Hay una lección importante que debe aprenderse del milagro económico de Hong Kong, cuyo destino está en la actualidad en manos de China. Es muy lamentable que la gran mayoría de los comentaristas la hayan obviado por completo.

Esta lección es simple. Esta pequeña parcela de tierra rocosa, devastada por la guerra y por la ocupación japonesa, tan sólo en 50 años alcanzó la cima del cúmulo económico mundial. El sentido común diría que el sendero que esa nación tomó debiera ser cuidadosamente estudiado e imitado. En cambio, lo que tenemos es un interminable desfile de políticos que condenan a China por no elegir instituir un gobierno democrático tras su largamente esperada toma del poder. Lo que estos individuos no tienen en cuenta, es la circunstancia de que Hong Kong prosperó precisamente debido a que allí no existía democracia alguna.

Hong Kong era gobernada desde Londres como una colonia. Afortunadamente, y en contraste con otras colonias británicas como Kenya y la India, donde fueron aplicadas políticas socialistas, Hong Kong tenía una administración ilustrada. La misma instaló un sólido marco legal que mantenía al gobierno fuera de la economía. Ese marco al estilo de una constitución enfatizaba los derechos de propiedad privada y la libertad de contratación tanto como lo hacía la Constitución de los Estados Unidos originaria. En síntesis, se trazó una clara línea entre la economía y el estado. Y sin ninguna fuerza política democrática inclinada al favoritismo y a la redistribución, la economía era libre de prosperar, que es exactamente lo que hizo.

Todo esto fue puntualizado en abril pasado cuando la Harvard Business School invitó a disertar a un prominente empresario de Hong Kong, Philip Tose. Tras su discurso, al Sr. Tose se lo interrogó acerca de por qué pensaba que Hong Kong había prosperado mientras que la India había languidecido. El Sr. Tose respondió, “En una palabra: Democracia.”

El cuerpo docente, por supuesto, estaba espantado y se apresuró a desvincularse del cuestionamiento que el Sr. Tose hiciera del icono de la democracia. El decano de los profesores de la facultad, Kim B. Clark, emitió un comunicado mediante el cual se declaraba a lo resaltado por el empresario como “totalmente en discrepancia con mi propia opinión personal y la de los miembros del cuerpo docente de la Harvard Business School.”

Esa respuesta es típica, no solamente de los profesores de Harvard, donde tal punto de vista es de esperarse, sino tanto de la gran mayoría del público como de los políticos en general. Pocos desean tan siquiera considerar la lógica de la democracia. La misma se ha convertido en un slogan que excluye el análisis. ¿No es que la libertad y la democracia van de la mano?

Democracia versus Libertad

La respuesta impopular, por supuesto, es no. La libertad y la democracia son algo diferente. En palabras atribuidas a historiador escocés Alexander Tytler: “Una democracia no puede existir como una forma de gobierno permanente. Solamente puede existir hasta que una mayoría de votantes descubre que pueden votar para sí mismos dadivas del tesoro público.” La democracia evoluciona en una cleptocracia. Una mayoría que tiraniza a una minoría es algo tan malo como que lo haga un dictador, ya sea comunista o de otra clase. La democracia son dos coyotes y un cordero votando acerca de qué almorzarán.

Ese fue uno de los puntos del Sr. Tose. Destacó que el socialismo democrático de la India estaba básicamente conducido por una gran mayoría que no pagaba impuestos y que utilizaba al proceso electoral para castigar a aquellos que sí lo hacían. En la India, con una población de 900 millones, tan solo 12 millones pagan algún impuesto, y solamente 12.000 de ellos pagan por encima de la tasa base. Allí tiene usted una representación sin tributación.

Pero en un sentido más amplio, la ciega adoración por la democracia deja de lado la verdadera cuestión. La democracia trata de cómo serán conducidos los asuntos en el sector público. Por otra parte, la libertad se ocupa de la relación entre los individuos en el sector privado. Libertad significa que los individuos pueden escoger cómo interactuar sobre una base voluntaria fuera de la esfera del estado. En síntesis, la democracia significa que usted tiene derecho a votar en el sector público; libertad significa que usted, solo, posee el derecho a determinar los términos de sus interacciones con los demás en el sector privado.

Las propuestas para el gobierno de Hong Kong, así como también las reformas en Europa oriental, se han concentrado en la democracia en el sector público, descuidando la cuestión más importante: ¿cómo deberían de ser divididas las actividades humanas entre los sectores público y privado? Uno puede imaginarse un país que cuente con un sector público autoritario pero muy pequeño, en el cual la libertad sea mucho mayor que en un país con un sector público democrático pero muy grande. Esta es en esencia la diferencia entre Hong Kong y la India. El primero estuvo gobernado de una manera ilustrada, aún cuando fuese autoritaria; el segundo por un socialismo democrático. Cual resultó mejor es algo obvio para todos a excepción de los colectivistas quienes idolatran a la democracia.

La Solución Constitucional

La clave es una constitución, como la que alguna vez tuvieron los Estados Unidos, que trace una línea firme entre los sectores público y privado, y entre la democracia y la libertad. Fundamentalmente, el papel de una adecuada constitución es el de proteger a la libertad de la democracia y al individuo de la mayoría individual.

Algunas libertades son civiles, tal como la de expresión, la religiosa, y la de asociación. La Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos quita a la reglamentación de la expresión y de la prensa del sector público. De ser dejada en manos de un proceso político democrático, la libertad de expresión sería severamente restringida por los legisladores. Las invasiones a la libertad de expresión, tales como el reciente intento del Congreso y del Presidente Clinton de reglamentar a Internet, están siendo constantemente desbaratadas por los tribunales, y muchas más son evitadas por estos precedentes. La Constitución protege a la libertad de expresión de la democracia.

