El triunfo de Sebastián Piñera en las recientes elecciones de Chile parecería confirmar que América Latina se está volviendo en contra del populismo de izquierdas.

Primero, Mauricio Macri de Argentina desbancó a los peronistas, que habían convertido a un país emergente en un desastre del cuarto mundo. Después Evo Morales de Bolivia perdió un referéndum en su esfuerzo por superar los límites constitucionales a su mandato. (Sigue adelante de todos modos, pero está encontrando una férrea resistencia). Luego Dilma Rousseff de Brasil fue sometida a juicio político en medio de una rebelión nacional contra la corrupción y fue sucedida por su vicepresidente, él mismo bajo sospecha, quien está empeñado en revertir décadas de profuso intervencionismo gubernamental. Luego, el nuevo presidente de Ecuador, Lenin Moreno, denunció a su predecesor y alguna vez mentor, Rafael Correa, un demagogo admirador del dictador venezolano. Y ahora, después de cuatro años—durante los cuales la centroizquierda del país, por décadas un ejemplo de moderación “vegetariana”, soltó algunos de sus instintos “carnívoros”—Chile ha optado por Sebastián Piñera, un firme defensor de una economía (relativamente) libre, que ha colocado a los chilenos a unos 5.000 dólares per cápita de convertirse en un país desarrollado.

Pero la pregunta, a pesar de este fascinante giro de los acontecimientos, es doble. ¿Es sustentable esta tendencia y emprenderán estos gobiernos nuevos o prospectivos una reforma audaz o solo administrarán el legado?

Podemos esperar cierto grado de dinamismo—ya está sucediendo. Hemos visto a Brasil y Argentina avanzar en la dirección correcta, con diferentes grados de intensidad, en la reforma fiscal, la reforma tributaria, la reforma laboral, la reforma de las pensiones y otras cuestiones. Ecuador apenas se ha movido en esos frentes, pero ha progresado en cuestiones más amplias atinentes a la libertad política y la libertad de prensa, así como en la lucha contra la corrupción. Y Piñera de Chile, aunque su partido estará en minoría en el Congreso, desea revertir un descenso de cuatro años en la inversión privada.

Sin embargo, si la tendencia general no resulta sustentable, la mayoría de las administraciones de libre mercado quedarán paralizadas por una oposición envalentonada y su propio temor. Varias elecciones se llevarán a cabo en el hemisferio occidental en 2018, las más importantes en Colombia (mayo), México (julio) y Brasil (octubre); en ninguna de ellas es seguro que la reacción regional contra el populismo estatal será confirmada.

En Colombia, un ex guerrillero, el populista izquierdista Gustavo Petro, está a la vanguardia en las encuestas y el disgusto general con la corrupción de la clase política ha creado un escenario perfecto para que surja un outsider imprevisible, sin mencionar que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una organización terrorista con la que el gobierno firmó recientemente un acuerdo de paz, está compitiendo por la presidencia con grandes recursos después de años de dedicarse al narcotráfico.

En México, el populista izquierdista Andrés Manuel López Obrador, a quien el presidente Trump ha ayudado sin querer con su discurso antimexicano, está muy por delante en los sondeos. Aunque el candidato del gobierno, José Antonio Meade, un tecnócrata muy respetado que fue ministro en dos administraciones, es un aspirante potencialmente fuerte, no hay segunda ronda en las elecciones de ese país.

Finalmente, el ex presidente de Brasil, Lula da Silva, quien fue el responsable de la mayor saga de corrupción en la historia de ese país y fue condenado a prisión por un tribunal inferior, se encuentra adelante en las encuestas porque está asociado con los años de auge del boom de las materias primas, cuando redistribuyó dinero a la clientela política de su Partido de los Trabajadores. Si un tribunal superior confirma su sentencia a prisión, tendrá vedado postularse como candidato.

En todos estos casos, aquellos que actualmente lideran los sondeos pueden perder las elecciones. Pero su posición dominante nos dice hoy que el populismo latinoamericano a la vieja usanza sigue siendo una fuerza a tener en cuenta en tres países que tienen un peso regional significativo.

Es prematuro hablar de una tendencia firme hacia el libre-mercado en América Latina. Podemos decir con más precisión que la región, que en promedio no ha experimentado un crecimiento económico desde 2013 en parte debido a las políticas estatalistas, tiene la oportunidad de emprender un nuevo comienzo — si los colombianos, los mexicanos y los brasileños hacen lo correcto en 2018.

Traducido por Gabriel Gasave


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.