La reciente masacre del gobierno sirio de 108 personas, la mayoría mujeres y niños, inevitablemente ejercerá una intensa presión sobre una reticente administración Obama para remover al presidente Bashar al-Assad utilizando la fuerza.

Como era obvio cuando los Estados Unidos desalojaron a Muammar Gadafi de Libia después de que éste amenazó con matar a muchos de sus compatriotas, los halcones sedientos de que haya una futura intervención estadounidense en el mundo utilizarán esto como un modelo no sangriento (es decir, libre de sangre estadounidense) para deponer a los dictadores desde el aire. Pero la administración, que también ha sido precipitada en su expansión de la guerra con aviones no tripulados contra al-Qaeda y grupos afines, ha evitado sabiamente la intervención en Siria por una serie de buenas razones.

El principal motivo es que la acción militar en Siria no sería tan fácil como lo fue en Libia. Y el uso de la fuerza armada en Libia parece más fácil en retrospectiva de lo que fue—se prolongó durante meses sin una conclusión, con algunas uñas mordidas por parte de la administración.

Desde que Bill Clinton aprendió en Somalia en 1993 que la inserción de fuerzas terrestres estadounidenses importantes en los países en desarrollo podría ser contraproducente o conducir a un atolladero, el modelo estadounidense ha sido el de hallar una fuerza local que en el terreno mantenga al enemigo en posición mientras los EE.UU. emplean el poderío aéreo para aporrear a las fuerzas opositoras. El modelo fue utilizado con éxito en Bosnia y Kosovo entre mediados y finales de los años 90, para inicialmente sacar a los talibanes en 2001, y para deponer a Gadafi en Libia en 2011. En el momento de la invasión de Irak en 2003, el modelo había funcionado tan bien que el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld decidió que el poderío aéreo era ahora tan dominante en la guerra que las pequeñas fuerzas de tierra estadounidenses podrían apoyar el poder aéreo de los EE.UU. contra incluso oponentes militares aún más formidables, como las fuerzas iraquíes de Saddam Hussein. Anteriormente, desde la invención del avión, los aviones habían apoyado a las fuerzas de tierra o bombardeado con independencia de ellas.

Rumsfeld estaba probablemente en lo cierto respecto de que fuerzas de tierra más pequeñas, estadounidenses o locales, pueden apoyar al masivo poder aéreo de los EE.UU. contra adversarios más capaces (como quedó demostrado en Irak, sin embargo, ocupar el país o luchar contra la guerrilla requerirá muchas más fuerzas terrestres). Por otra parte, los dictadores a veces pueden ser eliminados sin contar con fuerzas de los EE.UU. en el terreno, siempre y cuando las fuerzas locales sean capaces. El problema en Siria es que la oposición es menos capaz y más fragmentada y caótica que en Libia, y las fuerzas armadas sirias son mucho más fuertes. En Libia, Gadafi mantuvo deliberadamente débiles a sus militares así ellos no amenazarían su poder. Assad—con los militarmente capaces Irak, Turquía e Israel en sus fronteras—no se ha dado ese lujo y por lo tanto ha mantenido fuerzas armadas bastante capaces y con defensas aéreas mucho mejores que las que poseía Libia.

Por lo tanto, si el poder aéreo estadounidense fallase en remover a Assad, la que sería una posibilidad real, la presión podría aumentar con rapidez para insertar fuerzas terrestres estadounidenses. Este resultado sería riesgoso y potencialmente desastroso en un año electoral. Es por eso que Obama ha sido renuente a agravar la situación siria.

Qué sucederá después de los comicios es otra historia. Si Obama gana, no enfrentará la reelección y puede ser menos cauto al tratar de remover a Assad del poder. Mitt Romney—que trata de ser todo para todo el mundo, y al igual que George W. Bush cuando asumió el cargo, no parece tener una visión coherente del mundo—podría fácilmente ser persuadido por sus muchos asesores neoconservadores en materia de política exterior para ir tras de Assad. Romney ya ha exigido pertrechar a la oposición. Así que cualquiera sea el candidato que gane, el desastre podría sobrevenir en Siria.

Si las fuerzas terrestres estadounidenses fuesen empleadas, una repetición de Irak podría acontecer: una prolongada guerra de guerrillas más una guerra civil entre una población con similares fracturas etno-sectarias—con al-Qaeda como uno de los participantes. Libia todavía tiene la posibilidad de que una guerra civil estalle entre milicias tribales armadas hasta los dientes, pero Siria tiene fisuras políticas incluso más volátiles.

El hecho de armar a la oposición puede también conducir a la resbaladiza pendiente de la intervención militar estadounidense. Incluso la actualmente cautelosa administración Obama está proporcionando ayuda “no letal” a la oposición siria y haciendo la vista gorda mientras los estados árabes sunitas del Golfo suministran armamentos. Sin embargo, ayuda no letal es un termino inapropiado, ya que aunque no sirva para disparar, gran parte de ella, como los dispositivos de comunicación, mejora dramáticamente el poder de combate de la oposición siria, escalando por ende la matanza.

Aunque resulta difícil para los estadounidenses ver a Assad matar a su propio pueblo, lo que venga después de Assad podría ser aún peor para la región y los Estados Unidos. Los Estados Unidos deberían mantenerse al margen y dejar que potencias regionales, como Turquía y Arabia Saudita, tomen la iniciativa en lidiar con el desbarajuste sirio. Los Estados Unidos ya no pueden darse el lujo de ser la policía del mundo—ni moral ni económicamente.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.