ve obligada a elegir entre la oportunidad y la igualdad, para un gran número de personas la oportunidad gana en un abrir y cerrar de ojos.
Finalmente, hay pruebas desde la introspección.
Si tuvieras que elegir un compañero para jugar al tenis o un miembro de un equipo de baloncesto callejero, ¿seleccionarías a alguien con las mismas habilidades que tú? ¿O elegirías a alguien mejor? Si tuvieras que elegir un compañero de cena, ¿elegirías a alguien con los mismos ingresos que los tuyos o a alguien que gane mucho más? Cuanto más rico sea el compañero de cena, mayor será la probabilidad de un nuevo trabajo, o una inversión en tu empresa, o una donación a tu organización benéfica.
El deseo de igualdad no está reflejado en las elecciones que la mayoría de la gente hace la mayor parte del tiempo.
Traducido por Gabriel Gasave
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