La información que arrojan las encuestas da cuenta que consideramos que la educación es un problema importante al que hacen frente los Estados Unidos. Ello no sorprende. Téngase presente lo siguiente:

  • Conforme la mayoría de las mediciones de desempeño, los escolares estadounidenses aprenden hoy día poco o nada más que sus progenitores, a pesar del creciente gasto educativo;
  • Los costos promedios por alumno de las escuelas privadas en los Estados Unidos son marcadamente más bajos que los de las escuelas públicas, aún cuando gran parte de la evidencia demuestra niveles mayores de desempeño en las instituciones privadas;
  • Los niños estadounidense califican peor en los exámenes estandarizados de matemáticas y geografía que aquellos de Hungría y Eslovenia;
  • Los estadounidenses están votando con sus pies: la matriculación en las escuelas privadas se ha elevado más rápido que la de las escuelas públicas desde 1991, y probablemente un millón de estadounidenses (los proponentes dicen más) son actualmente educados en el hogar, en comparación con números insignificantes una década atrás;

La preocupación por las escuelas públicas no es nueva: en 1983 en el trabajo A Nation at Risk (Una Nación en Riesgo); una comisión federal sostuvo que “los basamentos educativos de nuestra sociedad están en la actualidad siendo erosionados por una creciente oleada de mediocridad que amenaza a nuestro propio futuro como una nación y un pueblo”.

Como la vieja economía soviética, nuestras escuelas públicas son en gran medida monopolios gubernamentales que pueden ignorar la disciplina del mercado. Las empresas privadas competitivas aumentan sus ganancias mediante una reducción de los costos y/o mediante un incremento de los ingresos al contentar a los consumidores. Las escuelas monopólicas, sin embargo, pueden despachar productos de mala calidad en virtud de que sus masivos subsidios las escudan de las fuerzas de la oferta y la demanda. Una verdadera reforma facultaría a los padres (consumidores) a elegir entre las escuelas de la misma manera en la que decidimos qué bienes comprar en el supermercado.

Las familias ricas pueden vencer al sistema, enviando a sus hijos a las escuelas privadas o mudándose a los suburbios elegantes con buenas escuelas públicas. Incluso los maestros de escuelas públicas en las grandes ciudades de manera desproporcionada envían a sus propios hijos a escuelas privadas.

Los pobres, sin embargo, tienen pocas opciones. Eso explica su apoyo a favor de los programas “GI Bill for Kids” que les dará la posibilidad de asistir a las escuelas privadas con apoyo público.

Al igual que los colaboradores comunistas trataron de frustrar las reformas en la vieja Unión Soviética, los sindicatos docentes y sus aliados desean frenar los intentos de terminar con su dominación de la educación estadounidense con el poder, los privilegios y el ingreso que la misma proporciona.

Sin embargo el pueblo estadounidense no puede aguantar demasiado. A medida que la frustración de los votantes supere un cierto umbral, incluso el dinero de la National Education Association (mayormente de deducciones de los pagos a los contribuyentes) no detendrá una reforma fundamental de las escuelas estadounidenses, en tanto los políticos se sentirán compelidos a darles a los padres la misma posibilidad de escoger en materia de educación que tienen en la adquisición de bienes y servicios mucho menos importantes para el futuro de nuestra nación.

Traducido por Gabriel Gasave


Richard K. Vedder es Asociado Senior en The Independent Institute en Oakland, California, Profesor Distinguido de Economía en la Ohio University, y coautor (con Lowell Gallaway) del galardonado libro del Instituto, Out of Work: Unemployment and Government in Twentieth-Century America.