La orgía del New Deal no es ningún modelo para la juerga actual

21 de September, 2009

Desde un punto de vista político, carece de importancia el que los billones de dólares (trillones en inglés) del gasto en el “estímulo” y en los rescates a los grandes negocios aprobados por Washington el pasado año tengan o no un efecto significativo sobre la economía.

Cuando la economía empiece de nuevo a crecer y crear trabajos, como sucederá finalmente, la Casa Blanca se arrogará el mérito. Eso es política.

Incluso ahora la Casa Blanca está afirmando que el gasto del estímulo creó o “ahorró” 1,1 millones de empleos y supuso el 2,3% adicional al PIB norteamericano. Con estos indicadores, con otros 40 o 50 billones de dólares en gastos de estímulo más, podríamos doblar el PIB norteamericano –que actualmente es de casi 14 billones.

Muchos están defendiendo que incluso se necesita más gasto público. Estos mismos argumentos fueron realizados repetidamente durante la Gran Depresión, y hasta hoy, muchas personas rechazan en reconocer que el New Deal fracasó.

Ningún estudiante serio de la Depresión niega que entre 1933 y 1937 tuvo lugar una recuperación parcial. Con todo, simplemente porque Washington hubiera soltado un torrente de gasto, no quiere decir que el gasto del gobierno fuera la causa de la expansión.

Incluso hoy, los defensores del programa de recuperación del New Deal afirman que hubiera sido más exitoso si el gobierno hubiera lanzado más dinero a la economía. La administración Roosevelt, lamentan, fue demasiado tímida, estuvo demasiado obsesionada con ideas pasadas de moda acerca del equilibrio presupuestario. En efecto, algunos arguyen que el estímulo de gasto keynesiano no fracasó durante el New Deal porque realmente nunca se intentó.

En verdad, sin embargo, el gobierno sí trato de sacarnos de la Depresión a base de gasto público, como lo ha intentado en varias ocasiones desde entonces. Pero un análisis cuidadoso muestra que las políticas de un gobierno hiperactivo complican y prolongan la recuperación, antes que la facilitan.

Después de una recesión económica, las malas inversiones deben ser liquidadas, para que los activos que puedan ser rescatados se reasignen en sus usos más valorados. Si el gobierno apoya artificialmente a empresas fracasadas a través de rescates públicos y otros programas, los necesarios reajustes de la estructura de capital de la economía serán ralentizados o parados, y los errores tóxicos del pasado no se limpiarán, obstruyendo la recuperación y dificultando la creación de riqueza futura. Los esfuerzos de recuperación del New Deal tuvieron exactamente estos efectos, al igual que las actuales políticas gubernamentales.

Fue suficientemente malo que el programa de recuperación de Roosevelt gastara miles de billones de dólares de cualquier manera sin ninguna lógica económica sólida. Pero el presidente y sus subordinados empeoraron las cosas cuando, especialmente a partir de 1935, amenazaron los derechos de propiedad privada mediante el ataque a los inversores privados, llamándoles “aristócratas económicos”, y aprobando políticas que atacaban las mismas bases del sistema de libre empresa.

Tan tarde como en 1939, el que era el séptimo año en el cargo del Presidente Roosevelt, la tasa oficial de desempleo todavía era del 17,2% (11,3% si se cuentan como empleados a los trabajadores dedicados en programas de emergencia para el alivio del empleo).

La razón de que la Depresión persistiera mucho después de que la administración Roosevelt pusiera en marcha sus esfuerzos de recuperación, fue que las gentes de negocios en general, y los inversores en particular, temían el asalto del presidente sobre los derechos de propiedad privada, que suponían una potencialmente fatal amenaza para el sistema de mercado.

Estos asaltos fueron numerosos. En 1935, 1936, y 1937, por ejemplo, la administración Roosevelt solicitó legislación impositiva con el fin de castigar a los ricos. El llamado Wealth Tax (Impuesto a los Ricos) de 1935 –parte de la Revenue Act- incluyó un impuesto escalonado a los ingresos de las corporaciones, un impuesto sobre los dividendos inter-corporativos, incrementos en los impuestos sobre sucesiones y donaciones, y aumentos en los recargos impositivos sobre los ingresos mayores a 50.000 dólares hasta una tasa tope del 75%.

Estos y otros esfuerzos contra los ricos dejaron pocas dudas de que el presidente y su administración planeaban extraer cada céntimo que fuera posible de la gente que realizaba las decisiones más importantes relativas a la inversión privada. El resultado fue que la inversión privada bruta, que estaba en el 16% del PIB en 1929 y cayó al 2% en 1932, nunca se recuperó completamente hasta después de la II Guerra Mundial.

Si se ven presionados, la mayor parte de los defensores del New Deal ahora admiten que nunca generó una recuperación total durante los años 30. Pero ellos, junto a la gran mayoría, creen que el gasto masivo del tiempo de guerra fue el que finalmente cambió las cosas, reivindicando el simple modelo keynesiano. No obstante, esta supuesta “prosperidad del periodo bélico” también es un mito.

Por supuesto, la tasa de desempleo cayó hasta casi cero alrededor de 1944. Pero si empiezas con cinco millones de desempleados y reclutas a 10 millones de hombres en la flor de la vida para las fuerzas armadas, es prácticamente seguro que acabarás con el desempleo.

Desechando mitos populares, vemos que ni el New Deal ni tampoco la economía de guerra, ofrecen un modelo defendible para la orgía de gasto que Washington ha desencadenado. No se puede servir a ningún buen propósito lanzando dinero sobre proyectos para “crear empleo”, montando otro asalto a gran escala sobre los derechos de propiedad privada, o creando una economía controlada de tipo bélico.

Traducido por Angel Martin

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