La justicia destronada

25 de agosto, 2000

En su obra maestra recientemente publicada, From Dawn to Decadence, Jacques Barzun escribe que somos una civilización decadente. Quiere significar que las ideas que nos dieron fuerza y que produjeron reformas se han agotado y no tienen nada más que ofrecer. Otra manera de ver esto sería la de decir que nos hemos aburrido de la libertad y de la justicia y que hemos perdido la confianza en los ideales que nos hicieran grandes.

Con el énfasis puesto en la corrección política, las escuelas y universidades de los EE.UU. producen individuos a quienes se les lava más el cerebro que lo que se los educa. Ciertamente la libertad y la justicia han perdido sus significados universales. Estos conceptos han sido dramáticamente reducidos y en la actualidad se encuentran asociados con las egoístas exigencias de los grupos de victimas.

La pérdida de la justicia es una pérdida enorme. La justicia fue el mayor logro humano. Su búsqueda nos dio la libertad. La justicia convierte al derecho en un escudo, no en un arma. La misma evita el empleo arbitrario del poder para arruinar y para desposeer. Incluso los acusados en las causas criminales gozan de la protección de la justicia.

El Juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos George Sutherland afirmaba en el año 1934 que el derecho tenía un doble propósito: “que el culpable no escape ni que el inocente sufra.” La función del fiscal, decía, no era la de ganar un caso sino la de servir a la justicia mediante la búsqueda de la verdad. El deber del fiscal para con la verdad excluía la utilización de métodos impropios que pudieran producir una condena equivocada.

El también Juez del Alto Tribunal Robert Jackson, estaba de acuerdo con esta opinión. Un fiscal, decía, “busca la verdad, no victimas.”

Tal idealismo se ha perdido hasta caer en la decadencia. Recientemente un juez de distrito federal escribió en respuesta a mi libro, The Tyranny of Good Intentions, que los jueces federales están dejando de servir como controles contra los abusos fiscales. Esto se debe a que las nominaciones de la Casa Blanca y las confirmaciones del Senado de los jueces federales eternizan a los burócratas de carrera en el Departamento de Justicia (sic). Los burócratas escogen a los jueces de acuerdo con los intereses de litigación del departamento. El juez sostiene en su carta que nunca ha visto a un magistrado, que haya refrenado al gobierno, ser ascendido a una judicatura superior.

De esta manera, la ambición de los jueces, tal como la ambición de los fiscales, ha derrocado a la justicia.

Tan solo pregúntenle a Michael Zinn, fundador y Gerente General de Besicorp, una empresa de energía alternativa y de cogeneración que logró importantes réditos para sus accionistas. Mejor aún, lean su libro, Mad-Dog Prosecutors and Other Hazards of American Business.

El Sr. Zinn cometió el error de tornar pública a su compañía. Esto le posibilitó a Alan Russell Kahn y a los abogados que procuran honorarios de contingencia, atacar a la empresa con una litigación extorsiva, la cual aparentemente se intensificó en un intento de robarle la compañía a Zinn.

Zinn luchó contra ellos. Los invasores le respondieron con una andanada de acusaciones criminales que llevó a la escena a la SEC (siglas en inglés para la Comisión de Títulos Valores), al FBI, y al IRS (siglas en inglés para el Servicio de Ingresos Internos.) Zinn pronto se encontró siendo el blanco de un fiscal rabioso, el Procurador Asistente de los EE.UU. Elliot Jacobson.

Zinn contrató a experimentados ex fiscales federales como sus abogados defensores. Ellos le aconsejaron que a los fiscales federales les importaba un ápice su inocencia o culpabilidad; su única preocupación era su índice de condenas. Zinn tendría que declararse culpable o Jacobson los abrumaría con sus fabricadas acusaciones hasta el punto en que Zinn nunca volvería ver la luz del día fuera de la prisión.

Para terminar con el tormento y con la hemorragia de dinero, Zinn hizo la auto incriminación de rigor y se declaró culpable de una ofensa que nadie había cometido. Pasó seis meses en prisión, pero retuvo el control de su empresa, a la cual condujo a un éxito mayor tras su liberación.

El bien escrito libro de Zinn, resulta interesante en varios niveles. Es una guía completa sobre los juicios y las tribulaciones de tomar a una compañía pública. El mismo expone los métodos viciosos que los tramposos abogados de la acción colectiva emplean a fin de despojar a las corporaciones productivas. Y muestra el horrible estado en el que se encuentra un sistema de justicia criminal que ha degenerado en la mendacidad y el mal.

Ningún estadounidense, sostiene Zinn, no importa cuan prominente, cívico, o inocente sea, está seguro de no padecer una condena equivocada. Los necios estadounidenses, confiando ciegamente en la “justicia estadounidense,” son ingenuos, tal como lo era Zinn. Ellos serán las próximas victimas.

Traducido Gabriel Gasave

  • es Asociado John M. Olin en el Institute for Political Economy y ex Subsecretario del Tesoro para Politica Económica.

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