El sitio CNN.com informa que hace unos días, las autoridades mexicanas hallaron a 513 personas hacinadas en dos camiones con remolque que habían pagado 7.000 dólares para ser introducidas de contrabando en los Estados Unidos de manera ilegal. ¿Por qué estarían dispuestas a pagar tanto, soportar ese tipo de condiciones, y correr esa clase de riesgos sólo para venir a los Estados Unidos? ¿Qué nos enseña este episodio acerca de la política económica internacional?

Es fácil indignarse, pero la indignación que no es mitigada por un análisis económico meticuloso genera políticas que, con un poco de cruel ironía, oprimen a las mismas personas a las que se supone ayudarían. Exploremos esto en el contexto del mercado global del capital (talleres de explotación) y el mercado global de la mano de obra (inmigración).

Considérese a los talleres de explotación en los países en desarrollo. Los expertos en estas fábricas de explotación Benjamin Powell y David Skarbek han presentado evidencia que sugiere que lo que denominamos “talleres de trabajo esclavo” son lo mejor de un montón de malas situaciones. En un artículo de 2006, Powell y Skarbek demostraron que muchos talleres de explotación ofrecían mejores estándares de vida que muchas otras alternativas. En un trabajo de investigación de 2006 que apareció en el Human Rights Quarterly, Powell sostenía que una gran cantidad de iniciativas contra la explotación es probable que (de manera perversa) perjudiquen a los trabajadores en los países pobres. En un artículo que aparecerá en el American Journal of Economics and Sociology, Skarbek y un equipo de co-autores que comparten su apellido dan cuenta de información obtenida a través de entrevistas de campo con trabajadores de este tipo de talleres en El Salvador y concluyen en base a estas entrevistas que los talleres de explotación mejoran las oportunidades de los trabajadores.

Tomo prestados aquí conceptos del profesor Powell. Dos factores se combinan para determinar los salarios. Por el lado de la oferta, los salarios están determinados por las otras oportunidades laborales de los trabajadores. La competencia significa que los empleadores tienen que pagar más cuando los trabajadores tienen más y mejores oportunidades. Por el lado de la demanda, los salarios están determinados por la capacidad de los trabajadores para producir ingresos.

Los salarios son el resultado de la oferta y la demanda. Las empresas contratarán personal hasta el punto en que el empleo de una hora adicional de trabajo o un trabajador adicional sume más costos que ingresos. Los trabajadores ofrecerán su mano de obra hasta el punto en que la provisión de una hora de trabajo adicional no justifique el ingreso de hacerlo a los ojos de quien podría suministrar esa última hora. Si encarecemos el trabajo, las empresas contratarán menos.

Las normas sobre la seguridad en los lugares de trabajo podrían también perjudicar a los trabajadores. La remuneración comprende tanto los salarios como las condiciones laborales. Si obligamos a los empleadores a mejorar la seguridad en el trabajo, entonces los trabajadores percibirán salarios más bajos. Hay toda clase de razones por las cuales un trabajador podría preferir una paga más alta antes que un lugar de trabajo más seguro. Si imponemos mediante la ley condiciones laborales más seguras, haremos que esos trabajadores se encuentren peor.

Sea como fuere, uno puede verse tentado de responder que “sin duda, empresas gigantescas como Nike, Wal-Mart, y otras pueden darse el lujo de pagar más”. En realidad, no pueden hacerlo porque están compitiendo en un mercado globalmente competitivo por el capital financiero. Si Nike decide absorber los costos de pagar salarios más altos que los del mercado y aceptar utilidades más bajas, tendrá problemas para obtener capital en virtud de que los inversores se preguntarán “¿Por qué debería aceptar un retorno del 4% anual cuando puedo conseguir un 5% invirtiendo en Reebok?”

Uno podría estar tentado de afirmar que deberíamos ser inversores éticos que inviertan de modo tal que se transfiera riqueza hacia los más desposeídos entre nosotros y sin preocuparnos por la rentabilidad. Una empresa que no maximiza sus beneficios genera una combinación más pequeña de nuevos recursos en base a los cuales invertir en el futuro. Menos capital significa una productividad más baja y, por lo tanto, salarios más bajos. Las empresas pueden pagar salarios más altos ahora, pero sólo si pagan salarios más bajos mañana.

Afortunadamente, podemos hacer mucho por los pobres del mundo. Primero, podemos facilitarles a las empresas invertir en los países pobres. Esto les brinda a los trabajadores pobres más opciones y eleva los salarios. Segundo, podemos abrir nuestras fronteras a los inmigrantes. El economista Lant Pritchett ha sostenido de manera convincente que la inmigración abierta aumentaría los ingresos de los pobres del mundo más que cualquier otra idea de desarrollo que esté siendo debatida. Además, prácticamente carece de costos para los trabajadores en los países desarrollados porque los inmigrantes traen habilidades que son complementarias antes que sustitutivas de las habilidades que poseen los trabajadores locales. Si estamos evaluando políticas que se supone son para ayudar a los pobres del mundo, la inmigración abierta es aconsejable. Si vamos a generar políticas para las que los seres humanos de carne y hueso importan, la inmigración abierta es imperativa.

Thomas Sowell lo dijo bien: “No tengo fe en el mercado; tengo pruebas”. Las pruebas sobre los talleres de explotación y la inmigración son bastantes claras. Más capital invertido en los países pobres significa mayores ingresos para los trabajadores en esos países. Más inmigrantes en los países ricos significan mayores ingresos no sólo para los migrantes, sino también para los trabajadores nativos en esos países. Si los defensores de los pobres del mundo realmente desean hacer algo que de verdad ayude a los pobres del mundo, deberían dejar de protestar contra los talleres de explotación y empezar a trabajar para eliminar las barreras al libre comercio y la libre inmigración.

Traducido por Gabriel Gasave


Art Carden es Investigador Asociado en el Independent Institute y Profesor Asociado de Economía en la Samford University.