El 22 de abril es el 40º aniversario del Día de la Tierra, el cual este año será celebrado, según la Red del Día de la Tierra, por más de mil millones de personas en 190 países.

Cuando el Día de la Tierra comenzó en 1970 pocas personas hubiesen esperado que se convertiría en una festividad religiosa observada a nivel mundial con sus propios diez mandamientos, entre ellos “utilizar menos agua”, “ahorrar electricidad”, “reducir, reutilizar y reciclar” y “difundir la palabra”. La Agencia de Protección Ambiental de los EE.UU. (EPA por su sigla en inglés) desea que la gente en todas partes se “comprometa a actuar” en defensa de la Tierra.

El principal historiador del medio ambiente de los Estados Unidos, William Cronon de la University of Wisconsin, denomina al ambientalismo una nueva religión, en virtud de que ofrece “una compleja serie de imperativos morales para la acción ética, y en consecuencia juzga la conducta humana”.

En otras palabras, cuestiones tales como el cambio climático son actualmente mucho más que algo atinente a la “ciencia”.

Los ecologistas ven a los humanos participando en actos de gran arrogancia, rehaciendo el futuro de los ecosistemas de la Tierra. Al jugar a ser “Dios” con la Tierra, los seres humanos procuran convertirse ellos mismos en Dios.

El libro del Deuteronomio de la Biblia revela graves consecuencias para aquellos que traten de “jugar a ser Dios”. Aprendemos que Dios derrotará a los pecadores que “adoren a otros dioses”, haciendo que padezcan “infecciones, plagas y la guerra. Dañará sus cultivos, cubriéndolos con moho. Todas estas devastaciones te perseguirán hasta que perezcas”.

No es mera coincidencia que el ambientalismo contemporáneo profetice prácticamente el mismo conjunto de calamidades producidas por el calentamiento de la Tierra—el aumento de los mares, hambrunas, sequías, pestes, huracanes y otros desastres naturales. Incluso sin darse cuenta, el ecologismo está renovando los antiguos mensajes bíblicos con un nuevo vocabulario secular. Una organización ecologista radical incluso declaró que el mandamiento más importante para los seres humanos era situar “¡Primero a la Tierra!”— renunciando a la moderna adoración de la ciencia y la economía que alguna vez proporcionó un sustituto secular de Dios.

De esta forma, la Ley de Especies en Peligro de Extinción es el nuevo Arca de Noé; los lugares genuinamente salvajes son las nuevas catedrales para encontrar inspiración espiritual; el Día de la Tierra es la nueva Pascua.

Gran parte de la atracción de la religión ambientalista es la forma encubierta en la que es presentada. Al distinguirse de las teologías formales y las iglesias oficiales del cristianismo institucional, puede atraer a personas que normalmente no estarían involucradas, incluidos los residentes de muchas naciones nominalmente cristianas y aquellos que se consideran “espirituales”, a la vez que rechazan enérgicamente cualquier sugerencia de que deberían pertenecer a “una religión”.

Esto no es ninguna sorpresa. Un estudiante líder del ambientalismo, Thomas Dunlop, considera que “desde Emerson, los estadounidenses que no pudieron encontrar a Dios en la iglesia tomaron términos y perspectivas de la teología cristiana en su búsqueda de experiencias de euforia en la naturaleza”.

Mientras que el lenguaje es actualmente diferente, los ecologistas de hoy día, no menos que los calvinistas de antaño, ven al consumo “excesivo”—la constante demanda de cosas más grandes y mejores, una y otra vez—como una amenaza para el futuro de la Tierra.

Pero todo esto es mucho menos novedoso de lo que muchos piensan. Juan Calvino escribió en el siglo 16 en “Los Institutos de la Religión Cristiana” que Dios se ha “revelado y se revela a diario en toda la realización del universo”. Al visitar los lugares donde la naturaleza permanece poco afectada por las acciones humanas, los seres humanos serán “instruidos por este testimonio escueto y sencillo que las criaturas brindan espléndidamente a Dios”.

En las celebraciones del Día de la Tierra, sin embargo, hay ciertamente una diferencia crítica. El mensaje es presentado como una verdadera historia del mundo con recomendaciones de políticas concretas para el presente.

Ello sitúa una carga mayor sobre la teología del medio ambiente de la que a menudo es capaz de manejar. El éxito en remover los poderosos sentimientos religiosos respecto del medio ambiente no conduce automáticamente a políticas inteligentes y eficaces.

La tarea para el futuro será la de diseñar las verdades fundamentales del mensaje medioambiental y al mismo tiempo adaptarlas a toda la complejidad científica y económica del siglo 21. Cuando la religión ambientalista procura un retorno a una existencia primitiva y natural anterior, está abrazando sueños utópicos que fácilmente pueden suponer un peligro tanto para el hombre como para la Tierra.

Traducido por Gabriel Gasave