En la historia reciente, muy pocas guerras de contrainsurgencia han concluido con éxito. Los guerrilleros a menudo son sobrepasados en potencia de fuego por una fuerza invasora mejor pertrechada, pero cuentan con dos poderosas ventajas. Una es que están luchando en su propio terruño, al que por lo general conocen mucho mejor que el invasor. La guerra de guerrillas en el nivel estratégico es defensiva, aun cuando en el nivel táctico, los atacados insurgentes están muchas veces en una posición ofensiva. Como resultado de estar en una defensa estratégica, la segunda ventaja es que la potencia atacante hallará difícil superar el rotulo de "invasor extranjero" entre la población del país invadido. De este modo, dado que ganar el apoyo de la población local es el objetivo más importante—y difícil—en cualquier guerra de contrainsurgencia, la mayoría de estas campañas acaban en un fracaso.

Pero han existido un puñado de notables excepciones. A comienzos del siglo 20, los Estados Unidos le negaron la independencia a las Filipinas tras la Guerra Española-Estadounidense y luego vencieron a los guerrilleros filipinos para hacer que los EE.UU. coloniales detentasen el mando; un gobierno griego respaldado por los EE.UU. repelió a los insurgentes comunistas a finales de la década de 1940, y los británicos repelieron a los guerrilleros marxistas en Malasia a finales de 1940 y principios de 1960. Aunque podría ser tentador asumir que la única manera de derrotar a las guerrillas es emplear tácticas despiadadamente brutales, esto solamente predominó en el primero de los tres episodios. Los Estados Unidos utilizaron campos de concentración, tortura y una política de tierra arrasada para domesticar a los guerrilleros filipinos. Pero incluso aquí, estos métodos así de drásticos e inaceptables, pueden no haber sido los que inclinaron el resultado hacia el éxito de la contrainsurgencia.

El hilo común en estas tres historias de éxito parecería ser que o bien el movimiento guerrillero se encontraba dividido o no gozaba de un apoyo abrumador entre la población local. En el caso de la insurgencia filipina, Emilio Aguinaldo, el líder guerrillero, en realidad nunca contó con el apoyo de la mayoría de la población filipina. De manera similar, en Malasia, la rebelión se produjo sólo entre una minoría de la minoritaria población china, permitiendo de ese modo que los británicos eventualmente acabarán con ella. En Grecia, a finales de la década de 1940, el movimiento de oposición estaba dividido, permitiendo que el gobierno griego con el respaldo de los EE.UU. prevaleciera.

¿Cómo se aplican estas conclusiones a las guerras de contrainsurgencia actuales? Tanto en el escabroso terreno de Afganistán como en el paisaje urbano de Irak, los grupos guerrilleros han aprovechado los entornos familiares para de manera efectiva hostigar a la superpotencia estadounidense. Además, los Estados Unidos, en cierto sentido, han sido más moderados que el Talibán y los insurgentes iraquíes respecto de las poblaciones locales. El Talibán es conocido por sus duros métodos de justicia y muerte, y algunos de los guerrilleros iraquíes han masacrado a civiles con bombas suicidas. En cambio, en ambas naciones, los Estados Unidos han construido proyectos de infraestructura y entregado caramelos a los niños. Sin embargo, los Estados Unidos han fracasado en conquistar los corazones y las mentes de ambas poblaciones, debido a las excesivas matanzas colaterales de sus ataques aéreos y terrestres. Al final del día, incluso un invasor extranjero que procura ser más participativo y afectuoso es todavía considerado un invasor extranjero.

En Somalia, el movimiento islamista militante Shaabab gozaba de poco apoyo público hasta que los Estados Unidos, como parte de su global “guerra contra el terror”, comenzaron a financiar a los impopulares y corruptos señores de la guerra somalíes a fin de promover la "estabilidad"—acercando a la población local hacia el movimiento y alejándola de la percibida injerencia de la superpotencia y su lacayo gobierno somalí. Luego, empeorando las cosas, una invasión etíope respaldada por los Estados Unidos solamente proporcionó cierta estabilidad temporal mientras las tropas etíopes estaban deseosas de ocupar el país. La invasión a través de la frontera por parte de Etiopía—considerado por los somalíes como un archienemigo de larga data—para aplastar a los islamistas militantes tan solo mejoró la posición de los radicales en Somalia una vez que las fuerzas etíopes se retiraron. En síntesis, la historia demuestra que la presencia o la influencia de extranjeros sólo alimenta las llamas de cualquier insurgencia, la cual puede ser interpretada como una defensa de la nación contra la agresión externa.

¿Pero no hay esperanza para Irak y Afganistán debido a que las fuerzas de oposición se encuentran divididas y a menudo son impopulares? En verdad no. En Irak, los Estados Unidos fueron capaces de sacar ventaja de la brutal matanza de civiles iraquíes para dividir al movimiento guerrillero sunita y sobornar a los “Consejos del Despertar” para que combatieran al grupo. El problema en Irak es que mientras las fuerzas estadounidenses están en baja, la actualmente reducida guerra de guerrillas podría convertirse en una guerra civil entre los grupos etno-sectarios sunitas, chiitas y kurdos. En Afganistán, el Talibán es incuestionablemente brutal, pero los afganos consideran a los Estados Unidos un ocupante extranjero, son suspicaces de la presencia militar estadounidense a largo plazo, no apoyan un aumento de efectivos de los EE.UU., no consideran que vayan a derrotar a los talibanes y apoyar por ende la negociación con los insurgentes. En resumen, el pronóstico no es bueno en ambos casos.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.