Las cosas andan mal cuando un presidente que dice desear salir de Irak y afirma que los soldados estadounidenses pronto comenzarán a retirarse de Afganistán sucumbe a la presión internacional e interna para hacer el trabajo pesado en otra guerra civil—esta vez en Libia. Es como si se tratase de una promoción especial que ofrece “compre dos guerras y obtenga la tercera a mitad de precio”. ¡Que buen negocio!

La intervención aliada en Libia está tan absurdamente mal concebida que los aviones de la coalición (ad hoc) supuestamente están bombardeando sólo cuando los civiles se encuentran en peligro, pero no cuando las fuerzas de Gadafi están atacando brutalmente a la oposición. Esto se debe a que la resolución de las Naciones Unidas no autorizó a ayudar a las fuerzas rebeldes o a remover a Gadafi del poder. Pero no queda claro cómo el hecho de bombardear un edificio en el reducto de Gadafi encuadra en la categoría de salvar a la población civil. Reporteros que inspeccionaron los escombros afirmaron que había sido utilizado por Gadafi para recibir dignatarios—incluidos anteriormente algunos de los reporteros—pero que al parecer no contaba con equipos de comando o comunicaciones. Además, en teoría, si las fuerzas de Gadafi sólo combatieron a los rebeldes y evitaron celosamente atacar a civiles, entonces la coalición podría seguramente ahorrarse algo de munición mientras patrulla los cielos de Libia.

Hay una vana esperanza de que si la coalición ataca a Libia desde el aire—dado que el presidente Barack Obama ha dicho que no será enviada fuerza terrestre alguna de los EE.UU.—las fuerzas armadas de Libia descubrirán que hace a sus intereses derrocar a Gadafi en un golpe de Estado. Por supuesto, los ataques aéreos de la coalición tendrían que aterrorizar lo suficiente a los militares libios para que lo hagan. En cambio, los reporteros que han entrevistado a funcionarios libios de alto nivel sostienen que parecen bastante optimistas respecto de sus perspectivas de sobrevivir a los ataques aliados.

Y Gadafi y sus secuaces tienen muchos motivos para el optimismo. Las fuerzas de la coalición pueden golpear duramente a las fuerzas terrestres de Gadafi en terreno abierto—por ejemplo, en las afueras de Bengasi—pero las fuerzas armadas de Gadafi, cuando menos, podrían refugiarse y erigir defensas en las grandes ciudades. Esto reduciría significativamente el efecto de los ataques aéreos de la coalición, en virtud de que tendrían que ser restringidos en las áreas metropolitanas. Después de todo, luciría muy mal masacrar en masa a los libios—civiles para cuya protección las Naciones Unidas aprobaron esos mismos ataques. Además, sería muy difícil para las harapientas y no entrenadas fuerzas de la oposición tomar ciudades urbanizadas en manos de soldados libios bien preparados.

Así que sin la inserción de las fuerzas terrestres de la coalición, puede llegarse a un punto muerto en el plano militar, con Gadafi controlando la mayoría de las ciudades y los rebeldes conservando una pocas, incluida Bengasi. (La coalición lucirá aún peor si la incesante ofensiva de Gadafi contra los reductos rebeldes tiene éxito incluso en presencia de la zona de exclusión aérea de los aliados). Uno puede prever una zona de exclusión aérea sin éxito que dure años, como ocurrió en el Irak de Saddam Hussein, con una presión similar forjándose para que los Estados Unidos invadan y saquen al demonizado Gadafi.

La demonización de Gadafi se remonta a la administración Reagan. Una vez que un dictador extranjero es demonizado por el formidable mastodonte de relaciones públicas del gobierno de los EE.UU., aumenta la presión para sacarlo del poder como sea posible una vez que las sanciones y una zona de exclusión aérea no hayan podido hacerlo. Así que esté atento a un largo enmarañamiento estadounidense en Libia y tal vez a una futura guerra terrestre de los EE.UU. allí.

El historial de Gadafi en materia de derechos humanos no es ciertamente nada del otro mundo, pero es casi similar al de Arabia Saudita, aliada de los EE.UU., y no mucho peor que el de los israelíes en la Palestina ocupada, según Freedom House. Además, los EE.UU. no han utilizado a las fuerzas militares para proteger a la población civil víctima de abuso en un grado aún mayor que en Libia—en Ruanda, Sudán, Congo, etc. Y la Constitución dice que el contribuyente estadounidense es responsable sólo de mantener una “defensa común”, no de detener la violencia que muchos países del mundo ejercen contra sus propios pueblos o naciones vecinas.

Las elites bipartidistas de la intervencionista política exterior estadounidense padecen una negación absoluta, comenzando una tercera guerra cuando el imperio de los EE.UU. ya está arrastrándose afanosamente en dos atolladeros. Con un déficit presupuestario de más de un billón de dólares anuales y una deuda nacional de 14 billones de dólares, el imperio está sobreextendido. La sobreextensión por las guerras e intervenciones innecesarias hundió a las economías de los imperios británico, francés, soviético, y de muchos otros a lo largo de la historia. Esos imperios, también, pensaban que eso no podía sucederle a ellos, tal como los EE.UU. creen actualmente.

Para preservar la República y su influencia en el mundo, los presidentes tienen que hacer retroceder a las abrumadoras presiones a favor de una intervención militar procedente de las élites de la política exterior y los intereses creados que las respaldan. Obama, analítico y al parecer un renuente guerrero por naturaleza, ha capitulado por completo ante dichos intereses. Este resultado ofrece pocas esperanzas de que los futuros presidentes sean capaces de revertir la corriente, ejecuten una política exterior más moderada y sensible, y lideren al mundo con el ejemplo en vez de medidas extremas.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.