Caracas - Llama poderosamente la atención, a cualquier observador que transite por las calles de esta ciudad, el pobre desempeño que tiene en estos momentos la economía venezolana. Más allá de los datos macroeconómicos, a veces difíciles de entender para el ciudadano común, hay hechos que pueden comprobarse sin mayor dificultad: faltan los productos esenciales de la dieta diaria del venezolano, pues es difícil –o a veces imposible- conseguir leche, pollo, harinas o granos, mientras escasean muchas medicinas y productos esenciales para la salud.

Pero además los precios de todos los artículos suben constantemente y los salarios están prácticamente congelados desde hace años. Todo esto ocurre en una economía petrolera, que recibe ingresos increíblemente abultados gracias a que los precios petroleros se han multiplicado casi por cuatro desde 2003, en la que el estado maneja cifras enormes en su presupuesto y, para acentuar el contraste, manifiesta estar decididamente a favor de los pobres.

Pero son precisamente quienes viven de un salario los que más sufren la situación que acabamos de describir, los que tienen que ver el espectáculo de unas calles atestadas de caros y modernos automóviles mientras hacen malabarismos para conseguir un litro de leche o un paquete de azúcar.

Gran parte del problema al que nos referimos se inicia en 2003, cuando el gobierno de Chávez decide implantar un control de cambios que reguló el precio del dólar y situó en las manos del estado el otorgamiento de las divisas extranjeras, estableciendo poco después leyes penales que controlan severamente las transacciones con monedas extranjeras. Pronto apareció, como es natural, un mercado paralelo para el dólar, se redujeron las importaciones y un organismo público, CADIVI, quedó a cargo prácticamente de todo el comercio exterior del país.

El gobierno de Chávez tomó estas medidas por dos razones fundamentales. La primera, para evitar que el alza del dólar –que subía aceleradamente debido a la inestabilidad política reinante en >ese tiempo- se trasladase a los productos importados que forman una buena parte del consumo básico de los venezolanos: fijando el precio del dólar e imponiendo a la vez un control estricto sobre el precio de medio millar de productos Chávez logró mantener artificialmente la capacidad de compra de los venezolanos, en momentos en que se sentía acosado desde todos los frentes y quería mantener y aumentar su apoyo político. La segunda razón, tan importante como la anterior, hay que buscarla en la vocación socialista de este gobierno: al imponer su control sobre todas las operaciones de cambio con moneda extranjera el estado quedó en capacidad de someter a fuertes presiones a las empresas locales, >controlando los insumos de los medios de comunicación y ejerciendo una vigilancia total sobre la actividad económica de los ciudadanos comunes.

Todo esto funcionó bastante bien para el >gobierno en el corto plazo y dio una impresión de bonanza porque, a la par que se controlaban los precios, subía también el ingreso petrolero de un modo sostenido y realmente impresionante. Venezuela pudo mostrar favorables índices de crecimiento económico y Chávez, en ese contexto, ganó varias elecciones y se pudo mantener en el poder. Pero la situación ha cambiado y, en estos momentos, la economía es otro de los puntos débiles del gobierno chavista.

Las razones de este cambio son múltiples pero hay dos que, por su importancia, deben destacarse ante el lector. Por una parte el gobierno, por obvios motivos políticos, ha lanzado a la calle inmensas cantidades de moneda local y ha gastado con largueza en programas sociales poco efectivos y en su intento de lograr un respaldo internacional dentro del continente. Por otro lado las empresas, acosadas por múltiples controles y amenazas constantes contra la propiedad privada, han reducido sus inversiones al mínimo, apenas a lo necesario para mantenerse en funcionamiento. Tampoco el estado ha invertido en obras de infraestructura que favorezcan el desarrollo, pues sus gastos sociales son simples dádivas que se ofrecen con motivos políticos y sólo sirven, hoy día, para aumentar la inflación.

Todo esto ha llevado a una disparidad muy fuerte entre el dólar oficial (que se cotiza a 2,15 bolívares) y el valor que existe en el mercado paralelo (donde oscila entre 5,5 y 6 bolívares), conformando una situación que día a día se hace menos sostenible. Venezuela ha pasado por problemas parecidos en el pasado, aunque menos intensos. Tanto en 1989 como en 1996 fue necesario eliminar los controles de cambios y de precios para evitar la hiperinflación y sanear en algo las cuentas fiscales. Pero ahora Chávez, que se presenta como un campeón contra el llamado “neoliberalismo”, no querrá adoptar esas necesarias medidas y no podrá, tampoco, avanzar mucho más en el camino del socialismo, por los resultados adversos del referéndum que perdió el 2 de diciembre.

La situación, por eso, es verdaderamente complicada, y sólo puede preverse que en los próximos meses habrá mayor inflación, mayor desabastecimiento y más disputas en el seno del chavismo. También aumentará, seguramente, el malestar social, debilitando el apoyo político que recibe el gobierno. Chávez, sin duda, está en problemas, en serios problemas.


Carlos Sabino es asociado de la Fundación Francisco Marroquín en Guatemala, director en CEDICE, un instituto de políticas públicas en Venezuela, y autor de varios libros sobre el desarrollo.