¿Qué sector de la economía estadounidense ha hecho frente a costos rápidamente crecientes durante ya varias décadas, con terceras partes, incluido el gobierno, pagando más por las facturas? ¿El cuidado de la salud? Seguramente, pero también la educación superior. Y la economía de los costos crecientes es probable que obligue a cambios radicales en muchos de nuestros colegios universitarios y universidades.

Cuando ingresé en la Northwestern University en 1958, el costo de la enseñanza era de $795, cerca de dos meses de ingresos antes de impuestos de una familia típica. Este otoño, el costo de la enseñanza para los nuevos estudiantes es de $22.392, o casi seis meses de ingresos antes de impuestos para la familia típica. La carga de concurrir a la Northwestern se ha triplicado. El costo de la enseñanza se incrementa en las universidades públicas, mientras más pequeño en dólares absolutos, refleja a aquellos de las escuelas privadas. En la década y media pasada, los costos de la enseñanza se han incrementado un 195,3%, mientras que el índice general de precios al consumidor lo ha hecho apenas por encima del 63.3%.

Las universidades son lugares de trabajo intensivo, y se han ido tornando aún más de esa manera. El número de miembros del cuerpo docente se ha incrementado ligeramente más rápido que las matriculaciones y ha habido una explosión en el personal no docente. En el otoño de 1976, las universidades en todo el país tenían 31,5 empleados administrativos por cada 1.000 estudiantes. Para 1993 ese número había crecido a 51,4. Hacia mediados del año 1992, solamente cerca del 35% de los empleados de la universidad realmente se dedicaba a la enseñanza de los estudiantes.

Asumiendo que la calidad de la educación y de la investigación se ha mantenido constante a lo largo del tiempo, ha habido una declinación significativa en la productividad laboral en la educación superior—en la actualidad, más individuos realizan la misma cantidad de trabajo. En verdad, puede ser que trabajen menos. En una típica universidad estatal, los miembros del cuerpo docente enseñan aproximadamente 250 horas por año: sus contrapartes en el año 1960 pasaban mucho más tiempo en el aula. La mayoría de nosotros hoy día enseñamos de la misma forma que Sócrates lo hacía hace más de 2.300 años atrás, aunque no tan bien. ¿Qué otra profesión no ha tenido absolutamente ningún progreso en cuanto a su productividad en 2.300 años?

Un profesor típico en una universidad estatal de mediana calidad puede pasarse 650 horas anuales directamente en la tarea de enseñar (incluida la preparación, la calificación de trabajos y la consejería), por tal vez $65.000 en concepto de salario y beneficios, o cerca de $100 por hora. Las Universidades pueden solventar tal trabajo costoso en gran medida debido a los subsidios gubernamentales. Los estudiantes que son sensibles al precio obtienen becas, en verdad una forma de discriminación por precio. Mientras tanto, los costos suben para aquellos que abonan la totalidad del precio.

Pero las cosas están cambiando a medida que los emprendedores ven la posibilidad de obtener una ganancia mientras ofrecen una buena educación a un precio competitivo—incluso sin subsidios. Una escuela con fines de lucro puede contratar a individuos cuyo trabajo principal sea el de enseñar, por un salario por hora mucho menor. La misma puede ganar eficiencia a través de la tecnología y de contar con menos personal administrativo. La University of Phoenix, actualmente en 12 localidades y en Internet, es una de las más grandes universidades de los Estados Unidos. Y la innovación no está confinada al sector privado. Quince gobernadores han formado la Western Governors University, una institución que concederá créditos académicos basados en las experiencias de vida.

La universidad tradicional no desaparecerá. Las universidades desempeñan importantes funciones de investigación, y la educación de graduados continuará exigiendo del costoso contacto directo entre los alumnos y el cuerpo docente. Como profesor, encuentro preferible a una clase pequeña de 10 estudiantes a una de 75 con algunos de los estudiantes aprendiendo a través de la computadora o de la televisión. Como economista, sin embargo, debo reconocer que los beneficios adicionales de la contigua instrucción personal no siempre justifican los costos más elevados.

¿Cómo responderán las universidades a una erosión de su participación en el mercado? Sin ninguna duda que algunas intentarán sofocar a las entidades con fines de lucro negándoles la acreditación y el respeto. Presionarán políticamente en Washington por más dinero. Pero eventualmente, es probable que se involucren a regañadientes en una significativa contención de costos. Los profesores enseñarán más y el número de alumnos será mayor; la designación con carácter permanente desaparecerá o será acompañada de salarios más bajos; el personal no docente será reducido; la tecnología que ahorra mano de obra será expendida.

Las universidades tienen una misión elevada, pero en la medida que se vuelven ricas y abotagadas, aparecen más arrogantes y codiciosas—un grupo de intereses especiales más interesado en los dólares que en la verdad y en la belleza. Las escuelas con fines de lucro y las organizaciones de aprendizaje experimental pueden hacerle a las universidades lo que las organizaciones del mantenimiento de la salud le han hecho a la medicina. Si eso ocurre, las universidades tan solo se tendrán a sí mismas para culpar.

Traducido por Gabriel Gasave


Richard K. Vedder es Asociado Senior en The Independent Institute en Oakland, California, Profesor Distinguido de Economía en la Ohio University, y coautor (con Lowell Gallaway) del galardonado libro del Instituto, Out of Work: Unemployment and Government in Twentieth-Century America.