Casi siete años después del 11 de septiembre de 2001, ¿qué explica la vasta disparidad entre la amenaza terrorista que enfrentan los Estados Unidos y el grado de nuestra respuesta?

¿Por qué, en ausencia de toda evidencia de una seria amenaza terrorista interna, la Guerra contra el Terror es tan grande, tan global y aun sigue expandiéndose?

La respuesta fundamental es que el logro más importante de al Qaeda no fue secuestrar nuestros aviones, sino secuestrar nuestro sistema político. Para un multitud de políticos, grupos de interés, asociaciones profesionales, corporaciones, organizaciones periodísticas, universidades, gobiernos locales y estaduales y funcionarios de organismos federales, la Guerra contra el Terror es en la actualidad un importante centro de dividendos, una bonanza de fondos y un conjunto de eslóganes y anuncios para ser insertados en las propuestas de presupuestos, proyectos, becas y contratos. Para el país como un todo, no obstante, se ha vuelto un remolino de dispendio y preocupación que nos distrae de los problemas más graves.

Considérese la respuesta parlamentaria.

A mediados de 2003, el Departamento de Seguridad Interior confeccionó un listado de 160 potenciales objetivos terroristas, dando lugar a intensos esfuerzos por parte de representantes, senadores y sus electores en aras de encontrar en sus distritos potenciales objetivos que podrían requerir protección y por ende calificar para el financiamiento federal. ¿El resultado? Definiciones amplias y categorías borrosas de blancos potenciales e incrementos multiplicándose como hongos para la infraestructura y activos que se estimaba merecían protección. Hacia finales de 2003, el listado se había incrementado más de 10 veces hasta llegar a 1.849; para 2004 había crecido a 28.364; para 2005 creció alcanzó los 77.069 y para 2006 era aproximadamente de 300.000.

Por todo el país, cientos de grupos de interés reformularon sus objetivos y propuestas de financiamiento tradicionales para reflejar los nuevos imperativos de la nueva guerra. La Asociación Nacional del Rifle declaró que la Guerra contra el Terror implica que más estadounidenses deberían poseer armas de fuego para defenderse de los terroristas. El lobby del control de armas sostuvo que librar la Guerra contra el Terror significa sancionar leyes más estrictas sobre el control de armas para mantener a las armas de asalto lejos del alcance de los terroristas. Las facultades de veterinaria solicitaron cuadruplicar su financiamiento a fin de entrenar a los veterinarios para defender al país de los terroristas que empleen afecciones de las extremidades y la boca para diezmar a las existencias de ganado. Los farmacéuticos defendieron la creación de equipos SWAT farmacéuticos para atender rápidamente con los medicamentos apropiados a las victimas de ataques terroristas.

Según un informe de 2005 realizado por el inspector general de la Agencia Federal para el Desarrollo de la Pequeña Empresa (SBA por su sigla en inglés), el 85 por ciento de las empresas que recibieron prestamos a baja tasa de interés de la SBA para contrarrestar el terrorismo fallaron en reunir los requisitos para ser escogidas. La SBA autorizó 7.000 créditos por valor de más de $3 mil millones, incluidos $22 millones en prestamos para franquicias de Dunkin’ Donuts en nueve estados.

Con quinientos millones de dólares en financiamiento para la seguridad interior disponibles para incrementar las capacidades de contraterrorismo e inteligencia de la policía estadual y local y los departamentos del sheriff, jurisdicciones de todo el país pugnaron por expandir las listas de potenciales amenazas. Para 2006, gracias a esta inundación de fondos federales, más de 100 departamentos de policía habían establecido algún tipo de unidad de inteligencia.

Otras ciudades hallaron maneras más imaginativas de combatir al terrorismo. En mayo de 2007, en Augusta, Georgia, los funcionarios autorizaron el gasto de $3 millones para proteger a los bocas de incendio de la manipulación terrorista. Esta decisión fue recomendada por la Asociación de Jefes de Policía de Georgia, que citó un informe gubernamental de 2004 que caratulaba a las bocas de incendio como de “gran vulnerabilidad”. No sorprende entonces, que la American Waterworks Association respaldara calurosamente la idea de gastar casi $60 mil millones para proteger a las bocas de incendio de todo el país.

Las universidades también se han beneficiado de la presta disponibilidad de nuevos fondos para becas y contratos, creando programas de grado en seguridad interior, institutos sobre terrorismo y contraterrorismo y propuestas de conferencias académicas.

Resulta difícil culpar a los científicos e investigadores por responder a las suplicas gubernamentales de dedicar sus talentos a la Guerra contra el Terror. En 2004, asistí a una conferencia brindada por el funcionario a cargo de alentar a los científicos a modificar sus actividades de investigación en esta dirección.

Se nos dijo que sin importar en qué temas trabajábamos, ni si éramos científicos naturales o científicos sociales, nuestra labor probablemente podía ayudar a combatir el terrorismo. El funcionario nos alentó efusivamente a presentar propuestas de becas para proyectos basados en el pensamiento “creativo” en virtud de que, afirmó, había mucho dinero disponible.

Oficialmente, el nivel de amenaza terrorista es siempre y en todas partes no menos que elevado. La amenaza ondea constantemente frente a nosotros: los puertos, los pasos fronterizos, la provisión de leche, el ganado, los buques que transportan gas natural liquido, las plantas de energía nuclear, el agua potable, los túneles, los puentes, los subterráneos. El resultado: un continuo apoyo a favor de un financiamiento siempre creciente.

En poco más de media década los Estados Unidos se adaptaron psicológica, política y militarmente al enemigo soviético y a su capacidad de incinerar nuestras ciudades en un instante. Llegamos a conocer muy bien al enemigo soviético y fuimos capaces de adoptar políticas prudentes, realistas y exitosas frente a las genuinas amenazas de destrucción nacional planteadas por el arsenal nuclear de Moscú.

En lugar de dejar que nuestros temores y ansiedades acerca de los musulmanes fanáticos dirijan nuestras políticas, precisamos el mismo tratamiento sobrio de la verdadera pero menor amenaza planteada por los terroristas.

Traducido por Gabriel Gasave