Las crisis engendran la caza de brujas. El malestar económico y político en curso ha dado lugar a muchas diferentes teorías sobre cómo nos metimos en este lío, y los distintos grupos tienen sus chicos malos preferidos. Los relatos que involucran a vividos héroes y villanos son propicios para los animados “talk shows”, pero proporcionan pobres descripciones de lo que realmente está aconteciendo. La realidad es más sutil.

Quizás como se esperaba, el movimiento Occupy Wall Street está culpando a Wall Street. Los ocupantes están instándonos a “detener la codicia de Wall Street” y “detener la codicia corporativa”, pero como muchos comentaristas han señalado, culpar a la “codicia” carece de sentido. La gente generalmente persigue sus propios intereses, como sea que opten por definirlo, y una de las virtudes de las instituciones del libre mercado es en general la de canalizar esa búsqueda del interés propio hacia fines socialmente benéficos. Una de las bendiciones de los últimos siglos ha sido que hemos adoptado las instituciones económicas, políticas y sociales que han canalizado la búsqueda del interés propio lejos de la depredación y hacia la producción.

En términos generales, el modo de alcanzar sus metas en un mercado libre es encontrar formas de ayudar a otros a alcanzar las suyas. Durante gran parte de la historia, la forma de lograr sus objetivos fue encontrar maneras de evitar que los demás alcanzasen los suyos (como apoderarse de sus cosas). Incluso si hoy día redistribuyésemos toda la riqueza, la distribución sería desigual mañana. Algunos serían emprendedores de éxito. Algunos no tendrían éxito. Algunos serían afortunados. Algunos desafortunados. Algunos serían responsables. Otros no. Tal vez podríamos redistribuir la riqueza, pero esto eliminaría los incentivos para producir algo que redistribuir.

Algunos de los ocupantes están protestando porque ellos y otros se encuentran agobiados por la aplastante deuda de los préstamos estudiantiles. Por un lado, esta denuncia es una de las partes de la ocupación más difíciles de tomar en serio . Por otro lado, hay algo importante aquí. Así como la gente probablemente no se despertó una mañana inusualmente codiciosa, otros probablemente no se despertaron una mañana inusualmente irresponsables. La gente no fue obligada a endeudarse para estudiar carreras con un valor de mercado limitado, pero se les dio incentivos para hacerlo–como explica esta útil infografía que me envió un lector. La gente no fue obligada a pagar de más por las casas empleando dinero prestado en condiciones cuestionables, pero se les dio incentivos para hacerlo. La crisis financiera no aconteció porque la gente de repente se volvió codiciosa o de repente se tornó irresponsable. Tuvimos una crisis financiera debido a que los incentivos estaban equivocados.

Esta es un área donde la ocupación realiza una observación importante. Hay un montón de personas que actuaron conforme las normas y pagaron caro cuando se supo que las propias reglas eran perversas. Algunos de los ocupantes se quejan de que se les mintió, pero la mala información provino de los precios distorsionados antes que de embaucadores.

En su libro The Undercover Economist, Tim Harford habla de cómo los precios en los mercados competitivos expresan la verdad sobre los costos y beneficios de los distintos cursos de acción. Cuando los incentivos son sistemáticamente distorsionados por el intervencionismo y una política monetaria laxa, los precios mienten.

Los efectos van más allá de las dificultades a corto plazo. A la larga, esto erosionará el capital social que hace que una sociedad libre y comercial funcione. La crisis financiera, el alto desempleo y otros problemas no se limitaron a desperdiciar tiempo, talentos y tesoros. También están erosionando la confianza en las instituciones que hicieron posible el moderno crecimiento económico. Esa, tal vez, sea la verdadera tragedia.

Traducido por Gabriel Gasave


Art Carden es Investigador Asociado en el Independent Institute y Profesor Asociado de Economía en la Samford University.