El martes, la Cámara de Representantes rechazó por estrecho margen la tan publicitada “Ley de Estabilización Económica de emergencia de 2008” que hubiese canalizado 700 mil millones de dólares de los contribuyentes para apuntalar al tambaleante sector financiero estadounidense. Las figuras más representativas de los dos principales partidos prometieron de inmediato su compromiso de revisar la legislación bipartidista. La sanción del proyecto de ley es probable que sepulte años de sucios secretos financieros bajo la dadivosidad de los políticos a expensas del contribuyente.

Por supuesto, puede ser que tengamos que esperar hasta después de los comicios generales para conocer qué es lo cualquier salvataje que sea adoptado implica realmente. El actual proyecto de ley, cortésmente, le otorga gran cobertura a todo aquel que apoye el plan, dado que el Tesoro tendrá 45 días para “publicar las normativas del programa” explicando cómo los activos involucrados en este rescate serán cotizados y valuados.

En su discurso inaugural ofrecido en la London School of Economics el 1 de marzo de 1933, Friedrich A. Hayek advirtió acerca de la planificación gubernamental en los mercados: “... la creencia en la inevitabilidad de la victoria última de la planificación, la convicción de que, en virtud de que allí donde no haya una voluntad directriz habrá caos, la planificación deliberada implica una mejora en las condiciones existentes, es más y más reconocida como el resultado de nuestra insuficiente comprensión del sistema existente”.

La premura del Congreso por actuar nos invita a repasar los escritos de este ganador del Premio Nobel y autor de “La Fatal Arrogancia: Los Errores del Socialismo”. Dada la escasez de información confiable sobre la cantidad de activos “tóxicos” en los libros de muchas de las instituciones financieras y la ignorancia admitida por los legisladores acerca de sí los 700.000.000.000 serían en verdad suficientes para “descongelar” ciertos mercados crediticios, el de la cautela puede muy bien ser el curso de acción prudente.

El Presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke y el Secretario del Tesoro Henry Paulson parecen no haber aprendido nada de lo que este último ha denominado una “experiencia humillante, humillante”. Junto con los líderes parlamentarios, parecen padecer de la “falacia de Ricitos de Oro”—la asunción de que harán las cosas “bien” cuando utilicen el dinero de los contribuyentes para adquirir activos que no pueden ser comercializados o que nadie compraría a los precios actuales del mercado.

Ominosamente, los dos objetivos supuestamente en el corazón de este salvataje—proporcionar liquidez y proteger el interés del contribuyente—no son compatibles. Una cláusula de último minuto en el fallido proyecto de ley del lunes estableciendo que en los próximos cinco años el presidente propondrá legislación para recuperar cualquier pérdida es digna de los hermanos Grimm. De aquí a cinco años, los historiadores y los economistas aun seguirán estudiando el resultado exacto de este “takeover” de Washington de la industria financiera.

Habiendo intimidado al Congreso para que vote de inmediato al aventar las llamas del temor publico, la actual administración y su Secretaria del Tesoro están esperando sumar un tanque de combate a su arsenal para arar a través del sistema de libre empresa con la muy visible mano del gobierno. Las aseveraciones iniciales de Paulson (cuando le pedía al Congreso al facultad de, quizás, rescatar a Fannie Mae y Freddie Mac) de que el hecho de poseer una bazuca haría menos probable que uno tuviese que emplearla, han quedado relegadas hace mucho al cesto de la basura de la historia financiera.

La asunción parlamentaria de que esta Caja de Pandora del intervencionismo gubernamental pueda ser cerrada nuevamente ante un segundo aviso será expuesta eventualmente como una arrogancia fatal. Esta socialización de las pérdidas está destinada a incrementar el daño moral en los mercados financieros en el largo plazo y fomentar nuevos deseos de dádivas gubernamentales.

Consecuentemente, el prestamos de garantía por 25 mil millones de dólares para la industria automotriz estadounidense puede tan solo ser el inicio de una larga lista de proyectos de bienestar corporativo que la nación no puede afrontar. Después de todo, no muchos pedidos en la lista de deseos de los lobbyistas lucirán tan grandes como lo que pronto puede alcanzar más de 1 billón de dólares en concepto de salvatajes.

Traducido por Gabriel Gasave