La legislación sobre el cuidado de la salud que recientemente se abrió camino en el Congreso es tan sólo la punta del iceberg. Con unas 2.400 páginas de densa jerga legal--con miles de páginas adicionales de regulaciones para la implementación de la ley aún si ser redactadas--este enorme estatuto le otorga al gobierno el control efectivo de algunas de las más íntimas, personales e importantes decisiones de la vida: quién recibirá la atención médica, y cuándo, dónde y cómo será prestada.

Un eslogan popular de los fascistas italianos durante el gobierno de Mussolini era: “Tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato”- - que significa, “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.

Recuerdo frecuentemente esta expresión cuando observo el creciente alcance del gobierno en la sociedad estadounidense. El avance del poder de Washington sobre la atención sanitaria es tan sólo el ejemplo más reciente.

¿Qué cosa que posea alguna relevancia permanece fuera del alcance del Estado actualmente en los Estados Unidos? No lo están los salarios, las condiciones de trabajo ni las relaciones laborales; tampoco la atención de la salud; ni el dinero, la banca o los servicios financieros; ni la privacidad personal, ni el transporte ni tampoco las comunicaciones; no lo están la educación ni la investigación científica; ni el abastecimiento agrícola o de alimentos; tampoco la nutrición o la calidad de la comida; ni el matrimonio ni el divorcio; tampoco lo está el cuidado de los niños; ni la previsión para la jubilación; ni el esparcimiento; ni los seguros de cualquier tipo; no lo están el fumar o beber; ni el juego; ni el financiamiento o la publicidad de las campañas políticas; ni el desarrollo inmobiliario, la construcción y el financiamiento de viviendas, tampoco los viajes, el comercio ni las finanzas internacionales; así como tampoco lo están otras 1.000 áreas y aspectos de la vida económica y social.

Algunos consideran que el Estado aún mantiene sus manos fuera de la religión, pero incluso eso es falso. Certifica ciertas organizaciones religiosas como legítimas y condena otras, tal como muchos jóvenes lo descubrieron con dolor cuando intentaron reclamar la condición de “objetores de conciencia” durante la guerra de Vietnam. Asigna los miembros de algunas religiones, pero no los miembros de otras, como los capellanes en las fuerzas armadas. Incluso concede ciertos privilegios clericales no disponibles para otros.

De hecho, el propio estatismo se ha convertido en una religión para muchos estadounidenses. ¿No honran ellos al gobierno por encima de todo, incluso por encima de los mandamientos de las religiones que dicen abrazar?

Siempre que los estadounidenses modernos se topan con un problema, miran al gobierno en busca de su salvación, al igual que sus antepasados, antes del siglo 20, miraban a la divina providencia.

Cuando el gobierno embarulla las cosas, provocando quejas y protestas, como lo ha hecho por ejemplo en todos las áreas relacionadas con la atención de la salud, responde efectuando “reformas” que amontonan nuevas leyes, regulaciones y oficinas gubernamentales encima de la ya existente montaña de leyes, regulaciones y oficinas gubernamentales contraproducentes. De esta forma, cada nueva “reforma” vuelve al gobierno más grande y más destructivo que antes.

Las áreas de la vida que quedan fuera de la participación, reglamentación, vigilancia, o manipulación por medio de impuestos y subsidios del gobierno se han vuelto tan pocas y tan triviales que apenas ameritan ser mencionadas.

Estamos cada vez más cerca de la condición en cual todo lo que no está prohibido se encuentra reglamentado. Sin embargo, el estadounidense medio declarará en voz alta que es un hombre libre y que los Estados Unidos son el país más libre del mundo.

A medida que el Estado procura controlarlo virtualmente todo y aplasta toda oposición real, los estadounidenses vivimos en la actualidad en un país que resultaría completamente irreconocible para sus fundadores. De hecho, sólo guarda un leve parecido con el país que era hace apenas hace 50 años.

Cada vez más, la “Tierra del libre” se está convirtiendo en algo que no es más que una vacía y patética fanfarronada.

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Higgs es Asociado Senior Retirado en economía política, editor fundador y ex editor general de The Independent Review