El Papa Franciso, el líder nato de la Iglesia católica, tiene mucho en común con el difunto Dr. Martin Luther King Jr., el líder de los derechos civiles de los Estados Unidos cuya vida y legado celebramos esta semana.

Un luchador por los pobres y oprimidos, el Dr. King habló acerca de la necesidad de erradicar la pobreza, escribiendo en su libro de 1967, Adónde vamos: ¿Caos o comunidad? que el objetivo de la sociedad debería ser “la abolición total, directa e inmediata de la pobreza”. Hoy, el Papa Francisco lleva adelante el mensaje del Dr. King, escribiendo en Evangelii Gaudium, o “La alegría del Evangelio”, que “cada cristiano individual y cada comunidad está llamada a ser un instrumento de Dios para la liberación y la promoción de los pobres”.

El Reverendo Dr. King y el Papa Francisco tienen otra cosa significativa en común: el analfabetismo económico.

Una cosa es enfatizar el imperativo moral de ayudar a los desfavorecidos. Pero ir más allá, en el ámbito de la defensa pública, requiere enfoques de políticas que en realidad podrían reducir, sino resolver, el problema. Y aquí es donde fallan.

Durante sus últimos años, el Dr. King fue un defensor de unos ingresos anuales garantizados para cada estadounidense, lo que requeriría una mayor presión tributaria gubernamental y una masiva redistribución de la riqueza. En su último discurso significativo en la Catedral Nacional de Washington, D.C., ofrecido pocos días antes de su asesinato, criticó la "Guerra contra la Pobreza", considerándola “ni siquiera una buena escaramuza contra la pobreza”.

El Papa Francisco, en un discurso en la ONU en 2014, de manera similar ha reclamado una “redistribución de los beneficios económicos por parte del Estado”. Francisco ha caracterizado recientemente a la filantropía privada como “migajas” , y equipara a la evasión de impuestos con el hecho de robar a los pobres.

Mientras que King y Franciso no están solos en ver a la redistribución gubernamental como legítima y necesaria para combatir la pobreza, décadas de experiencia demuestran que este enfoque es un fracaso tanto moral como práctico.

La redistribución gubernamental—ya sea a través de programas internos de bienestar, la ayuda exterior u otros medios—no es ni “dar” ni “caridad” en el sentido estricto de estas palabras. La redistribución por parte del gobierno, de hecho, es lo opuesto, requiriendo que el gobierno primero tome el dinero de otra persona, ya sea a través de impuestos o endeudamiento (futuros impuestos). Esto requiere de la coerción o la fuerza, violando el mandamiento que prescribe “No robarás”.

Jesús, en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37), expuso que la gente debería seguir el ejemplo del Buen Samaritano, que utilizó su propio tiempo y dinero para ayudar a un hombre en apuros. La verdadera compasión implica autosacrificio, “sufrir con”. No hay nada de compasivo en utilizar al gobierno para apoderarse del dinero de una persona a fin de dárselo a otra.

La redistribución por parte del gobierno no desarrolla una sociedad solidaria ni a personas compasivas. En cambio, enfrenta a un grupo contra otro, desgarrando el tejido social y generando desarmonía.

Por el contrario, la caridad privada implica la transferencia voluntaria de recursos de un individuo a otro, un acto compasivo de libre albedrío, responsabilidad personal e integridad moral.

Si bien puede ser que los 390 mil millones de dólares (billones en inglés) que los estadounidenses donaron a la caridad en 2016 sean sólo “migajas”, como dice el Papa Franciso, lo 15 billones de dólares (trillones en inglés) que Estados Unidos ha gastado desde 1964 para acabar con la pobreza no son migajas. Y no ha funcionado. De hecho, los más de 80 programas federales que estos gastos masivos financian deberían ser descritos como programas de mantenimiento de la pobreza, no de reducción de ella.

En 1935, en medio de la Gran Depresión, el presidente Franklin Roosevelt advirtió que los programas gubernamentales de sustento podían crear una cultura de dependencia: “La continua dependencia de la ayuda induce una desintegración espiritual y moral fundamentalmente destructiva para la fibra nacional. Administrar asistencia de esta manera es administrar un narcótico, un destructor sutil del espíritu humano”.

Lo cierto es que los masivos programas del gobierno para combatir la pobreza, el enfoque preferido del Dr. King y el Papa Francisco, son impersonales, inhumanos y contraproducentes, socavando en el proceso la verdadera compasión.

Sólo una incorrecta visión de suma cero del capitalismo podría llevar al Dr. King y al Papa Francisco a ver al gobierno como el salvador de los pobres.

La riqueza debe primero ser creada antes que pueda ser empleada para ayudar a otros. El capitalismo es el mayor creador de riqueza que el mundo ha visto, sacando a miles de millones de personas (billones en inglés) de la pobreza abyecta solamente en las últimas dos décadas. El capitalismo es una de las mayores bendiciones en la historia humana.

El Papa Franciso debería canalizar su fervor en aras de dar rienda suelta al capitalismo en todo el mundo a fin de impulsar la caridad voluntaria eficaz. Y entonces aquellos que aprecian la memoria del Dr. King deberían honrar su legado animando al Papa Franciso a hacerlo.

Traducido por Gabriel Gasave


Lawrence J. McQuillan es Asociado Senior en el Independent Institute, Director del Centro para la Innovación Empresarial y autor del libro del Instituto, California Dreaming: Lessons on How to Resolve America’s Public Pension Crisis.