Por qué la ciencia no es el árbitro final de la verdad

9 de December, 2009

Independientemente de lo que decidan los políticos en la Cumbre del Clima de la ONU en Copenhague, el juego ha cambiado.

Gracias a los intercambios de correos electrónicos y otros documentos pirateados de las computadoras ubicadas en la Unidad de Investigación Climática (CRU, por sus siglas en inglés) del Centro Hadley en la University of East Anglia en Gran Bretaña, sabemos ahora que ha habido una conspiración entre algunos miembros de la comunidad científica para difundir escenarios alarmistas sobre el calentamiento global e intimidar, cuando no silenciar, a aquellos que no están de acuerdo.

Esperemos que estas revelaciones arrojen como resultado una sobria reexaminación tanto por parte del mundo académico en general, como de la corporación científica en particular.

Durante demasiado tiempo, la ciencia ha estado cubierta por un manto de incuestionable autoridad como el árbitro final de todo conocimiento (excepto, por supuesto, cuando la investigación ha sido financiada por empresas, lo cual para algunos la torna necesariamente sospechosa).

Dicha situación ha dado lugar a la creación de enormes instituciones financiadas por el gobierno para aparentemente examinar cada uno de los aspectos de la existencia humana, y solamente la ciencia del clima recibe 7 mil millones dólares (billones en inglés) anuales del gobierno de los EE.UU.— más de lo gastado en las investigaciones sobre el cáncer y el SIDA.

A diferencia de lo que ocurre con las investigaciones financiadas por empresas o incluso las financiadas de manera independiente, las conclusiones y recomendaciones de los investigadores financiados por el gobierno han sido consideradas por muchos como sacrosantas.

La manía acerca del “calentamiento global” se encuentra en el Anexo A, en el cual los supuestos hallazgos “revisados por los pares” de un “consenso” de científicos afirman haber encontrado el “dato” de que las emisiones humanas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero están generando un holocausto ecológico, y que solamente los controles draconianos sobre diversas áreas de la actividad humana podrán impedir esta calamidad.

Mientras tanto, la ética, los principios económicos, la evidencia en contrario y el sentido común son todos dejados de lado.

Tal como mi colega Robert Higgs lo observaba el pasado año en la revista Nature: “El proceso de revisión de los pares no es, contrariamente a la creencia popular, un sistema casi perfecto de escrutinio olímpico. Cualquier editor de una publicación revisada por los pares que desea, por cualquier razón, rechazar un trabajo presentado puede hacerlo fácilmente mediante la elección de los árbitros que lo demolerán.”

Desafortunadamente, escribió Higgs, la ciencia, como otras empresas, puede caer víctima de las “venganzas personales, los conflictos ideológicos, los celos profesionales, las desavenencias metodológicas, la mera autopromoción y la irresponsabilidad.”

Con las revelaciones de lo que actualmente se está dando en llamar el “climagate”, muchos están empezando a ver una gran embuste en el cual los datos fueron distorsionados deliberadamente; la revisión por los pares fue trampeada mediante la manipulación y hacinamiento del proceso; los críticos fueron denigrados, boicoteados, desfinanciados e incluso despedidos; los trabajos que planteaban posiciones opuestas fueron dejados sin publicar; y los científicos políticamente conectados trabajaron en concierto con los periodistas, los políticos, los burócratas y los grupos de interés para engañar tanto a los líderes de opinión como al público a fin de promover su agenda.

Traducido por Gabriel Gasave

  • (1949-2022) fue el fundador, presidente y director general del Instituto Independiente.

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