¿Está usted preparado para el salto más rápido en el consumo de heroína en la historia de este país? ¿Está usted listo pata que la heroína tome el lugar de la cocaína como la droga ilegal preferida? Bien, prepárese para ello, a menos que reformemos nuestra actual política sobre las drogas dominada federalmente.

El programa de prohibición de la marihuana del gobierno federal ha disminuido drásticamente las importaciones. El resultado: El precio de la marihuana de alta calidad se ha incrementado hasta llegar a ser dos veces el precio del oro. Sin embargo, ninguna parte del programa sobre drogas del gobierno federal funciona en un vacío. El tomar como objetivos los embarques de marihuana—los cuales son voluminosos y fáciles de divisar—ha creado un incentivo económico para que los traficantes de drogas cambien por algo compacto y sencillo de ocultar—la cocaína.

Los precios de la cocaína se han desplomado entre un 50 y un 90 por ciento durante los pasados diez años, debido a que la oferta se ha incrementado con relación a la demanda. Nadie precisa contar con un título en economía para comprender el por qué: dados los mismos riesgos, cualquier cartel bien conducido embarcará el producto más rentable. Esta droga, hasta hace poco, era la cocaína. Un Caballo del Mismo Color Tristemente, esto ya no es más cierto.

Los carteles de las drogas sudamericanos han descubierto que cultivar plantas de amapola y refinando su resina en heroína rinde de diez a veinte veces más beneficio por unidad embarcada que la cocaína. Los agricultores pueden ganar anualmente $500 por una hectárea de cultivos de subsistencia, $1.500 por la coca, y $4.500 por plantas de amapola. Los distribuidores pueden vender cocaína por tal vez $15.000 el kilo, pero la heroína les reditúa $150.000 o más. Consecuentemente, los embarques de heroína sudamericana hacia los Estados Unidos se están incrementando a una tasa alarmante. Los agentes de interdicción de narcóticos en Perú, Colombia, y otras partes están descubriendo un aumento dramático en el número de campos de amapolas en sus países. Y los drogadictos callejeros en los EE.UU. están obteniendo "caballo" de primera calidad a precios de pichincha.

La heroína, como todas las drogas, puede ser ingerida en una variedad de formas --oralmente, intra-nasalmente, inhalada al fumarla, o inyectada empleando una aguja. Durante los pasados setenta años en los Estados Unidos, la inyección ha sido el camino preferido, en virtud de que la misma es la manera más eficaz de suministrar a lo que ha sido una droga muy costosa. Pero la aguja trae consigo el riesgo del SIDA y de otras enfermedades, por lo tanto los consumidores y los proveedores están buscando, y hallando, sistemas de suministro más seguros. La oferta creciente y la caída en el precio de la heroína harán pronto que la aguja sea innecesaria.

Las perspectivas son desagradables, por lo cual lo que ocurrirá con la heroína es lo que ha ocurrido con la cocaína y con otras drogas. Nuevos métodos de suministrar la droga en el cuerpo serán ideados; la heroína será combinada con otras drogas para aumentar o enmascarar específicos efectos psico-activos; y, por sobre todo, nuevos nombres serán pergeñados, para diferenciar a los productos a fin de crear nichos en el mercado para ellos. A medida que la oferta de heroína aumenta y que su precio cae, los empresarios de la droga promoverán vigorosamente a la misma en cualquier forma y bajo cualquier nombre con el cual la gente la adquirirá. Así como la marihuana y luego la cocaína pasó desde los cuartos traseros hasta la calle principal, la heroína emergerá desde las sombras.

La política federal sobre las drogas es el motor involuntario detrás de la sustitución de este producto. Al imponer una política uniforme sobre una nación de individuos diversos, Washington ha creado las condiciones que tornan al comercio de heroína obscenamente rentable.

Existe, no obstante, una forma realista de cambiar el futuro. Olvidémonos de la completa legalización en el ámbito federal—es un sueño en pipa. Olvidémonos de una guerra total contra las drogas ilegales—nuestro estándar de vida y nuestras libertades constitucionales serían demolidas. Consideremos en cambio una alternativa constitucional, una que está firmemente enraizada en la Décima Enmienda. Modifiquemos a la actual ley federal sobre las drogas para elevar el estatus legal y las facultades de las jurisdicciones estaduales y locales en la guerra contra esas substancias. Precisamos simplemente modificar la Ley Comprehensiva del Abuso, la Prevención, y el Control de las Drogas para eliminar el monopolio federal en materia de política sobre las drogas. A los gobiernos estaduales se les permitiría aplicar cualquier política sobre estupefacientes que prefieran; el papel federal consistirá en prevenir las violaciones interestatales de las nuevas leyes.

La eliminación del monopolio de la política sobre las drogas—¿y qué monopolio ha funcionado bien alguna vez?—obligará a los estados y a los municipios a desarrollar políticas sobre las drogas innovadoras. (Bajo la actual política federal, tan sólo los traficantes de drogas se encuentran innovando.) Una alternativa constitucional le ofrecerá a los estadounidenses la oportunidad de elegir entre las políticas sobre estupefacientes. La misma también reducirá abruptamente el temor y la desesperanza que muchos sienten ante la escalada de los delitos relacionados con las drogas. Solamente con tal aproximación encontraremos la combinación correcta de aplicación de la ley, educación, y rehabilitación en la guerra contra las drogas. De otra forma, la política federal de hoy día asegurará que la heroína se convierta en la droga de los noventa.

Traducido por Gabriel Gasave