El día de Navidad, el supuesto aspirante a terrorista Omar Faruk Abdulmutallab logró prender fuego a sus pantalones pero, afortunadamente, sin detonar una especie de bomba en su ropa interior a bordo del vuelo 253 de Northwest Airlines. El presidente Barack Obama expresó que “una falla sistémica se ha producido, y considero que es totalmente inaceptable”, y ha ordenado una completa revisión de los procedimientos de seguridad en los aeropuertos.

¿Pero falló en verdad el “sistema”?

Para empezar, los controles de seguridad de los pasajeros en los aeropuertos se encuentran principalmente diseñados para identificar y evitar que la gente ingrese armas a bordo de un avión a fin de impedir otro secuestro similar al del 11 de septiembre de 2001.

Los detectores de metales y máquinas de rayos X no están pensadas para detectar explosivos. Así como los secuestradores el 11 de septiembre subieron a bordo con “cutters”—cuando la seguridad aeroportuaria estaba por entonces concentrada en las armas—el Sr. Abdulmutallab parece que se ha aprovechado de una laguna. Simplemente es poco realista esperar que la seguridad hubiese detectado el tetranitrato de pentaeritritol (PETN por su sigla en inglés) escondido en su cuerpo.

Por cierto, la compra en efectivo por parte del Sr. Abdulmutallab de un boleto aéreo de ida y su falta de equipaje debería al menos haber hecho arquear algunas cejas en el aeropuerto. Pero no es verdad que una revisión secundaria mediante un cacheo superficial y la inspección de su equipaje de mano hubiese descubierto el PETN.

¿Pero no figuraba el Sr. Abdulmutallab en alguna lista de vigilancia? ¿No deberíamos haber sabido que era una amenaza, sobre todo desde que su padre informó a la CIA acerca de su preocupación porque su hijo se estaba volviendo cada vez más radicalizado? La visión retrospectiva es siempre perfecta, por ende es fácil decir “sí”. Mientras está claro que nuestro vasto aparato de inteligencia y seguridad interior podría haber hecho un mejor trabajo de comunicación (esa es la maldición de la burocracia), es siempre fácil unir los puntos hacia atrás ante un acontecimiento conocido.

El nombre del Sr. Abdulmutallab en una lista de vigilancia—que consta de más de 500.000 nombres, aunque es probable que no haya tantos terroristas en el mundo—no implicaba que fuese una amenaza terrorista verificable. Simplemente quería decir que el gobierno juzgaba que podría plantear algún riesgo, siendo “podría” la palabra clave.

No es difícil adivinar que la lista de vigilancia posee varios casos de identidad equivocada—como cuando el ex senador estadounidense Edward M. Kennedy fue detenido e interrogado en cinco ocasiones en aeropuertos de la costa este en marzo de 2004, porque su nombre aparecía en el listado gubernamental de quienes tienen prohibido volar. Además, sólo porque alguien sea “radicalizado” no significa automáticamente que haya abrazado y esté considerando ser parte del terrorismo.

Así que el sistema “falló” solamente si esperamos que sea profético y consideramos que todos los riesgos pueden ser eliminados.

Sin embargo, toda esta angustia se ha traducido en mayores medidas de seguridad. Dado que no se cuenta con la tecnología para inspeccionar a todos los pasajeros en busca de explosivos, la gente está siendo cacheada y los equipajes de mano inspeccionados. Pero obligar a que los pasajeros permanezcan sentados durante la última hora de vuelo es una medida inútil que no hará nada para detener a un terrorista que haya introducido a hurtadillas explosivos en un avión.

Por lo tanto, ¿dónde trazamos la línea entre la seguridad y la libertad? ¿Deberíamos tolerar que se desnude a los viajeros para revisarlos (o escáneres corporales que virtualmente “desnudan” al pasajero como los utilizados por los holandeses desde el fallido ataque)? Si es así, ¿qué sigue? ¿La revisión de las cavidades corporales?

En última instancia, lo que demuestra el incidente del terrorista con la bomba en su regazo, es que no hay tal cosa como la seguridad perfecta, y que buscarla es una cruzada quijotesca. Así como las fuerzas policiales no pueden evitar todos los delitos o atrapar a todos los delincuentes, la seguridad nacional tampoco puede evitar todos los actos de terrorismo. Lo fundamental es que así como no deberíamos sacrificar las libertades esenciales para combatir a la delincuencia—como el requisito de que exista una causa probable y la necesidad de una orden de allanamiento—tampoco deberíamos hacerlo en aras de la seguridad.

Traducido por Gabriel Gasave


Charles V. Peña es ex Investigador Asociado Senior en el Independent Institute así como también Asociado Senior con la Coalition for a Realistic Foreign Policy, Asociado Senior con el Homeland Security Policy Institute de la George Washington University, y consejero del Straus Military Reform Project.