Una visita al remoto rancho de Reagan en las montañas cerca de Santa Bárbara, California, en el 100º aniversario del nacimiento de Ronald Reagan me hizo pensar acerca del historial de su política exterior.

Los conservadores han venerado a Reagan por limitar el gobierno y ganar la Guerra Fría—supuestos logros que fueron falsos o bien vastamente exagerados, respectivamente. Pese a que las distintas tendencias del conservadurismo procuran todas decir que Reagan era uno de ellos, sus políticas fueron neoconservadoras. William F. Buckley instauró la filosofía neoconservadora en 1955 al afirmar que el objetivo primario de la política de los EE.UU. debía ser derrotar a la Unión Soviética, y si eso significaba un gobierno más grande en el país, que así fuese. Los objetivos declarados de Reagan al asumir el cargo eran incrementar el gasto en defensa, reducir los impuestos, y equilibrar el presupuesto. Por supuesto, el tercer objetivo era el último pero no por eso el menos importante, debido a que hacerlo mientras se alcanzaban los dos primeros requeriría profundos recortes en el gasto interno, incluidos los programas de beneficios sociales. Eso nunca sucedió.

Al final, Reagan llevó a cabo los dos primeros objetivos, pero como era previsible fue un fracaso abismal en el tercero. Pese a su retórica de limitar al gobierno, Reagan presidió un aumento en el gasto federal como porcentaje del PBI durante sus dos mandatos. Esto contrasta con las administraciones de Dwight Eisenhower y Bill Clinton, que redujeron dicho gasto como porcentaje del PBI. Clinton incluso redujo el gasto federal per cápita, el único presidente desde Harry Truman en hacerlo. Reagan en realidad patentó el falso recorte impositivo—bajar impuestos sin recortar el gasto, creando así enormes déficits presupuestarios—lo que tan bien ha sido hecho desde entonces por el Partido Republicano. Si el gasto no es disminuido, se deben subir los impuestos, endeudarse (lo que resulta en futuros aumentos de impuestos y pagos de los intereses), o imprimir dinero. Reagan tuvo que hacer las tres cosas para dar batalla a los déficits que se avecinaban amenazadoramente.

¿Pero todo esto no fue tan sólo el precio necesario para ganar la Guerra Fría? La Unión Soviética renunció a su imperio y luego se disolvió poco después de que Reagan dejó el cargo. Aplicando el conocimiento de las ciencias sociales, sin embargo, la aparente relación es una correlación, no causa y efecto. Los conservadores, a pesar de que las políticas de Reagan no fueron tan conservadoras en el sentido tradicional, han asumido que Reagan atemorizó a los soviéticos hasta llevarlos a una capitulación con su desmesurada retórica de la Guerra Fría, incrementos en los gastos de defensa, y el fantasioso programa de defensa antimisiles conocido como Guerra de las Galaxias.

Sin embargo, la elite estadounidense, y especialmente los neoconservadores, regularmente exageran el efecto que la política de los EE.UU. tiene sobre otros países. La mayor parte de las grandes transformaciones sociales son impulsadas internamente. Por ejemplo, el fin del apartheid sudafricano es regularmente atribuido a las leves sanciones económicas internacionales—una vez más convirtiendo erróneamente a una correlación en causa y efecto—cuando la mayoría de los factores que lo impulsaron eran internos de Sudáfrica. La impotencia estadounidense en la reciente revolución egipcia es otro ejemplo de desarrollos internos que derrotan a una frustrada influencia externa.

Los Estados Unidos aún tienen problemas para refrenar a sus gobernantes clientes después de invadir sus países, instalarlos, y apuntalarlos con fuerzas de ocupación de los EE.UU.—como lo demuestran Afganistán e Irak. De esta manera, los conservadores insisten en que Reagan hizo colapsar a una superpotencia con un poco de retórica agresiva y un plan para un sistema de misiles, que en su momento fue ridiculizado por los expertos, los medios de comunicación, y gran parte del público del mundo. Además, Mijail Gorbachov, el líder soviético, se dio cuenta de que podía construir misiles ofensivos de manera más rápida y económica de la que los EE.UU. podían construir las defensas y dedicó poco esfuerzo a contrarrestar el programa estadounidense. Y la recalentada retórica anti-soviética de Reagan casi condujo a una guerra nuclear accidental en 1983 durante el ejercicio denominado “Able Archer” (Arquero Capaz) de la OTAN, el segundo episodio más peligroso de la Guerra Fría, sólo eclipsado por la crisis de los misiles cubanos.

Lo más probable es que el inviable sistema económico comunista—azotado en la década de 1980 por el brusco descenso del precio del petróleo, lo único que los soviéticos producían y que cualquiera deseaba comprar—se habría derrumbado de todas maneras.

Pero si efectivamente Reagan ganó la Guerra Fría con una retórica fortalecida y más gasto de defensa, por lo menos debe compartir la gloria con todos los presidentes desde Truman. La mayoría de esos jefes ejecutivos tuvieron duras palabras para con los soviéticos, y el gasto de defensa de los EE.UU. había sido elevado desde la Guerra de Corea. Y Reagan no originó los esfuerzos para hacer retroceder al comunismo. Por ejemplo, ese fue un objetivo de Dwight Eisenhower, y Jimmy Carter comenzó el esfuerzo para compeler una retirada soviética de Afganistán.

De hecho, en lugar de desperdiciar dinero adicional en defensa, tal vez los EE.UU. podrían haber sobreextendido y agotado al imperio soviético aún más rápido si hubieran ayudado a defender Europa Occidental y Asia del Este—los centros de poder económico del mundo—pero dejando que los soviéticos asumiesen y sufragasen por administrar casos económicos desastrosos, como los de Vietnam, Angola y Afganistán.

En cuanto a las políticas contra el terrorismo de Reagan, las mismas fueron un desastre. Ayudó a hacer nuevos enemigos que hicieron uso del terrorismo anti-estadounidense (Libia y al-Qaeda), emprendió la retirada frente a los terroristas (Hezbolá en el Líbano), asistió a un Estado patrocinador del terrorismo (Irak), y apaciguó a un Estado patrocinador del terrorismo al intentar sobornar la venta ilegal de armas (Irán). En este último caso, los beneficios de violar una ley penal fueron transferidos secreta, ilegal, e inconstitucionalmente a los guerrilleros “Contras” nicarag�enses, en desafío a la prohibición del Congreso. Este escándalo Irán-Contras fue el más grave en la historia de los EE.UU., eclipsando incluso la obstrucción de la justicia durante el caso Watergate, debido a que el ardid eludió la función principal del Congreso conforme la Constitución—la facultad de decidir el financiamiento de las actividades de gobierno de los EE.UU..

El único logro de la política exterior de Reagan fue el Tratado sobre la Fuerza Nuclear Intermedia (INF en inglés), que eliminó los misiles nucleares en Europa.

Así, la tan alabada política exterior de Reagan colapsa cuando se la analiza de cerca, y su gasto despilfarrador y comportamiento inconstitucional en el escándalo Irán-Contras debería plantear grandes interrogantes acerca de su icónica presidencia.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.