Aunque el presidente Barack Obama puede haber ganado algunos votantes independientes claves para los comicios de 2012 al retratar con éxito a los republicanos del Tea Party como extremistas responsables de la prolongada paralización de la suba del techo de la deuda, el resultado para la nación de esa política y el circo mediático puede no ser tan malo.

La buena noticia es que el Tea Party fue capaz, por primera vez en la historia, de mantener como rehén a la votación sobre la elevación de los ya descomunales 14,3 billones de dólares (trillones en inglés) de la deuda nacional a fin de obtener significativos recortes del gasto. Muchos socialistas y moderados, y sus economistas keynesianos aliados, están preocupados de que este cambio de dirección en el estímulo gubernamental de la economía pudiese sumir nuevamente a la economía en una recesión. El senador liberal Richard Durbin (Demócrata por Illinois), declaró que John Maynard Keynes había fallecido en 1946 pero que este acuerdo recién ahora mató al keynesianismo. En hora buena.

La Reserva Federal, tras cuatro años de imprimir dinero, y el despilfarro fiscal del gobierno, como lo ejemplificó el masivo plan de estímulo plagado de negociados de Obama, han fallado en estimular un crecimiento económico significativo. Igual que el gobierno japonés con sus similarmente infructuosos esfuerzos keynesianos de revivir a su largamente moribunda economía, las autoridades de los EE.UU. han estado “empujando una cuerda” en un intento de estimular la economía y simultáneamente eliminar la deuda acumulada. Ello se debe a que la economía estadounidense—impulsada por la periódica introducción de nuevo dinero en el sistema por parte de la Reserva Federal—ha pasado de una burbuja artificial a otra desde la década de 1990.

Y sí, renunciar a la adicción de imprimir dinero, al gasto excesivo, y la falsa reducción de impuestos (impuestos más bajos sin una ración del gasto, como la patentada por políticos republicanos como Ronald Reagan, George W. Bush, y ahora, en menor medida, Paul Ryan) probablemente causará otra recesión en el corto plazo, a medida que la última burbuja estalla. Pero reducir el gasto sin aumentar los impuestos, un desarrollo notable en la historia de Washington, probablemente tendrá saludables efectos en el crecimiento económico a largo plazo y reducirá la carga de la deuda sobre las futuras generaciones.

Los últimos presidentes de ambos partidos han sido responsables de la acumulación de la masiva deuda de 14,3 billones de dólares. Los grandes campeones: George W. Bush, quien acumuló la friolera de 6,1 billones de dólares en concepto de deuda mediante la promulgación de falsos recortes de impuestos, la creación del mayor programa de beneficios sociales desde la Gran Sociedad (la cobertura de medicamentos recetados del Medicare), y el inicio de dos costosas e innecesarias aventuras militares de edificación de naciones en Afganistán e Irak; Barack Obama, que acumuló 2,4 billones de dólares de deuda al embarcarse en un gasto de estímulo repleto de negociados, instituir una “reforma” de la atención médica, continuar con las guerras de Bush, e iniciar una tercera guerra en Libia; y Ronald Reagan, que acumuló una deuda de 1,9 billones de dólares mediante la promulgación de falsos recortes tributarios, el aumento de un presupuesto de defensa ya hinchado, la adición del mayor número de empleados federales que cualquier presidente moderno, y el incremento del gasto federal real como un porcentaje del PBI.

A pesar del acuerdo sobre el techo de la deuda, aun no estamos fuera de peligro. Primero, inicialmente, en virtud de ese acuerdo, casi un billón de dólares será recortado del presupuesto en los próximos 10 años, incluidos 350 mil millones (billones en inglés) en recortes de la defensa, mediante la imposición de límites anuales al gasto. Cualquiera que esté atento al presupuesto federal (en realidad, cualquier persona que emplee el sentido común) sabe que un acuerdo sobre un período de 10 años no vale tanto. Mucho puede cambiar en los próximos años, usualmente en detrimento de la austeridad fiscal. El único número del que uno puede estar verdaderamente seguro es el gasto total del año en curso.

Segundo, a finales de este año, se supone que un comité del Congreso integrado por ambos partidos encontrará otras formas de reducir los futuros déficits presupuestarios por otros 1,5 billones durante 10 años. La mala noticia es que esto podría permitir la suba de impuestos, así como nuevos recortes de gastos. Sin embargo, si el comité de seis demócratas y seis republicanos de la Cámara de Representantes y el Senado queda estancado y no puede ponerse de acuerdo respecto de qué cambios fiscales realizar, o la totalidad del Congreso no adopta las recomendaciones del comité sin enmiendas en una votación por sí o por no, el castigo atroz, que siempre es temido en Washington, serán recortes de gastos a nivel general. Lamentablemente, los recortes no son realmente tan “generales” como se publicita, debido a que la Seguridad Social, el Medicaid, los beneficios de los veteranos, y las remuneraciones de los civiles y militares están exentos de estos recortes. (Los recortes en los pagos a los proveedores del Medicare, tales como hospitales y asilos de ancianos, están permitidos).

Sin embargo, la buena noticia es que si el comité no puede llegar a un acuerdo sobre los cambios fiscales, o si el Congreso rechaza su labor, los programas de la defensa (incluida la seguridad interior) y los programas nacionales tendrán que soportar reducciones parejas. Tal estancamiento fiscal, que parece muy factible, garantizará que los impuestos no sean aumentados y es probable que el área de defensa sufra un mayor porcentaje de recortes que los que tendría sin el estancamiento. Por lo tanto, una prolongada paralización partidista tal vez sea el mejor resultado de todos.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.