En la esfera económica, la libertad significa que los individuos tienen un derecho a poseer, a comprar, y a vender propiedad según sus propios términos en un mercado libre. A esa se la conoce como la libertad contractual. En el siglo pasado, ha habido por todas partes una constante invasión de la actividad en el mercado por parte del proceso político. Incluso en los países capitalistas, tales como los Estados Unidos, el sector público se ha expandido de manera continua. Una vez que la actividad económica se vuelve parte del sector público y es dirigida por el proceso político, la misma inmediatamente queda a merced de ser capturada por aquellos -a menudo una pequeña minoría- que pueden de manera eficaz manipular al proceso para sus propios fines.

De distintas maneras, esa invasión política del mercado ahoga también a la libertad de expresión, como fuera atestiguado por los esfuerzos exitosos de los grupos que comercializan periódicos, normalmente férreos defensores de la libertad de expresión, para evitar la competencia de las compañías telefónicas. El ex editor de mi periódico local en una oportunidad peregrinó a Washington para presionar políticamente a efectos de impedir que se les permitiese a las empresas de telefonía la venta de páginas amarillas de publicidad electrónicas. También marchó en contra de los aumentos propuestos en el franqueo de la correspondencia de primera clase, argumentando que los ingresos adicionales deberían en su lugar ser aportados por aquellos que publicitan empleando el denominado correo basura-uno de sus competidores por los ingresos en concepto de publicidad.

La Democracia No es Reforma Económica

La democracia no solamente es reclamada para Hong Kong. La noción popular es la de que el colapso económico del comunismo en Europa oriental y en la vieja Unión Soviética indica la necesidad de una reforma democrática del proceso político. Por el contrario, la reforma correcta solamente puede ser alcanzada mediante la remoción de las cuestiones económicas del proceso político.

A menos que el tamaño de los sectores públicos en esos países sea considerablemente reducido, poco habrá cambiado. La única diferencia será que los individuos tendrán derecho a votar respecto de cómo el sector público restringirá sus libertades. De manera similar, si los nuevos gobernadores de Hong Kong expanden el sector público, aún por medios democráticos, la libertad y la prosperidad serán erosionadas.

Las lecciones del pasado son claras, si es que Hong Kong y los ex países comunistas escogen verlas. Donde sea que las economías se encuentran fuertemente reglamentadas- Europa oriental, las ex repúblicas de la Unión Soviética, China, Corea del Norte, India, gran parte de África y de América del Sur- socialistas o no, las mismas han sido sobrepasados por sus contrapartes orientadas hacia el mercado-Europa occidental, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Chile, los Estados Unidos, las naciones del Commonwealth, y por supuesto, Hong Kong.

Las bases constitucionales para una economía de mercado son muy simples: los derechos de propiedad deben serles conferidos a los individuos o a las asociaciones voluntarias de individuos. Esos derechos, como nuestra libertad de expresión y de religión, deben ser bien definidos y tenazmente defendidos contra la usurpación por parte del sector público. Títulos a la propiedad y a los servicios deben ser libremente transferibles y protegidos por las leyes sobre la base de la libertad de contratación.

La objeción para separar a los sectores público y privado es la de que los mercados no siempre funcionan de manera ideal. No obstante ello, los mismos individuos que de esa manera condenan al mercado, desean descartarlo en favor de un sistema dirigido políticamente que es demostradamente peor. Las elecciones racionales solamente pueden hacerse sopesando los beneficios y los costos de las alternativas. Solamente los individuos pueden conocer sus alternativas, y solamente los individuos que de manera directa enfrentan las consecuencias de sus elecciones las sopesarán adecuadamente. El filtrar a las elecciones a través de complejos procesos políticos y burocráticos asegura que las alternativas no serán ni conocidas ni ponderadas. Los mercados ciertamente no son perfectos. Son solamente mejores que las otras alternativas, tal como los acontecimientos en Europa oriental y en otras partes lo han evidenciado.

En nuestra propia economía los peligros de las intromisiones públicas sobre el sector privado son por lo general enfrentados de manera más sutil. Aquí en los EE.UU., hemos producido un sector público masivo al tolerar pequeños avasallamientos sin atender a la cuestión principal. Como mínimo, la historia de Hong Kong y de Europa oriental (y otros países) debería estimularnos para repensar la ráfaga de usurpaciones democráticas sistemáticas contra nuestras propias libertades.

Hay una diferencia entre la democracia y la libertad. La libertad no es mensurable por la capacidad de votar. La misma es medida por la extensión de aquellas cosas respecto de las cuales no votamos. La libertad debe ser protegida de la democracia. Una buena constitución hará eso.

Hong Kong carecía de una constitución. Los límites sobre el gobierno dependían de administradores ilustrados designados desde Londres. Pero el depender de hombres ilustrados es riesgoso; los hombres pueden fácilmente ser entrometidos colectivistas. Lo que Hong Kong precisa es de una norma jurídica ilustrada -una constitución-no de hombres, ilustrados o de otro tipo. Si China es seria respecto de continuar con la prosperidad económica de Hong Kong, e incluso posiblemente de hacerla extensiva al continente, su primera medida sería la de diseñar una constitución que garantice la propiedad privada y la libertad de contratación, y la de hacer oídos sordos a aquellos que claman por democracia.

Traducido por Gabriel Gasave