Tras el rechazo del Senado, las Tres Grandes automotrices han recurrido a rogarle a la administración Bush para que las rescate del aprieto en el que se encuentran actualmente como resultado de décadas de mala administración. Lamentos y rechinar de dientes expresan toda la furia en Washington a medida que estos aspirantes a expoliadores nos advierten de las horrendas consecuencias que tendrán lugar a menos que el gobierno actúe como intermediario en sus intentos de atracar las cuentas bancarias de los contribuyentes.

Bien, difícilmente las automotrices sean las únicas carentes de escrúpulos y con deseos de saquear al Tesoro. Lo que me impacta de los informes más recientes acerca de esta sórdida actividad no es tanto la indigna postración y súplica de los ejecutivos de las empresas ante el todopoderoso gobierno, sino las declaraciones que están siendo vertidas por nuestros siempre fieles servidores públicos.

Tal vez lo único bueno que puede haberse dicho de la administración de George W. Bush es que sus voceros en ocasiones se expresaron como si apoyasen al sistema de libre mercado, incluso si virtualmente nunca actuaron conforme a sus dichos. Sin embargo, actualmente, aun los comentarios en favor del mercado han sido arrojados por la borda.

De este modo, según un informe de la agencia Associated Press, la secretaria de prensa de la Casa Blanca Dana Perino afirmó: “Bajo condiciones económicas normales preferiríamos que fuesen los mercados los que determinen el destino final de las empresas privadas”. [Pero] “dado el actual estado debilitado de la economía de los EE.UU., consideraremos entre otras opciones si es necesario incluir el empleo del programa TARP (sigla en inglés para el Programa de Alivio de Activos Problemáticos) para impedir un colapso de las atribuladas automotrices. Un colapso abrupto de esta industria tendría un severo impacto sobre nuestra economía, y sería irresponsable debilitar y desestabilizar aun más nuestra economía en estos momentos”.

Todos saben que la única forma de descubrir quiénes son sus verdaderos amigos es advirtiendo quién permanece con usted cuando se encuentre derrotado. Los principios políticos funcionan de la misma manera. Si usted está preparado para arrogarlos por la ventana cuando los tiempos se ponen difíciles, entonces en verdad usted nunca los detentó en primer lugar. Los principios están pensados especialmente para guiar nuestro comportamiento en circunstancias difíciles. Si no lo hacen, entonces nuestros proclamados principios demuestran no ser otra cosa que retórica en el peor sentido de la palabra.

Aguardando su ascenso al trono, Barack Obama manifiesta que: “Mi esperanza es que la administración y el Congreso aún hallarán un modo de otorgarle a la industria la ayuda temporal que precisa mientras se le exige la reestructuración de largo plazo que es absolutamente necesaria”.

Ah, sí, “la reestructuración de largo plazo que es absolutamente necesaria”. Y díganme, ¿qué sabrá un hombre con los antecedentes y la experiencia de Obama respecto de esta cuestión? Bien, me aventuro a responder: aproximadamente nada. En verdad, me aventuraré a afirmar además que sabe menos que nada, en virtud de que considero que la información relevante acerca de dicha necesaria reestructuración jamás recibirá la menor consideración de parte de esta combinación de mesías y hombre modelo. Cualquier intervención que pudiese llegar a tener en el asunto estará gobernada exclusivamente por la conveniencia política, y de esta forma difícilmente pueda esperarse que promueva la viabilidad económica de largo plazo de las empresas automotrices.

“La vocera de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi,” informa AP, “urgió al presidente a que exija ‘la misma férrea rendición de cuentas y las protecciones a los contribuyentes de parte de las automotrices que fue incorporada en la legislación que aprobó la Cámara a mediados de esta semana”. ¡Parece mentira! Pelosi exigiendo una férrea rendición de cuentas y protecciones a los contribuyentes. De acuerdo señora vocera, su exigencia es completamente razonable. No obstante, para recitar un verso apropiado, “¿Por qué ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio? Para ser más específico, ¿por qué no emplea su considerable poder en la Cámara de Representantes para frenar el gasto, los préstamos y las reglamentaciones gubernamentales actualmente fuera de control? No puedo pensar en nada mejor calculado para servir el interés público. En realidad señora vocera, no es tan difícil romper con esa adición: simplemente diga no.

Siendo la política siempre local, el congresista republicano Thaddeus McCotter de Michigan fue consultado, y declaró, “Con las oportunidades legislativas actualmente agotadas, insto al presidente de los Estados Unidos a que de manera inmediata libere los fondos TARP de Wall Street para las automotrices nacionales a fin de evitar su quiebra y su consiguiente devastación de las familias trabajadoras y la depresión de nuestra economía estadounidense”.

Interesante especulación: sin un salvataje para las Tres Grandes, tendrá lugar el fin del mundo económico tal como lo conocemos. No es que dude de la sinceridad del congresista, por supuesto, pero conforme la admonición de Ronald Reagan de “confíe, pero verifique”, revisé los registros de las contribuciones a las campañas del congresista McCotter en los últimos años que conserva la Comisión Federal Electoral (FEC es su sigla en inglés). Descubrí lo que parece ser una evidencia razonablemente firme de que no solamente se trata de un hombre deseoso de vender su alma, sino que en gran medida ya lo ha hecho. De particular relevancia aquí, son las siguientes sumas recibidas (según mi cálculo en base a los listados de la FEC):

  • Chrysler Service Contracts, Inc., Comité de Apoyo Político, 14.000 dólares;
  • Comité de Acción Electoral de los Concesionarios de la Asociación Nacional de Concesionarios de Automóviles, 32.500 dólares;
  • Ford Motor Company Action Fund, 22.100 dólares;
  • General Motors Corp., Comité de Acción Política, 26.250 dólares.

Si usted sospecha que el congresista McCotter está simplemente llevando agua para sus simpatizantes corporativos, entonces usted acaba de aprender algo.

En cualquier caso, podemos confiadamente rechazar su pronóstico de las catastróficas consecuencias económicas que resultarán de la quiebra de las Tres Grandes, lo cual es un disparate absoluto. Evidentemente, el congresista McCotter no cursó la asignatura sobre bancarrotas cuando asistió a la Facultad de Derecho. (No obstante, nuevamente, en el verdadero espíritu de la Navidad, deseo concederle todo el crédito que tan ampliamente merece por su capacidad para recaudar fondos. Es suficiente para hacer que usted se cuestione cómo, en estas instancias, aún logra tener algún alma para vender).

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Higgs es Asociado Senior Retirado en economía política, editor fundador y ex editor general de The Independent Review