Washington, DC—El debate sobre la inmigración que tendrá consecuencias duraderas no es tanto el de la izquierda contra la derecha como el que divide a los conservadores en los Estados Unidos y alrededor del mundo.

Hace unos días, durante una visita de Michelle Obama a una escuela en Silver Spring, Maryland, una niña de siete años le preguntó por qué el presidente “se está llevando a todo el que no tiene papeles”. Con la Primera Dama mexicana Margarita Zavala a su lado, Obama respondió: “Es algo a lo que hay que buscarle solución, ¿no es cierto?”. La réplica de la niña fue devastadora: “Pero mi mamá no tiene papeles”.

La derecha que se opone a la inmigración, liderada por la estrella de radio Rush Limbaugh, acusó a la Casa Blanca de escenificar un montaje, alegando que la niña había metido la pata porque debía decir “Arizona” en lugar de “Obama”. La implicancia es que se trató de un truco para despertar antipatía contra la reciente ley anti-inmigración de ese estado. Por su parte, el grupo a favor de la inmigración en el Partido Republicano eludió las preguntas sobre el incidente, evitando la confrontación con los “nativistas” pero manteniendo ante ellos la suficiente distancia como para enviar la señal de una posición más moderada.

Esta anécdota ilustra la tensión dentro de la derecha en general. El senador McCain, que propuso abrirles a millones de extranjeros indocumentados un camino hacia la legalización durante la administración Bush, tiene miedo de perder las primarias frente a un candidato anti-inmigración en Arizona, donde la reciente ley es popular entre los conservadores. Su tibio apoyo a una ley que íntimamente le desagrada es muy revelador acerca de la fuerza relativa de las fuerzas contrarias a la inmigración dentro del partido.

El conflicto al interior de la derecha se remonta un siglo. Las leyes restrictivas de la década de 1920, un hito en la historia de la inmigración, calzaron con una división entre los republicanos “nativistas” y los demócratas sureños, por una parte, y la comunidad empresarial, que deseaba mano de obra extranjera, por la otra. La derecha intelectual, incluyendo a Walter Lippmann, era más bien partidaria de la inmigración.

Cuando Ronald Reagan, un conservador favorable a la inmigración, concedió una amnistía a 3 millones de indocumentados en 1986, tuvo que incluir en la ley sanciones contra los empleadores de “ilegales” que reflejaban la presión de la derecha contraria a la inmigración. En la década de 1990, la Proposición 187, una iniciativa electoral que hubiera negado los servicios públicos a los indocumentados en California, inflamó la tensión entre los conservadores. Su respaldo más destacado vino del gobernador republicano Pete Wilson, pero varios pesos pesados del mismo partido se opusieron. Jack Kemp y William Bennett emitieron una declaración rotunda: “La vasta mayoría de los inmigrantes tienen principios que el Partido Republicano abraza calurosamente: un espíritu emprendedor y confianza en sí mismos, hostilidad a la intervención estatal, sólidos valores familiares y una fe religiosa muy arraigada”.

En los últimos años, el debate enfrentó a Bush, McCain y otros republicanos a favor de los inmigrantes contra oponentes como el representante republicano de Colorado Tom Tancredo. Hoy día, el debate sigue dividiendo agudamente a los conservadores. El Wall Street Journal es un firme partidario de la inmigración, mientras que Sea Hannity, presentador de un programa importante de Fox, es un crítico feroz.

Este no es un debate estadounidense. En España, los conservadores se encuentran igualmente divididos. El gobierno de la Comunidad de Madrid encabezado por Esperanza Aguirre, del Partido Popular, con ayuda de su Consejero de Inmigración, Javier Fernández-Lasquetty, y el asesor Mauricio Rojas, ex parlamentario sueco de origen chileno, han tratado de aplicar una visión integradora de la inmigración. Existe una resistencia de algunos conservadores del propio Partido Popular que vilipendian aún la decisión del gobierno español de legalizar a 700.000 inmigrantes en 2005.

En el Partido Conservador de Gran Bretaña, un abismo separa a las figuras entusiastas de la inmigración como el ex Ministro de Hacienda Kenneth Clarke y el Presidente de la Universidad de Oxford y ex gobernador de Hong Kong, Chris Patten, de xenófobos como el ex diplomático Sir Andrew Green, presidente de MigrationWatchUK.

No quiero decir que no haya debate en la izquierda también. La división en la izquierda estadounidense es antigua. Los sindicatos se opusieron a la inmigración durante décadas. Fueron decisivos para poner fin al programa “Bracero” en los años 60, como lo fue el periodista televisivo de izquierda Edward Murrow, que dedicó un informe sensacionalista, “Harvest of Shame”, para denigrar al programa de permisos temporales. Muchos en la izquierda, por otra parte, apoyan la inmigración por motivos relacionados con el “multiculturalismo” colectivista antes que con la libre circulación de personas.

Pero hoy, si la división en la derecha fuese menos profunda la reforma migratoria sería aprobada. Es el tipo de tema que requiere un consenso amplio. El hecho de que una facción de la derecha anatematice tan enérgicamente todo lo que huela a legalización de las personas que viven en las sombras y la creación de un sistema que garantice flujos futuros dentro de la ley es hoy el obstáculo fundamental. Hasta que el debate entre los conservadores, sea resuelto, ninguna reforma significativa es posible.

(c) 2010, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.