Reflexionar sobre el décimo aniversario de la tragedia que ha ayudado a definir el siglo 21 nos da una oportunidad de evaluar nuestra respuesta e identificar medidas constructivas hacia adelante. La cruda realidad es que mucho de lo que se ha gastado en materia de seguridad nacional ha sido en vano. No obstante la colorida retórica en contrario, el terrorismo no representa una “amenaza existencial” para el estilo de vida estadounidense. Cuanto antes nos percatemos de esto, más pronto podremos dejar de desperdiciar recursos en proyectos de dudoso beneficio.

En la tercera entrega de una serie de tres partes para Slate que es de lectura obligatoria para cualquier persona interesada en estos temas (1, 2, 3), los expertos en seguridad John Mueller y Mark Stewart estiman que, incluso bajo supuestos muy benévolos respecto de la efectividad de las medidas del área de la Seguridad Nacional, los actuales niveles de gastos en materia de seguridad nacional tendrían que detener cada año 1.667 ataques importantes de la escala del fallido atentado con bombas en Times Square en 2010 para que los beneficios justifiquen los costos.

Mueller y Stewart ubican a la probabilidad de que un estadounidense sea asesinado por un terrorista en alrededor de “1 de cada 3,5 millones por año”. En este artículo de la revista Regulation, Mueller señala que el número de muertos estadounidenses por el terrorismo es comparable a las cifras de muertos a causa de “un rayo, los accidentes causados por venados, o una reacción alérgica severa al maní”.

Mueller y Stewart también estiman que a fin de reducir el riesgo, hemos incurrido en alrededor de 1,1 billones (trillones en inglés) en costos tanto directos (gastos de los gobiernos en los distintos niveles además del sector privado) e indirectos (seguros, demoras para los pasajeros, muertes adicionales en las carreteras, y las ganancias perdidas por el comercio). ¿Justifican los beneficios los costos? Casi seguro que no: estamos incurriendo en enormes costos para reducir riesgos que ya eran muy, muy pequeños.

Es fácil responder que el gasto vale la pena porque la seguridad es importante y el terrorismo un mal. Ambas cosas son obvias; sin embargo, las reducciones de las amenazas terroristas no son almuerzos gratuitos. Como Mueller y Stewart arguyen, probablemente obtendríamos una reducción mucho mayor a cambio de nuestros dólares reasignando esos dólares lejos de la Seguridad Nacional y canalizándolos hacia otras actividades. En este ensayo de la revista Foreign Policy, Anne Applebaum señala que el Departamento de Seguridad Nacional (DHS es su sigla en inglés) es realmente un emperador sin ropa, y Glenn Greenwald ha denominado recientemente al gasto en seguridad interior “la mayor estafa de la década” .

Una organización sin la que se puede vivir es la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA es su sigla en inglés). Todos estamos familiarizados con las historias de terror acerca de niños y enfermos de cáncer que son hostigados y humillados en los controles de seguridad. ¿Es esto un precio razonable a pagar por seguridad adicional? No lo creo. Bruce Schneier la llama “seguridad teatral”. Despliegues espectaculares como los de la TSA y un montón de cosas que hace el DHS nos pueden dar la impresión de que el gobierno se encuentra haciendo algo para que estemos más seguros, pero no queda del todo claro que algo de todo esto en realidad nos haga más seguros en términos netos.

En vez de verter más dinero en equipamiento, reglas, y agencias de dudoso beneficio, deberíamos revivir el Policy Analysis Market (PAM es su acrónico en inglés)—una iniciativa que ha desplegado el poder de predicción de los mercados para luchar contra el terrorismo. Por desgracia, este proyecto naufragó en 2003 por razones políticas a pesar de que los mercados de predicción como los Iowa Electronic Markets han demostrado tener una excelente capacidad de predicción.

Los costos de la seguridad interior no son sólo financieros. La violenta reacción contra los musulmanes en la década posterior al 11 de septiembre ha sido inquietante. Considérese la controversia sobre la llamada “Mezquita de la Zona Cero”. Creo que los problemas aquí son ambiguos ya que involucran a algunos de nuestros principios más importantes—los derechos de propiedad privada y la libertad de religión. Una de las consecuencias más lamentables del contexto político post-11/09 ha sido la disposición por parte de algunos a sacrificar estos principios. Esto es peligroso: las medidas que procuramos utilizar para restringir la libertad de los demás casi seguro que serán utilizadas en el futuro para restringir la nuestra.

Los profesores Mueller y Stewart brindan también un poco de sabiduría importante: “por mucho, la medida contra el terrorismo más rentable es abstenernos de reaccionar exageradamente”. Y sin embargo, esto es un poco de sabiduría que ha sido constantemente ignorada por los votantes y legisladores. Hace unos meses, escribí que una de las frases más peligrosas en el idioma Inglés tiene que ser “bien, podría ocurrir”. Este tipo de pensamiento puede ser utilizado para justificar todo tipo de medidas de “seguridad” para las que los costos superan los beneficios. Si el objetivo ha sido minimizar el dolor y el sufrimiento, la seguridad nacional ha demostrado ser una mala inversión.

Rozie Schleinig revisó este artículo.

Traducido por Gabriel Gasave


Art Carden es Investigador Asociado en el Independent Institute y Profesor Asociado de Economía en la Samford University.