Durante las dos últimas décadas, el Fondo Monetario Internacional ha prometido préstamos baratos a los gobiernos extranjeros a fin de sobornarlos para que persigan las políticas económicas suicidas diseñadas por los tecnócratas del FMI, antes que por sus propios representantes electos. Esta costosa intromisión global fue pensada para hacer de la economía mundial un lugar más seguro, más estable.

Resulta innecesario decir que no lo ha hecho. Sin embargo las crisis internacionales que el FMI ni previó ni previno han sido utilizadas para persuadir al Congreso de enviar al FMI otros $18 mil millones.

Los Congresistas Republicanos añadieron algunas condiciones de “transparencia”: el FMI publicará resúmenes de algunas decisiones y acuerdos. Y habrá una comisión para estudiar al FMI. Pero el Congreso se apartó de intentar imponer requisitos tales como que los países que soliciten créditos reduzcan las barreras comerciales y que se termine el favoritismo político en los préstamos, o que repaguen los préstamos dentro de un plazo de 18 meses a una tasa de interés relativamente alta.

Incluso estas reformas desechadas hubiesen sido desdentadas. Los Estados Unidos tienen 1 voto entre 182 en el FMI. El Departamento del Tesoro ejerce una considerable influencia sobre la política del FMI, pero eso no es ni una fuente de comodidad ni algo que el Congreso pueda controlar.

En cualquier caso, el Congreso parece haberse centrado en dos críticas relativamente suaves del fondo: riesgo moral y falta de transparencia.

El “riesgo moral” significa que los rescates financieros de los malos préstamos alientan préstamos peores. Las propuestas para hacer que los préstamos del FMI sean de más corto plazo y más costosos son diseñadas para aliviarlo. Pero si el FMI quiere volverse más cauteloso y restrictivo en sus préstamos, no precisa más dinero: el dinero repagado por un país estará disponible para prestarle a otro. Por otra parte, otros $18 mil millones de los Estados Unidos, y $72 mil millones de otros países, aseguran que el volumen excepcional de los préstamos del FMI aumentará enormemente—y así lo hará el riesgo moral.

El problema de la transparencia es que el FMI nunca revela las condiciones que ata a los préstamos. El Congreso supone que si el FMI publicara informes clinicos sobre lo que ha estado haciendo tres meses atrás, esto mejoraría de alguna manera la calidad de las exigencias que coloca en sus salas. Esta noción es notablemente inocente. El FMI tiene 2.300 expertos que puedan racionalizar cualquier clase de travesura, de modo tal que harían que las observaciones de Alan Greenspan parezcan simples y claras en comparación.

Un problema aun más serio es la larga historia del FMI de hacer mucho daño y ningún bien. (Para más detalles ver mi extenso estudio, “The IMF’s Destructive Recipe: Rising Tax Rates and Falling Currencies,” (“La Receta Destructiva del FMI: Aumentar las Tasas Tributarias y Hacer Caer a las Monedas, ”) en Money and the Nation State, editado por Kevin Dowd y Richard Timberlake y publicado por The Independent Institute. El FMI exige casi siempre a los países devaluar sus monedas o elevar las tasas tributarias o ambas cosas. El FMI ha también favorecido los controles salariales, y por lo menos, ha condonado a los aranceles más altos. Esta clase de fórmula del FMI le fue aplicada primero a Perú y a Jamaica en 1978, donde los ingresos reales per capita descendieron posteriormente entre un 13 y un 14 por ciento. Los siguientes programas de ajuste fueron en Nicaragua y Bolivia después de 1980, donde la producción real cayó luego entre un 13 y un 28 por ciento respectivamente. Un ejemplo más reciente fue Haití, en donde un programa del FMI de 1990 (descrito por el Banco Mundial como “un esfuerzo para aumentar los réditos fiscales”) fue seguido por un prolongado 24 por ciento de caída en el PBI.

Traducido por Gabriel Gasave